Thursday, February 13, 2014

Anacoreta insurrecto.

                                   

  Cuando llueve mi memoria suele exudar los recuerdos de aquel húmedo Junio, en la insurrecta  Managua de 1979.  Aquellas barricadas levantadas en avenidas y calles de la capital y del resto del país paralizado, daban la impresión de que Nicaragua se había cortado las venas dispuesta a morir desangrada, antes de seguir soportando tanta injusticia impuesta por la dinastía de los Somozas, prolongada por más de cuatro dècadas.

 En esos días aciagos de insurrección contra la tiranía somocista, mi mente y cuerpo tambièn se insurreccionaban contra los prejuicios que reprimieron en mí durante mucho tiempo, el placer de ser yo mismo.  Curiosamente esas dos insurrecciones estallaron en mí al mismo tiempo, complementando y enriqueciendo la una a la otra a tal grado que me provocaban un estado de euforia total!. Un año antes, en una de las protestas de universitarios de la UNAN que llegó hasta la UCA, había sido bapuleado por uno de los guardias que lograron cercarnos a varios estudiantes que no logramos huir; allí frente al viejo portón de la UCA, nos pusieron a recoger piedras que les habíamos lanzado, fuè en una de esas en que me descuidè tratando de ver por donde podía fugarme, cuando me cayeron los riendazos. Luego fuimos montados en un becat con rumbo desconocido, la llamada de consulta de nuestros captores a algún superior, salvó nuestras vidas.

  Yo, que no había tenido ni una trifulca en mis años escolares, algo muy común a esa edad; yo, que siempre había evitado todo tipo de juego violento, que siempre había detestado la grosería y las crueles bromas de mis compañeros de clase, me había transformado de la noche a la mañana en un insurrecto, dispuesto a la inmolación si fuese necesario.  En esos cruentos días,  me asombraba de mí mismo, igual cuando a veces alguien más adentro de uno mismo, se extraña de la imagen que de nosotros el espejo arroja ante nuestros ojos.

 Las primeras embestidas de la guardia intentando desalojarnos de los barrios orientales, era un desvalanceado duelo a muerte. Las bombas de quinientas libras empezaron inclementemente a caer en los barrios insurrectos, ocasionando la muerte de civiles, a pesar de estar vigilando el cielo donde se veía caer aquel barril mortal.   Las avionetas "Push and pull" sobrevolaban sobre los barrios disparando sorpresivamente sus mortales rockets.  En los primeros días, las tanquetas lograban penetrar algunos barrios a pesar de la resisitencia en las barricadas, permitiendo así el avance de la guardia que venía detrás de ellas; esto produjo unas primeras retiradas de los insurrectos, la guardia realizaba entonces la "operación limpieza" donde algunos jóvenes eran detenidos o ejecutados en el lugar, muchos de ellos señalados en los mismos barrios por "orejas" adeptos a la dictadura.  En los retenes instalados por la guardia, todo ciudadano pasaba la inspección de las manos, los codos y las rodillas, buscando evidencias, señas dejadas por la labor de hacer barricadas o del combate.  Luego que la guardia abandonaba los barrios o fueran repelidos por el contra ataque de los guerrilleros urbanos, las barricadas volvían a surgir incansables y con más insurrectos que se unían cada vez más.

  Los primeros combatientes muertos que ví tirados en la calle provocaron mis lágrimas, pero al contrario de retirarme temeroso de correr el mismo final, encendieron en mí más coraje para combatir aún con ese miedo a ser atrapado por la mortal bala.  Pensaba entonces en lo injusto del momento, mientras en Nicaragua se desataba una guerra a muerte, el resto del mundo seguía en su habitual rutina; mientras en Honduras u otros países aledaños la gente iba a sus trabajos como todos los días, mientras algunos se divertían en bacanales, y quizás muchos haciendo el sexo en sus cómodos y calientes lechos, nosotros enterrábamos a nuestros muertos, nos secábamos las lágrimas y regresábamos al combate.

 Tras una fuerte embestida de la guardia, y bajo una noche de fuerte aguacero, los combatientes fuimos desalojados de los barrios orientales, teniendo que movilizarnos al sector de Bello Horizonte, Santa Rosa y Larreynaga.  Esa noche lluviosa en un patio oscuro de una humilde casa del barrio Santa Rosa, el cadáver de una mujer era velado en una mesa; ella había muerto cuando huía de los combates esa tarde, producto de la bala que había sido disparada a sus pies por un combatiente de un retèn, al no contestar ella la contraseña, pues era muda. En medio de la noche lluviosa y oscura, me tocó junto con Guayo, mi hermano mayor, la difícil tarea de ir a reconocer el cadáver de esta mujer, la cual estaba en una mesa cubierta por una sábana. Antes de ir a reconocer quien era aquella mujer, en  mi mente se había clavado la torturante posibilidad de que aquella mujer fuera mi madre, huyendo de los combates.

  Fue en ese desalojo de parte de la guardia somoscista, cuando una escuadra de retensión en la cual iba mi hermano Daniel (qpd), que se logró neutralizar a la tanqueta que había penetrado desde la carretera norte, y había avanzado hasta casi la entrada del mercado hoy Illamado Iván Montenegro.

  En ese sector de Bello Horizonte conocí a otros combatientes con quienes en las noches de posta de la barricadas, nos contábamos sobre nuestras sobre vidas, en aquellos momentos difíciles donde un ideal de justicia social y la muerte como contraparte nos igualaba a todos. Allí conocería a Martha Lucía Corea, Lucy, cuando una noche ella me llevara hasta la barricada donde posteba la nueva contraseña. Vagamente su imagen aflora en mis recuerdos con una moña que domaba su cabellera, y una espigada y delicada figura que contrastaba con la rudeza que añadía el fusil que cargaba, fuè de esos fugaces encuentros que dejan su huella perenne, sin haberle conocido más allá de lo que esos terribles días nos imponía.

  Tambièn conocería en esos días a "Camilo", uno de los corajudos combatientes, de serio rostro monimboseño. Un día tuvimos permiso de regresar a nuestros barrios Las Americas y La Sabana, para ver a nuestras familias y llevar algo de lo que pudieramos compartir de víveres, el bromeando me dijo  - yo lo que llevo son unos condones, pues tengo rato de no ver a mi mujer.  Pero despuès de reunirnos en el punto acordado para dirijirnos al puesto de mando de Bello Horizonte, Camilo iba encerrado en un impenetrable mutismo; esa misma noche despuès de un altercado con otro combatiente producto de haber ingerido ron, supe que a Camilo le sancionarían.  Despuès èl me contaría que a su mujer la habían enterrado algunos días antes de aquella visita en que el solo llevaba condones; un rocket de los push and pull de Somoza la había matado. Despuès se impondría su coraje o su deseo de venganza, o las dos cosas y de nuevo combatiría destacándose entre los demás por su intrepidez; quizás la vida ya no le importaba, pero antes de perderla, cazaría a unos cuantos guardias más. De uno de esos combates el sacaría un balazo, lo cual lo dejaría convalesciente por algunos días.

 Despuès de veintiún días de sangrientos combates contra la guardia somocista en Managua, con mucho cansancio, con muchos heridos y bajas recibíamos la orden una noche, de movilizarnos hacia la ciudad de Masaya ubicada a 25 kilómetros de Managua. El operativo parecía tan descabellado y suicida, pues teníamos que partir a media noche con alrededor de siete mil personas, entre combatientes y civiles comprometidos con la lucha, quienes sufrirían la represión que se desataría si se quedaban despuès de nuestro èxodo. Pero acaso, aquella insurrección no parecía descabellada desde sus inicios, al enfrentar a un ejèrcito armado hasta los dientes?.

 Y así comenzó a congregarse a media noche, aquella silenciosa columna con todos los combatientes de los diferentes barrios de Managua, la columna se engrosaba y alargaba cada vez más, como un sabio reptil que con mucho sigilo empezó a avanzar por veredas entre la insomne silenciosa y oscura ciudad.  Avanzábamos alerta al acecho de la guardia que seguramente nos estaba dando largas, para caernos en el momento menos pensado.

  Mientras cabizbajo caminaba con un sentimiento de derrota, en el inicio de aquel riesgoso repliegue de Managua a Masaya, en mi mente empezaron a proyectarse escenas de los difíciles días vivídos desde el inicio de la insurrección final en Managua. Recordaba a mis vecinos realizando vigilancia nocturna y compartiendo el pocillo de cafè, recordaba a don Nayito nuestro vecino a quien una noche se le olvidó la contraseña y angustiado respondía al posta - soy Nayito, soy Nayito!, recordaba a mis hermanos con quienes habíamos estado juntos en aquellos combates armados sólo con bombas de molotov o de contacto, recordaba a mi padre arrancando adoquines de las calles para con ellos construir las barricadas, recordaba verlo disparando con una pequeña pistola, (la misma con la cual había sacrificado una vaca para la comida comunal) entre varios combatientes, contra la guardia que se dejó venir sobre aquel pueblo atrincherado en la gran barricada levantada en el by pass del mercado hoy llamado Iván Montenegro; recordaba a mi hermano Daniel lanzando las bombas de molotov a la tanqueta que fuè neutralizada en su avance por nuestro barrio; recordaba a los jóvenes muertos que ví al inicio de la insurreción tirados en la calle con los ojos abiertos como inquiriendo al cielo; recordaba aquella mujer muerta en el sector de  Santa Rosa, cuando huía del avance de la guardia en nuestro barrio, la cual me hizo pensar en mi madre, mi madre ante quien me había arrodillado a pesar de mi ateismo, para recibir su bendición al despedirme de la familia en medio de la noche, antes de partir en ese posible èxodo sin retorno. Así partí escondiendo mis lágrimas, atrás quedaba Managua oscura y silenciosa con sus venas abiertas en un lento desangre.

 Aquel repliegue del 27 de junio de 1979 era como una gran procesión del santo entierro, donde cargábamos a nuestros cristos sangrantes en improvisadas camillas.  Al inicio de este èxodo de Managua a Masaya, se me encomendó cargar junto con otro combatiente, a Camilo, el mismo Camilo que había perdido a su mujer producto de un rocket; èl iba herido producto de una bala.  En el sector de Bello horizonte y del Dorado, Camilo combatió con arrojo; fuè en una de esos combates donde lo alcanzó una bala.  Luego, despuès de la caída de Somoza, no soportando la dolorosa pèrdida de su compañera y agobiado por una psicosis de guerra, Camilo se suicidó a tempranas horas de un amanecer en el mes de agosto del año 1979, en la esculea militar Oscar Turcios Chavarria. En dicha escuela, ubicada en el club de golf Somoza, Camilo era el jefe de nuestro pelotón; días antes de su sucidio, èl ya mostraba una actitud fuera de lo normal, algunas veces reía despuès de darnos alguna orden.  La noche antes de su muerte, se acercó a la camilla donde estaba yo sentado, puso su revolver en mi sien, a lo cual yo espantado, le repliquè que dejara de bromear de esa forma, descargando el tambor del revólver, èl me mostró que estaba sin bala, al día siguiente la detonación de una bala  de esa misma arma acababa con la tragedia que cargaba.

  El avance de la columna, aquella noche de lluvioso junio, fuè difícil y fatigoso, muchos se regresaron a Managua o extraviaron al quedar rezagados en medio de la oscura noche, cayendo en manos de la guardia somocista.  Despuès de recorrer 25 kilómetros, habíamos llegado al sector de Piedra quemada, ya cerca de nuestro destino a Masaya.  Con las primeras luces del amanecer apareció un avón vomitando rockets, haciendo blanco en el grueso de la columna del repliege.  Las ametralladoras en la vanguradia de la columna, trataron de repelerla, pero el maldito avión desaparecía y aparecía, por donde menos se le esperaba.  Los que no llevaban armas, no tenían más alternativa que tirarse al suelo. Pegado al suelo, queriendo que la tierra me tragase, sólo veía cuando el rocket impactaba muy de cerca, con aquel aterrorizante estruendo, y despuès de que el polvasal y humo desaparecía, veía chamuscados los despojos de los infortunados que habían sido impactados.

  Una lluvia empezó a caer, como llorando el cielo por aquella masacre, fuè así que logramos avanzar hacia nuestro destino.  Entre el grupo que avanzábamos rezagados, iban Luisa Amanda Pineda, la misma campesina que había denunciado a la guardia por la múltiple violación que fuè víctima.  Mientras corríamos aprovechando que la lluvia detenía el actuar mortal del avión, nos topamos con cadáveres; al detenernos  para reconocerlos y buscar como sepultarles, me impactaron dos muchachos, que parecían estar vivos, con sus ojos abiertos inquiriendo al cielo. Enterramos a algunos a la sombra de un árbol, dejando una seña para identificar el lugar.

  En el sector de Piedra quemada, tambièn perdimos a Lucy, a la cual había conocido en las noches lluviosas de las barricadas en Bello Horizonte. Dicen que murió pidiendo un balazo, para apurar la muerte, ya que un charnel la desangraba dolorosamente por la vena femoral.

  Luego de llegar a Masaya y descansar en el Instituto Don Bosco, nuestra unidad fuè ubicada en el sector aledaño al fortín del Coyotepe. Allí realizamos vigilancia, resguardando el posible ingreso de la guardia que había quedado y bajaba del fortín. Tambèn por allí tuvimos un encontronazo con la guardia, donde seis combatientes de Managua quedamos despuès extraviados sin saber por donde los guardias nos acechaban.

  Una noche en que dormía en el cuartel, antes de mi turno de posta, "Tita", que dormía al lado mío, me despertó osadamente con tremendo beso en mis labios; para cualquiera de mis compañeros, con aquel celibato rezagado, aquello hubiese sido un premio de los dioses de la guerra, en cambio yo aterrorizado, me di vuelta simulando profundo sueño. Hubiera mejor, deseado como premio, que el mismo Zeus, convertido en águila me raptase como a Ganímedes, llevándome lejos de la muerte que nos acechaba en aquellos días terribles y húmedos de Junio de 1979.

Otto Aguilar
Berkeley, 2/13/2014

Párrafos de "Hojas suelats de un desdiario" -
Imagen: dibujo en acuarela sobre papel, Moscú 1985