Thursday, November 29, 2012

Santitos en un rincón del corredor.



 ... al dejar la prisión que las encierra
   que encontrarán las almas?
                                Josè Asunción Silva

  En la algodonosa neblina de aquella mañana, el metro que me llevaba de Berkeley a la ciudad de San Francisco crujía como de costumbre; el chirrido sobre los rieles ensordecía el tintineo de mis acufenos, causante de mi perenne insomnio, insomnio que interrumpía constantemente mi rutinaria muerte nocturna.  En el trayecto abrí al azar una antología de cuentos de Sergio Ramirez que llevaba conmigo y, en el cuento titulado Perdón y olvido, leí: "Los dos habían muerto hacía años, mi madre de cáncer en los pulmones porque fumaba como una loca", sorprendido por la coincidencia fatal de estas líneas con el motivo de mi viaje en aquel tren, cerrè rapidamente el libro en un gesto de espantar aquella terrible posiblidad de la muerte. El metro crujiendo metalicamente continuó su recorrido a mi destino, sus ventanas eran canvas en blanco donde un pintor esbozaba y a la vez borraba grisallas de un tenue marrón verde-olivo de lejanas montañas, de edificios y callles donde la rutina imponía su curso.  Indiferente a cualquier dolencia o a cualquier placer de sus pasajeros, el tren avanzó penetrando aquella neblina como entrando en un  sueño.

  Cuando ingresè a la sala del apartamento disimulè el impacto de mi rostro, al ver su desvencijada figura entre almohadas acomodadas de tal forma que le permitiesen no sentir el dolor o la incomodidad de la carne flácida presionada contra sus huesos. En su cama especial de convalesciente, èl sin percatarse de mi presencia permaneció unos instantes contemplándose en el espejo que su esquelètica y temblorosa mano sostenía.  Que lo impulsaba a contemplarse?,  vanidad rezagada?, curiosidad?, tratar de reconocerse a si mismo, en aquel  espectro que ahora el espejo le arrojaba inmesiricordemente a sus ojerosos ojos?; èstas y otras preguntas en mí, sonaban como ecos fatales, martillando angustiosamente en un futuro quizás no muy lejano, mi propio final. Sería yo capaz de buscar mi desvanescente rostro tratando de reconocerlo en las quietas aguas de un espejo, en la antesala de mi muerte?.

  - La enfermedad es indignante así como la vejez tambièn lo es - me decía el poeta cuasi centenario don Chepito Cuadra, cuyo frágil y quijotesco cuerpo parecía una marioneta a punto de desarmarse al abrazarle en cada una de mis visitas, allá en su casa de la colonía Centroamerica, en Managua.

  Cuanto le debe pesar al alma tan etèrea, desprenderse de ese acostumbrado y frágil cuerpo!, de ese cuerpo que supo de placeres, de caricias, de sensaciones inexplicables como aquellas de sentir en ciertas ocasiones atravesar otras dimensiones intuyendo un pasado ya lejano o quizás un futuro ya vivido como si fuesen premoniciones de sueños.  En ese salto final quizás por breves instantes, tal vez aturdidos encontramos la repuesta al arcano de la existencia, y a esa sensaciones donde pasado y futuro tienen su contrapunto en un fugaz presente o, quizás en ese momento acaba todo, sin darnos cuenta que lo que llamábamos alma, conciencia o lo que sea, era sólo el reflejo del complejo sistema neuronal reaccionando a velocidad de la luz, en cada estímulo del mundo exterior sobre nuestra máquina de carne llamada cuerpo.


  Colocó el espejo a un lado de su cama y mi hizo seña de que me le acercara, me pidió le ayudara a mover en otra posición su pierna derecha acomodándole otra almohada; despuès le puse uno de sus calcetines que se había caído de su esquelètico pie. Me mostró una pulsera hecha de pequeñas cuentas que tenían impresas imágenes de santos, pero que podía decirle un incrèdulo como yo?, un ex creyente que había huido de aquella iglesía de San Josè y demás santos a la edad de 13 años?.

  Tanto había que conversar entre nosostros, aún!;  hacía unos meses que ya no nos llamábamos por telèfono, nuestras  conversaciones fueron paulatinamente disminuyendo porque su traquetomía ya no le permitía el placer de hablar, esa capacidad rutinaria de emitir palabras la cual por ser una costumbre no nos causa admiración, pero para èl, el hablar era como un milagro, un lujo que èl ya no gozaba. Cuando se quedó dormido por la aplicación de más parches de morfina que a veces ya no calmaban el dolor, su madre me dijo conteniendo las lágrimas: - Mirá a tu amigo como está!, me duele tanto verle así... y tanto que le pedía dejar de fumar... pero nada... nunca me escuchó, al contrario se enojaba conmigo...  En ese instante recordè las líneas del libro de Sergio Ramirez, como un contra punto fugaz de cruel coincidencia.

  Impotente al escuchar las quejas, los lamentos de la madre, sin saber que decir, lo único que se me ocurrió fuè instarle a que trataran de hablar, tratando de desahogarse y buscando el alivio que produce el perdón; despuès yo pensaba que aquello era algo dificil en el estado doloroso y de postración de èl.
 
  Me despedí de ella, aprovechando que èl seguía sedado por la morfina. Cinco días despuès de mi visita, yo le volvería a ver en la misma cama de convalesciente ahora convertida en su lecho de muerte.  Inmóvil estaba, con el rictus pintado en su rostro y su mandíbula sujetada ridiculamente con un pañuelo para disimular el cruel bostezo de la muerte.  Al abrazar a la madre y darle mis condolencias, pensè si ellos habrían tenido la oportunidad del perdón, si es que había algo que perdonarse entre ambos... pensè en ese momento, cuanto dolor!, cuanto daño podemos infligir a los seres queridos que nos acompañan en nuestra fugaz existencia!, y creyèndonos muy lejos de la muerte, aguardamos equivocadamente el último momento para el abrazo, para decir te quiero, para pedir perdón.

  Cuando salía de la casa, ví un altar con muchos santitos que en un rincón del corredor su madre había colocado; las llamas de las velas votativas agigantaban a los santitos en sus sombras arrojadas sobre la misma pared donde varios retratos de mi amigo fallecido sonriente mostraban la indolencia de sus años de juventud.

Otto Aguilar- Berkeley Nov-29-2012
Imagen: Gonzalo Andrès Diaz Jopia  https://www.flickr.com/photos/fotografia_gonzalo/5717137057/