Tuesday, November 12, 2019

Haraquiri a lo Misshima.




  En el libro titulado “Confesiones de una máscara”, el escritor japonès Yukio Misshima,  entre varias de sus confesiones, relata su excitación ante la imagen de un San Sebastián, del artista Guido Reni:
   
  “En el cuerpo del joven – que recordaba el de Antinoo, el amado de Adriano, cuya belleza tantas veces ha inmortalizado la escultura: no se veían rastros del duro vivir o de la decrepitud que en tantas representaciones de santos se veía. Contrariamente, en aquel cuerpo sólo había  juventud primaveral, luz, belleza y placer…
  Aquel día, en el instante en que mi vista se posó en el cuadro, todo mi ser se estremeció de pagano goce. Se me levantó la sangre, y se me hincharon las ingles, como al impulso de la ira… Mis manos, de forma totalmente inconsciente, iniciaron unos movimientos que nadie les había enseñado. Sentí que algo secreto y radiante se elevaba, rápido el paso, para atacarme desde dentro de mí. De repente estalló, y trajo consigo una cegadora embriaguez…
Esta fue mi primera eyaculación. Y tambièn fue el principio, torpe y totalmente imprevisto, de mi “vicio”.  (Interesante coincidencia es es que Hirschfeld coloque los “cuadros de San Sebastián en primera fila entre las obras de arte que producen especial placer al invertido”.  Esta observación de Hirschfeld nos conduce fácilmente a aventurar que en la inmensa mayoría de los casos de inversión, en especial la inversión congènita, los impulsos invertidos y los sádicos se encuentran inextricablemente mezclados.)"
   
  En 1995 realicè un dibujo a tiza pastel inspirado en Misshima. Algunos meses despuès de exhibirlo en una galería de San Francisco, inconforme con el dibujo, lo cortè en dos y destruí la parte superior. De este inmolado dibujo, sobrevivió  sólo la parte de abajo y un print digital, el cual por un tiempo colgaba de las paredes de una casa en Granada, Nicaragua; tal copia, según su coleccionista, le fue robada. Cualquiera diría que este gesto de destruir mi dibujo “Homenaje a Misshima”, fuera un premeditado “performance de Haraquiri sadomasoquista”, similar al trágico final del mismo escritor, el cual se suicida en la cumbre de su fama literaria a sus 45 años de edad, bajo el ritual del Haraquiri, rito de honorable tradición Samurai.  Tal ritual consiste en clavarse una daga en el abdomen y cruzarla de un lado a otro abrièndose las entrañas, luego el padrino de la ceremonia, debe proceder a decapitar cuando el torso se ha doblegado. En el caso de Misshima, su amigo  Morita, tuvo que asestar dos o tres golpes para lograr decapitarlo.
   
  Confesisones de una máscara, es una novela autobiográfica; en ella el autor va escudriñándose y desenmascarándose, en esas etapas de formación de la personalidad: niñez,  adolescencia y juventud.  Inicia relatando su relación con su  posesiva abuela, de la cual dice: a mis primeros años tenía una novia posesiva de más de 70 años de edad. 

  Misshima tuvo esposa, así como amantes. Visitó Nueva York; en una entrevista realizada en esa comsmopólita ciudad aparece con la típica chaqueta de cuero que usan los sadomasoquistas, practicantes del sexo rudo. Allí asistó a los clubs y a los saunas de homosexuales, quizás los mismos saunas que visitara el afamado bailarín escapado de la Unión Soviètica, Nureyev. 
   
  Su suicidio no es debido a frustración por una vida en el closet, (vida homosexual la cual escudriñó, gozó y dejó plasmada en su obra), sino que parece ser debido a sus ideas tradicionales, enmarcadas alrededor del culto al viejo Japón y a su emperador; la pèrdida de los valores tradicionales del Japón le causaban hondo malestar.  Cualquiera que haya sido la razón del suicidio, dejó una obra con un profundo e inteligente análisis sicológico, (escrito con el filoso escalpelo del cirujano), de lo que subyace bajo la máscara que muchos se resignan a llevar inescrutable hasta el final de sus días.
 

Otto Aguilar – Berkeley 11 de Nov. de 2019

Dibujo “Homenaje a Misshima” – Tiza pastel/papel - 1995

Thursday, October 17, 2019

El barrio Boer, la abuela y el sapo.


  Entre los vecinos del viejo barrio Boer de Managua, había uno al cual llamaban sapo, por su voluminosa forma de batracio sin cuello. El sapo era como todos los sapos escandalosos en sus croars nocturnos; sus vociferaciones se escuchaban por las noches, al calor del whisky que ingería en cantidades suficientes como para dar paliza a su esposa, quien llorando y gritando al final huía en medio de la noche, llevando a sus hijas gemelas por las vía de escape, la calle 7ma Avenida, la cual le llevaba a casa  de doña Margarita, abuela de Alberto. En una de esas ocasiones, cuando doña Margarita abrió la puerta, para dar auxilio a la pobre mujer, èl vió horrorizado los hematomas en el rostro compungido de la esposa del sapo. Ese rostro que le recordaba el de la virgen La Dolorosa de la iglesia de San Josè, casi desaparecía entre el cabello desgreñado de la adolorida mujer. La dolorosa del Boer, levitando, cargaba a una de sus hijas desmayada. El sapo, un doctor en aquellos años del somocismo era el director del Snem. Un doctor más que "respetable", temido ante los empleados del Snem, un doctor que por las noches se convertía en un sapo violento, desvelando al vecindario con su croar y sus palizas a su desdichada mujer. Probablemente èl era uno de los tumores más malignos que aquellas casas vecinas del barrio Boer, albergaban.

   Por esa vía de escape de los calabozos-casas que albergaban tumores malignos como el del sapo, en la calle 7ma avenida pululaban seres libres escapados hacía tiempo de los calabozos de sus vidas. La Nachita y la Sebastiana, eran dos de esos seres del mundo raro, cuyas alas les llevaban levitando emperifollados por esas calles del Dios dizque más que misericordioso, juguetón, bromista y cruel, al cual la Nachita y la Sebastiana,a pesar de eso, le bailaban al ritmo de marimba en las fiestas patronales de Santo Domingo o del Toro venado. La Nachita, delgado y moreno, vendía carne asada en el mercado Boer . La Sebastiana que vendía refrescos, poseía unos bellos ojos color aquamarina como dos gemas cristalinas los cuales enmarcaba con marbellín negro que de vez en cuando le regalaban lágrimas negras provocadas por un mundo que le rechazaba; èl hubiera querido haber nacido mujer y haber parido hijos de ojos aquamarina como los suyos. Ambos, La Nachita y la Sebastiana, quizás hubieran hecho lo mismo que hizo la abuela de Alberto, auxiliar a la esposa del sapo; le hubieran curado sus hematomas y, tratando de convencerla de escapar de su martirio la hubieran maquillado y le hubieran prestado sus vestidos para huir con ellas.

   Alberto vio pasar por la calle a la Sebastiana, una mañana cuando se dirigía al colegio San Antonio, ella le pestañeó con aquellas sus dos gemas enmarcadas de negro marbellín. Probablemente èl quiso saber quièn era aquella avis rara, aquel pavo real, pero su timidez le ataron y cada quien siguió su camino. Las coordenadas de destinos que se bifurcan sin dejar más que efluvios de incertidumbre, son como señales no captadas en esos años de inexperiencia como los que atravesaba Alberto, un collegial y lazarillo de domingos de Iglesias con la abuela Margarita y la amiga de èsta, doña Rosa Erlinda, la cual era ciega. Por esa misma calle donde vió pasar a la Sebastiana, èl iba por las mañanas al colegio San Antonio y por las noches, los jueves del santísimo y los domingos a la iglesia San Josè. Aquellos eran tiempos cuando la vida le parecía segura, detenida en aquella rutina que languidecía y se alargaba en las calles de escapes, por donde esa misma vida libre como la de la Sebastiana y la de la Nachita se contoneaba de arriba abajo..

   Pero la vida no era estática como Alberto creía, y el Dios juguetón en quien no creía ya, le dió prueba de su existencia sacudiendo una noche de navidad aquel barrio Boer y a todos los demás barrios de Managua. Las casas de paredes altas y de adobe encopetadas con tejas de barro, no soportaron aquella temblorosa jugada y se desplomaron como fichas de dominó, exhibiendo desvergonzadamente sus tumores al amanecer. El tumor maligo del barrio Boer, el sapo Robleto, había sobrevivido. Algunos cadáveres rescatados, yacían cubiertos con sábanas, en aquella calle donde Alberto había jugado desde niño, esa calle que había recorrido con la abuela al regresar de misa de la iglesa de San Josè o de la basílica de San Antonio, saludando por las noches a su “respetables” vecinos, que veían sentados en sus sillas mecedoras en la acera de sus casas; la misma calle, donde quiso el destino se encontrara una vez rumbo al colegio, con la Sebastiana y sus ojos aquamarinas; esos ojos azules-verdes de una belleza nostálgica como los ojos de su misma abuela que esa fatídica noche del cataclismo se habían apagado para siempre. El sapo chequeó a doña Margarita, su vecina, la cual había alojado algunas noches a la esposa de èste, cuando huía de sus abusos. Ella había sido rescatada de los escombros y, daba la impresión de que dormía, pero las pupilas de doña Margarita le habían confirmado al sapo doctor, que nada se podía ya hacer. La abuela de Alberto había muerto, igual que había muerto su barrio Boer, igual que habían muerto más de diez mil personas aquella madrugada del terremoto en vísperas de navidad en la Managua de 1972.

  Otto Aguilar - 

  Berkeley 23/12/2016

 Foto tomada en la calle 11 de Julio - Barrio Boer en la vieja Managua.




Sunday, July 14, 2019

Desencanto en Monimbó


  El beso de Tita cortó de un tajo la noche de Rigoberto, el cual al abrir los ojos atónito vio muy de cerca flotando en la oscuridad del cuarto el delineado rostro de la osada muchacha, cuya sofocada respiración le indicaba la intensidad del deseo que èl le provocaba. Unas horas antes èl había regresado al puesto de mando despuès de realizar vigilancia nocturna. Varios combatientes dormían uno al lado del otro en el piso de una vieja casa en Monimbó. Tita igual que èl, era parte de los insurgentes que habían llegado de Managua a Masaya con el Repliegue. Para cualquier joven de su edad tal invitación en aquellos intensos y peligrosos días de la guerra, significaría un premio, pero para Rigoberto aquello lo dejaba en una incómoda situación al no saber como responder ante algo no deseado. Refugiado en su somnolencia disimuló volver a quedar dormido ante los asustados ojos de la frustrada muchacha. Al día siguiente la rutina de la guerra borró tal incidente, como si nada había sucedido entre los dos; de hecho no sucedió nada más que una fallida emboscada nocturna de seducción a un tímido Rigoberto en cuyo ser, refugiado en su aparente yo, se debatía la perenne angustia de ser o no ser.
  
  Despuès de lo sucedido con Tita èl recordaba otra situación similar , cuando un par de años antes de la insurreción final contra la dictadura somocista, había cedido ante el insistente coqueteo de la Soledad, una compañera de clases provista de hermosas y seductoras piernas que no escatimaba en mostrar a travès de su minifalda. Esas piernas a èl se le asemejaban fuertes tenazas capaces de triturar su esquelètico cuerpo. Para el resto de compañeros de clase era obvio que la Soledad había decidido llevarse a Rigoberto a la cama, algo que a èl le angustiaba y lo ponía en aprietos cuando maliciosamente ellos le preguntaban ¿Rigoberto, que le harías a la Soledad si se te desnudara?, èl sintièndose atrapado constestaba – Pues… la dibujaría!. Camuflajeado entre los arbustos de un cauce en Managua, Rigoberto se dio cita con la Soledad. Finjiendo estar encandilado de deseo como ella misma, Rigoberto sentía que se había embarcado en una penosa situación de la cual no saldría ileso, víctima tanto de las hermosas tenazas-piernas de la Soledad que ya empezaban a triturar las suyas, así como tambièn de su vulva húmeda y ardiente. La Soledad suspiraba, jadeaba, en cambio el pobre Rigoberto temblaba sin saber que hacer, donde poner las manos, donde besar, donde acariciar.
Nunca había estado con una muchacha, sólo con una prostituta vieja llamada La Masayita, cuando despuès del terremoto viviendo en el pueblito de San Ramón en Matagalpa, su hermano mayor le había llevado donde ella despuès de beber sus primeras cervezas, èl tenía entonces 15 años. Sentado en la cama de la Masayita y compadecido de aquella mujer que bien podría ser su madre ejerciendo antiquísima profesión, le preguntó que por què hacía aquello, ante lo cual ella sin aspavientos le dijo que se desnudara y que se dejara de entrevistas, que ella era una vieja en el oficio, una vieja por la cual habían pasado muchos y que èl no sería el último, tampoco el primer chavalo baboso que llegaba a preguntarle pendejadas a la hora del trabajo. Esa vez èl se quedó dormido sobre la Masayita, lo salvó su primera borracehera.
  
  Pero ahora se preguntaba, mientras se debatía en una lucha infructuosa con la Soledad, como saldría librado de ella sin dejarle dudas de su hombría?. Mientras buscaba algún pretexto, he allí que apareció en medio de su angustia un becat de la Guardia somocista. Mientras sufría entre aquellas tenazas-piernas de la Soledad, el vehículo de la guardia que realizaba recorrido por el sector, enfocó sus luces sobre el oscuro cauce. Entre asustado y maravillado Rigoberto rápidamente dijo a la Soledad - vestite y vámonos de aquí, si nos ven y nos agarran nos matan estos hijueputas!. Y cobijados por los arbustos, bañados en sudor los dos, medio vestidos, ella con larga cabellera alborotada como palmera azotada por viento, èl disumulando su nerviosa sonrisa de satisfacción como un ateo que quisiera creer en milagros, salieron con pasos de ganso en medio del cauce oscuro.
Pero esos días habían quedado ya lejanos en el tiempo, tambièn los frustrados intentos del beso de Tita que partió en dos su noche en Monimbó. Ahora era la muerte en cada combate la que le coqueteaba y las fauces de la Patria, las cuales se abrían constantemente para tragarse a los combatientes que caían día a día en aquella sangrienta guerra contra Somoza en el lluvioso Julio de 1979. Aunque Masaya había sido liberada por los sandinistas, todavía había un reducto de la guardia en el fortín del Coyotepe resistiendo.
  
  Desde lo alto del cerro del Coyotepe los guardias resistían incrédulos de que el final de la dictadura era inminente. El dictador y su elite empezaban a huír del país, mientras algunos guardias como los que permanecían en el Coyotepe seguían combatiendo; la opción de rendirse para esos guardias, quizás significaba para ellos su posible ejecución a manos de los insurrectos. La idílica vista de la ciudad de Masaya, desde esa privilegiada posición en el cerro, seguramente les había dado alguna vaga esperanza de que aquella fuera una escaramuza más de los revoltosos o piricuacos como ellos llamaban a los sandinistas y no el golpe final, el jaque mate a la dictadura. 

Otto Aguilar
Berkeley, 19 de Julio de 2017
Imagen: Deseancanto - lápiz carbón, tiza pastel/papel - 19 x 22" - 2009

Sunday, July 7, 2019

“Ecce homo”, lecturas, insomnios y el tren. - Hojas sueltas de un desdiario.




"Creo cada vez más que no hay
que juzgar a Dios por este mundo.
Es un estudio de èl poco acertado"
Van Gogh

                                                                         Berkeley, Nov./27/2013  -  4:00 am

   Sobre mi improvisado escritorio, viejo mueble de máquina de coser industrial, se apilan diferentes libros que me mantienen insomne en las madrugadas heladas de los últimos días del año 2013. Entre esos libros sobresalen: “Buried book” el cual trata sobre el descubrimiento del escrito más antiguo del cual se tenga conocimiento, titulado “Gilgamesh”,  le siguen:  “Ecce homo”  de Nietszche, una antología de Ezra Pound, “1984” de Orwell, “Solar dance” de Modris Eksteins.  Mi improvisado escritorio probablemente fue testigo de horas de esclavismo moderno de mujeres en la industria del vestuario, que dejó manos artríticas a las costureras, como a mi madre, y más millonarios a los dueños de las fábricas.
   
  En el libro de Ezra Pound se lee: “ Sólo el dinero es capaz de ser transmutado inmediatamente en cualquier forma de actividad; tal es el idioma del mito infame… El dinero no contiene energía. La moneda de media lira no crea el boleto, ni los cigarillos… Es por este acto de prestidigitación por lo que la humanidad ha sido atada de pies y manos y hasta la fecha no ha podido liberarse.”
    
  Gilgamesh, es uno de los libros –poema más antiquísimo!., que me acompaña estas madrugadas de insomnio. Este libro narra la historia del rey Gilgamesh, de Uruk, que siendo un tirano, termina como hèroe, despuès de la aventura en la que le acompaña su amigo Enkidu, (el cual era su amante, según algunos estudiosos). En la aventura Enkidu muere, y Gilgamesh le llora como si perdiese a su esposa; luego sigue en su búsqueda de la planta de la eternidad, eternidad la cual los dioses le han privado.
   
  En el pequeño apartamento ubicado bajo el mío, el vecino migrante salvadoreño, trabajador de la construcción, ronca fuerte como de costumbre, hasta que su alarma despertador le ordena dejar de roncar, para prepararse e irse a su diaria jornada de trabajo; mientras tanto su mujer que tambièn debe irse a su trabajo, ya ha iniciado sus diarias oraciones de agradecimiento y peticiones al Dios que les ha dado todo: trabajo, una camioneta y dinero para enviar a sus hijos que dejaron en El Salvador. En esos rezos los vecinos pronuncian palabras extrañas de supuestas lenguas muertas; rezos los cuales alternan con furtivos pedos y terminan en piadosos llantos. Llantos, que inevitablemente me recuerdan otros llantos y gemidos, que desde ese mismo apartamento de abajo se escuchaban cuando eran ocupados por anteriores inquilinos, los cuales eran gemidos de la mujer de un mexicano alcohólico y violento, cuando la forzaba a tener relaciones sexuales; a esto se le unía los ruidos de pailas muy temprano que el hombre hacía a propósito y, las constantes discusiones que terminaban en golpes, de sus hijos. El drama de esta mujer abusada y mi tortura terminó cuando la policía vino un día a llevarse preso al abusador. Pero luego me cayeron estos evangèlicos salvadoreños con sus rezos de noche y de madrugada, rezos con palabras en lenguas muertas y pedos. A partir de entonces empecè a usar tapones en los oídos para escapar al infierno que bajo mi piso se alojaba intermitente.
   
  En el libro “El aniticristo”  de Nietzsche leo: “En un tiempo Dios no tuvo más que su pueblo “elegido” (Israel). Luego, igual que su pueblo, llevó una existencia errante, y ya no se radicó en parte alguna, hasta que al fin gran cosmopólita, se encontraba bien en todas partes y tenía de su parte el “gran número”, a media humanidad. Más no por ser el Dios del “gran número” , el demócrata entre los dioses, llegó a ser un orgulloso Dios pagano; seguía siendo judío, el dios de todos los lugares y rincones oscuros, de todas las barriadas malsanas del mundo entero!... Su imperio es como antes un reino subterráneo, un hospital, un getto…” 
   
  En la ventana frente a la cual se encuetra mi escritorio, comienza a bosquejarse el mundo exterior. A lo lejos se escucha de nuevo el silbato del tren, el cual me saca de la lectura del libro de Nietzsche, El anticristo y, me dispongo a salir a correr en dirección hacia la bahía, allí por la estación donde acaba de pitar perezoso el tren que viene de recorrer largas distancias pasando por lejanas ciudades que nunca llegarè a conocer. Mientras corro y contemplo a una luna rezagada, pienso en los seres que desde la superficie lunar, probablemente en el pasado o en el presente, han hecho incontables veces lo mismo que yo, sólo que ellos contemplando a la tierra.

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                                                                           Berkeley, Dic./4/2013  - 3:00 am

  Los vecinos evangèlicos que ocupan el pequeño apartamento bajo de mi piso, empiezan a orar como de costumbre, son las 3 de la madrugada. A lo lejos se oye el silbato del tren que pasa cerca de la estación de la marina de Berkeley.
  En el diario de Franz Kafka, èl se queja de los ruidos que hacen los vecinos en los apartamentos contiguos:  “10 de Febrero. Primera noche… El vecino conversa horas y horas con la patrona. Hablan en voz baja; la patrona casi no se oye, lo que resulta aún más molesto. Mi actividad, literaria, que estaba en marcha desde hacía dos días, ha quedado interrumpida.  Quièn sabe por cuánto tiempo. Desesperación pura. ¿Ocurre lo mismo en todas las viviendas? ¿me esperan unos apuros tan ridículos y necesariamente aniquiladores con cualquier patrona, en cualquier ciudad?."

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                                                                              Berkeley, Dic/5/2013 - 3:30 am

  Quièn iba a decirle a Vicent van Gogh, que su arte del cual no pudo vivir, pero realizó hasta el último momento aún en medio de su miseria, (miseria que apresuró su locura y su muerte), haría millonarios a los especuladores de las grandes subastas de arte?, donde sus pinturas fueron a caer, pasando de mano en mano.  Hay una anècdota poco conocida sobre la obra de Van Gogh, el libro “Solar dance” de Modris Eksteins, trata de la mayor falsificación  de sus obras, vendidas como originales, a cargo de un bailarín homosexual de nombre Otto Wacker que se hacía pasar como como art dealer.  La tragedia de Van Gogh muestra como el talento y el èxito comercial o fama no siempre van de la mano. Van Gogh, en unos de sus diarios escribió:

"Creo cada vez más que no hay
que juzgar a Dios por este mundo.
Es un estudio de èl poco acertado"

Otto Aguilar
Berkeley - 7 de Julio de 2019


Thursday, May 2, 2019

Queridos seres de papel.



"Porque el hombre no es más que una máquina de recordar y de olvidar que camina hacia la muerte."   
Julio Ramón Ribeyro
 


  Amanece y tus párpados como cortinas de un viejo teatro se han abierto perezosamente.  Rayos de sol filtrándose a través de celosías, pintan franjas doradas sobre viejas y altas paredes de tu aposento.  En las paredes cuelgan dos queridos seres de papel, tu abuela y tu hermano muertos en diferentes épocas hace muchos años.  Los dos han muerto a causa de males endémicos de tu país, Nicaragua: la abuela,  igual que otras miles de personas, muerta a causa de un terremoto, y tu hermano, muerto también como otros miles de jóvenes, a causa de las dictaduras y guerras que cíclicamente han asolado a tu país. De vez en cuando las miradas perdidas de esos queridos seres, tropiezan con tu mirada inquisitiva,  cuántas preguntas sin contestar habían!, en esos amaneceres donde probablemente por las noches ellos te visitaron en sueños, dejándote agridulce sensación del cariño que te suscitaban; sentimientos que permanecen guardados en algún recoveco de tus más preciadas memorias.  En esos archivos subyacen sus sonrisas y los momentos compartidos, junto tambièn a tu llanto cuando les contemplabas por última vez, ya serios, rígidos y fríos, con sus párpados cerrados como cortinas corridas después del acto final de sus vidas.  Acumuladas ya dècadas desde sus partidas, ahora les miras ya sin aquel dolor por la ausencia de los primeros años.  Después de tantos años colgados en la pared de tu cuarto, ellos son para vos dos seres habitando sólo en tus memorias archivadas.  Esos seres colgados en la pared, te hacen recordar que igual que ellos, al final vos te convertirás también en otro ser de papel, colgado en alguna pared.

   
  Los recuerdos que de esos seres guardas son como piezas dispersas de un rompecabeza, donde al querer armarlos te das cuenta de que hacen falta muchas piezas.  Si los recuerdos de los familiares ya desaparecidos se van desvaneciendo en tu memoria, que puede esperarse de los recuerdos sobre los viejos amores?, o peor aún sobre aquellas personas con las que circunstancialmente te tocó actuar y sucumbieron en esas guerras cíclicas y devastadoras de la historia de tu país?. Lo mismo suele pasarnos con los lugares, más aún cuando èstos ya han sido remodelados o ya no existen por haber sido destruidos en desastres como terremotos o guerras. Quedan perennes en la memoria aquellas viejas casas que acumularon historias, momentos de felicidad de niños, de chillidos, carcajadas de la prole numerosa correteando en los largos corredores de casas de abuelos, o jugando al "ser escondido" en los patios bajo la sombra de altos árboles de mamón, guayabo, y otros.  Aquellas viejas casas también guardaban dramas, tragedias, velorios, llantos, quejidos, murmullos, recriminaciones, rezos, letanías de abuelas.  Esas viejas casas de altas paredes de taquezal, encopetadas con tejas de barro en cuyos aleros el gorjeo de palomas despertaba al nuevo día, junto a cláxons de buses anunciando la salida a los pueblos, seguido del pregonar cantarino de una marchanta ofreciendo desde el zaguán de la casa su pesada canasta llena de vegetales y frutas, que sostenía con asombroso equilibrio sobre erguida cabeza de cabello negro y lacio, recogido en un moño y adornado con un ramito de olorosas flores de jazmín. - A ver amor, doñitaaá me va a querer? - gritaba con habilidad de soprano criolla la marchanta - aquí llevo aguacate, piña, zapote,... que vas a querer amor?. También se escuchaban en aquellas mañanas, las estridentes voces magnetofónicas de la barata rodando desde temprano por las calles, anunciando cualquier producto de incipiente consumo de aquellos años de 1970's, en el barrio Boer de la vieja Managua; barrio borrado de un plumazo en unos pocos minutos junto a tu abuela y otras más de diez mil personas, mientras dormían en esa fatídica noche de finales del año de 1972.

   
  Cuando estás de visita en Nicaragua donde lo único permanente son los temblores, los terremotos, las dictaduras y las guerras, como afirma el escritor Fernando Vallejo, sueles acudir a los cementerios donde yacen los restos de tus dos sres queridos. En el cementerio general del viejo centro de Managua yace tu abuela, cuya tumba ya no logras localizar, han enterrado a tanta gente desde los lejanos días de su entierro!, que es ardua e infructuosa tarea encontrar su tumba.  Luego frustrado de no encontrar su tumba, te diriges hacia el sector donde fue el barrio Boer donde naciste, en la casa que al desplomarse enterró viva a tu abuela Margarita, barrio del cual quedan aún las viejas calles.  En el terreno donde estaba la casa encopetada con tejas de barro y, el zaguán donde se asomaba la marchanta pregonando cantarina sus productos en venta, hoy se encuentra una residencia lujosa bordeada de un muro cuyo portón está equipado con cámaras de vigilancia. Nuevos dueños usurpando terrenos abandonados de casas como la de la abuela que colapsaron en el terremoto, construyeron décadas después  nuevas casas albergando nuevas rutinas, ajenas completamente a los goces y dramas vividos en el pasado en esos mismos espacios.

   
  En tu recorrido por ese barrio de tu niñez pasaste por el viejo estadio, frente al cual hoy se encuentra el monumento a Sandino, el héroe nacional antiimperialista montado en su mula; esta escultura está encaramada en el mismo nicho donde antes de 1979 estaba la escultura ecuestre del General Anastasio Somoza, fundador de la primera dinastía de dictadores en Nicaragua. Al ver el cambio de monumento te preguntaste - ¿A quièn encaramarán en ese mismo viejo nicho, después de que cambie el actual gobierno Sandinista?.  A la vez pensabas de que quizás ese monumento del hèroe General Sandino frente al viejo estadio nacional, se salvaría de ser removido, aunque cambiase el actual règimen, ya que èste en la práctica no tenía nada que ver con el general antiimperialista montado en su mula. La nueva dictadura autollamada socialista-cristiana ordenó masacrar a más de quinientas personas, la mayoría jóvenes que protestaban contra el règimen en Abril del presente año, casi un mes antes de que terminara tu visita a esos recovecos de tu pasado. Algunos de estos jóvenes masacrados, ahora reposan en el mismo cementerio Perifèrico en Managua, donde desde hace más de tres dècadas yace bajo desteñida tumba de cristo coto, tu hermano, tambièn muerto a causa de las guerras.

   
  De regreso, caminando por la vieja calle 11 de Julio en rumbo al antiguo cementerio de San Pedro, pasaste de nuevo por la calle 7ma Avenida, la calle de la casa donde naciste, y entonces creiste escuchar los mismso cláxons de buses del viejo barrio Boer, anunciando la salida a los pueblos, a la vez te pareció escuchar la voz cantarina de la marchanta, equilibrando en su cabeza la pesada canasta de vegetales y frutas, pregonando – A ver amoooor que vas a querer?, mientras se alejaba por las viejas calles de tu niñez, sin rumbo alguno.



Otto Aguilar

Berkeley - 20 de Nov. de 2018