Saturday, November 8, 2014

Caravaggio en el Palacio de invierno.


"Tu sabes que yo te adoro...
que fuí tuyo" Jacques Arcadelt


  En una de las salas del museo Hermitage en San Petersburgo, un efebo de sonrosada tez, tañe un laúd, en la partitura que aparece bajo el laúd, se puede leer: "Tu sabes que yo te amo, que yo te adoro... fuí tuyo".  Contemplando esta pintura titulada El tañedor de laúd, del Caravaggio, cuyo gènero Vanitas de tema simbólico sobre  lo efímero de los placeres frente a la inevitable muerte, no cabría otra postura más que la de la visión remota en el tiempo, que nos puede llevar hasta el s. XVII al estudio del pintor italiano, cuando aplicaba sus últimas pinceladas a los labios sensuales de su efebo, para luego con sus manos aún manchadas de pintura y con uñas sucias, igual a las que sus modelos pintados exhiben, verle ahí mismo sodomizarlo, practicando el sexo fuerte, agresivo, soberbio como su misma obra!; sexo sadomasoquista como sus mismos temas pictóricos de degollamientos.  Esos temas de degollamientos le obsesionaban, como seguido el mismo por posibles condenas a sus crímenes, como aquel del asesinato de un hombre con su daga en una de sus trifulcas callejeras.  Era la Italia cruel, cuando las ejecuciones públicas eran montadas como espectáculo circense; esa Italia de papas simoníacos, dueños de prostíbulos y vendedores de indulgencias, de bulas papales que incluso perdonaban al criminal antes de que cometira el crímen; papas corruptos, ambiciosos y lujuriosos entre los cuales Caravaggio había encontrado a muchos de sus mecenas.  Esa Italia cruel y sus ejecuciones públicas le perseguían, como aquella escena que impregnada de sangre quedó en la cámara oscura de sus acuciosos ojos, cuando junto con la artista Artemisia Gentileschi que le acompañaba, contempló en el puente del castillo de San Angelo la ejecución por degollamiento de los Cenci, de Beatrice Cenci, de la madrasta y hermano de Beatrice Cenci.. Artemisia tambièn habría de quedar traumada para pintar igual que èl, temas de  degollamientos como sus pinturas tituladas "Judith degollando a Holofornes".

 ¿Como había llegado hasta el Hermitage en Rusia, esta obra del Carvaggio?, a ese palacio de invierno de aquel período de los suntuosos afrancesados zares, palacio que la zarina Catalina la grande atestó de cuanta obra maestra pudo adquirir, hacièndolas llegar desde los países más remotos.

 En alcobas decoradas con malaquita y oro, iluminadas por grandes chandeliers, Catalina, amante de las artes, tambièn disfrutó quizás de un sexo tan ardiente con sus apuestos amantes, como el que gozara el mismo Caravaggio con sus modelos.  Ahora, el turista de todas partes del mundo va y viene en esas alcobas, donde la zarina Catalina se desahogaría en otras èpocas con sus amantes rusos, toda su libido reprimida con el zar ideota al cual destronó, con el cual fuè casada siendo muy joven. Esos sus fogosos amantes jóvenes de labios libidinosos, tambièn hubiesen sido inspiración pictórica y, a la vez desahogo de  lujuria sexual del explosivo pintor italiano... y quizás a Catalina como a Caravaggio, sus amantes de turno, en el acto mismo de la cópula entre suspiros y jadeos, murmuraron a sus oídos: "Tu sabes que yo te amo... que te adoro... que soy tuyo".

(Imagen: pintura El tañedor de laúd- del Caravaggio en el Hermitage, San Petersburgo, Rusia. Texto: Otto Aguilar - Berkeley, 8 de Nov. de 2014 )

Friday, October 31, 2014

El trampolín del Golden Gate.



  Colgando en la lontananza algodonosa de la bahía de San Francisco, el puente Golden Gate luce cual gigante e inocente pieza de Lego color rojo.

  En pasadas ocasiones le había visitado, y siempre su majestuosa estructura me provocaba sudor en las manos por mi fobia a las alturas; caminar cerca del borde peligroso del puente, me provocaba cierta sensación de vulnerabilidad, quizás la misma que pueda experimentar un novato funambulista al avanzar en su cuerda floja desde una altura peligrosa, donde un leve paso en falso sería una segura muerte.

  El puente constantemente estaba atestado de turistas, pero esa tarde era una rara excepción, no había ni un alma!, excepto la mía que arrastraba todavía mi indolente cuerpo, levitando entre los copos de algodonosa neblina que inundaba la zona peatonal y ascendía hasta borrar las altas torres. Densa era la neblina, cual lienzo blanco donde de vez en cuando una leve grisalla verde ocre, esbozaba retazos de verdes montañas que circundan la bahía; ensarrados riscos y montañas, aparecían y desaparecían allí donde el sol lograba penetrar la algodonosa e impoluta nada envolvente.

  Helada ventisca, leves murmullos en medio de un silencio sepulcral me empujaban cual intruso invadiendo un sueño ajeno. Mientras sigiloso avanzaba, observè de súbito entre la zona peatonal en que caminaba a varias mujeres y hombres de diferentes edades, caminaban algunos cabizbajos, otros serenos contemplando hacia abajo las heladas aguas de la bahía.

  Los abocetados peatones aparecían y desaparecían, envueltos en asèpticos copos de algodonosa neblina. Por breve instante, los espectros de estos imprevistos visitantes, se delineaban con mayores detalles a medida que se acercaban hacia mí. Uno de ellos, cuya lánguida mirada de ojos azules, reflejaban el aqua del agua de la bahía, llamó mi atención por la belleza de su jóven y pálido rostro; su estilizada figura cual estatuilla de mármol, inmutable pasó junto a mí en sentido contrario. Un vago presentimiento se prendó de mí, la belleza viril de aquel efebo me hizo volver la mirada en su búsqueda, antes que la nada envolvente se lo tragara. Lo único que logrè alcanzar ver fuè el ágil y preciso momento en que el salto mortal de aquel efebo, iniciaba su fatal descenso de la gigante pieza de color rojo del Golden Gate, a travès de los bordes abismales del puente; en un santiamèn el salto como de un trampolín, cinco segundos de largo camino hacia abajo, repetido innumerables veces en aquel puente, se repitió ante mis impávidos ojos. Corrí hacia el lugar donde èl había saltado para buscar rastro del clavado mortal, hurguè hacia abajo en el vacío, pero incrèdulo notè que no había ninguna seña del suicida, sólo las heladas y quietas aguas de la bahía. Girè mi rostro, y con mis desorbitados ojos busquè al resto de imprevistos peatones en el puente, pero estos ya no estaban; aligerè el paso huyendo aterrorizado, y mientras corría, en mis oídos sonaba estentórea la palabra: SALTA, SALTA, SAAALTA, SAAALTA.... tambièn sentí en el palpitar de mi cerebro pasos acelerados, eran el eco de sus pasos recorriendo los oscuros recovecos y pasillos de mi bóveda craneal. Espantado escapè corriendo, mientras me alejaba y mi abocetada existencia era devorada por la densa neblina, las voces en mis oidos se fueron perdiendo con el murmullo del viento y de las quietas aguas de aquella bahía.

Foto y texto: Otto Aguilar

Saturday, August 16, 2014

Volverè, pero no en vida.


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"Volverè, pero no en vida,
que todo se despelleja
y el frío la cal aqueja
de los huesos. Que atrevida 
la osamenta que convida
a su manera a danzar!
No la puedo contrariar:
la vida es un sueño fuerte
de una muerte hasta otra muerte,
y me apresto a despertar"

Severo Sarduy

  En el brumoso pueblito de San Ramón los animales domèsticos poseían esa torturante habilidad de presentir el peligro, ese instinto de conservación que los ponía en ventaja en relación a los humanos, avisándoles de fatales cataclismos.  Sin embargo ese instinto no les salvaba de la muerte a manos de los humanos, sus dueños depredadores.  Por eso los cerdos sabían sin lugar a dudas que cada vez que moría un humano habitante del pueblo, tambièn unos de ellos debía despedirse del resto de sobrevivientes cerdos del chiquero.

  Aquella gèlida noche el muerto de turno yacía bien muerto envuelto en su mortaja, con un pañuelo rojo de lazo cursi para mantenerle la boca cerrada. Había muerto en la tarde,  así lo anunció en la víspera el canto lúgubre de los gallos del caserío de abajo; así lo diagnosticó el curandero del pueblo al examinar el pulso y las pupilas dilatadas del occiso y, así lo pregonó la voz chillona, gargajienta de los megáfonos de la barata, camioneta que recorría destartalada anunciando todo tipo de noticias, ya sea de los vivos o de los muertos, por las callecitas polvosas del brumoso frío pueblo de San Ramón.

 Según la costumbre: "el muerto al hoyo y el vivo al bollo", se sacrificó al cerdo de turno.  El pobre cerdo a pesar de sus desesperados gruñidos, como protestando de que por què a èl y no a otro?, a pesar de sus pataletas luchando por su vida intentando infructuosamente escaparse de la muerte, fue sacrificado y convertido en fritos, chicharrones, morangas y nacatamales.  Duró más tiempo el sacrificio y la preparación del cerdo, que lo que duró en ser engullido a travès de los voluminosos abdómenes de los compungidos concurrentes a la vela; pasando así la grasosa carne del puerco a ser parte de las ya grasosas tripas de los llorosos depredadores humanos asistentes de la vela.

  Hartos de fritos, morongas, nacatamales y de guaro, los desvelados de la vela reían y lloraban de acuerdo a la ingesta del etílico elixir; elixir, el cual los volvía más bipolares o dramáticos que las mujeres, las cuales ocupadas iban y venían unas en distribuir las viandas y el guaro, y otras a la par de las plañideras elevaban oraciones rogando al altísimo por el alma del recien muerto.

  Por la mañana se llevaron en hombros el ataúd a la iglesia; bamboleándose iban los cargadores por efectos de la resaca como si fuesen promesantes cargando al santo patrono del pueblo. El tañido de las campanas al recibir al finado y su comitiva, espantaron a las palomas cagonas del campanario, quienes revoloteando en círculos luego regresaron perezosas al mismo lugar con gorjeos de protestas.  El ataúd de madera rústica fuè depositado en dos taburetes frente al altar mayor de la iglesia, donde coronas de flores de papel con lirios y flores de muerto se colocaron amontonadas junto al ataúd.

  El curita salió por un extremo del altar, los asistentes que desvelados y cansados se habían sentado, se pusieron de pie.  Extendiendo sus brazos el cura empezó su responso: -Queridos hermanos!, estamos aquí reunidos para dar nuestro postrer adiós a Otto, cuya alma ya se habrá reunido en el cielo con nuestro padre todo poderoso en el gozo de la vida eterna, con los  ángeles, arcángeles, querubines, serafines y demás santos de nuestra cristiandad! - suspiros, sollozos y sacudideras de narices mocosas interrumpieron de pronto al curita, el cual carraspeando continuó: - Otto fuè un alma de dios, en esta misma iglesia fuè bautizado... todavía recuerdo sus chillidos cuando sintió el agua helada remojarle su mollera - risas de los presentes interrumpen al curita, el cual siguió con su responso - tambièn en esta iglesia Otto recibió su primera comunión y ahora... - el padre detiene de súbito sus palabras cuando atónito igual  que todos los presentes, observa como el ataúd se ha movido tambaleándose peligrosamente en los taburetes... - madre santísima!- gritaban unos, - las tres divinas personas!,  exclamaban otros-  y entre gritos de espanto la muchedumbre corría, escapando como alma que lleva el diablo de aquella iglesita.  Entre aquel pandemónium de gritos de las mujeres, se escuchaban las exclamaciones de los ebrios - a la puta! - no jodás! - algunos de los cuales por el tremendo susto, se les aflojaron las tripas despidiendo flatulencias que apestaban a mierda de puerco.

  Mientras todos buscaban por donde salir, escapando hasta por las ventanas, Otto, libre de su mortaja, libre del pañuelo que sostenía su boca cerrada y afuera de su ataúd, de pie junto a su madre y con fruncido ceño, le reclamaba el incumplimiento de su último deseo: no llevar su cadáver a ninguna iglesia, ni traerle a ningún cura a administrarle santos óleos. La madre con rostro emocionado del cual no se sabía si era de alegría, de asombro o de espanto, le decía - Hijo, yo pensè que no te darías cuenta, pues pensaba que estabas bien muerto!.

  En medio de la iglesia vacía, con sillas patas arriba y flores tiradas por todos lados, la madre abrazaba a Otto, mientras los santos desde sus nichos con miradas perdidas en el vacío, parecían decir - yo no fuí!... en el aire flotaba un potpourrí de olores de flores de muerto y de lirios con olor de incienso y de apestosas flatulencias con olor a puerco.

(Otto Aguilar - Berkeley, 16 de julio de 2014)
Imagen: digital collage - Otto


Tuesday, July 29, 2014

Efebos del Caravaggio.

  El gemido se ahoga entre el murmullo de un río y unas lejanas voces, creo es el río Coco, arabesco plateado que raudo serpentea entre oliváceas y sarrosas riberas, como corren los ríos caudalosos entre las vaporosas selvas en las pinturas de Armando Morales. Recónditas selvas donde el turquesa-ocre estalla entre el olivo sarroso de una quietud hierática. Las intrincadas y pequeñas pinceladas de sus pinturas, se alternan al efecto del raspado de la cuchilla, que hiere y penetra muchas capas de un tumultuoso pasado. Las voces, quizás aquellas voces de jóvenes soldados chapoteando con sus desnudos de bronce y, las bromas!, las jocosas bromas que mencionan atributos sexuales, que van desde el más dotado cual brioso garañón, hasta el que esconde tímido las "verguenzas" bajo las cristalinas aguas. Allí el machismo ingenuo y cruel alardea y coquetea suscitando celos, envidias en unos, mientras en otros admiración y hasta escondidas y prohibidas atracciones. Pero la camaradería soldadesca del rubio Whitman, en la soledad de hombres sin mujeres, busca el desahogo en los más atrevidos, en esos donde el amor de Lorca repartió coronas de espinas. Entre esos soldados del río Coco recuerdo haber visto chapotear cual niño lúdico a más de algún Caravaggio de temple aguerrido y peligroso, fornido y de rudo entrecejo, al cinto la daga. Daga que él empuñara con la mano virtuosa con la cual su pincel degollaba haciendo saltar del cuello de Holofernes borbotones de púrpura sangre sobre los blancos y platinados lechos de Judith. Era la misma mano concupiscente que igual que procuraba placer a su efebos también podía cortar viriles gargantas". (Párrafos del relato  "Pupilas insomnes).

Otto Aguilar
Berkeley - 7/12/2014

(Pintura "Efebos del Caravaggio" acrylic on paper - 22 x 30 inches - Otto Aguilar)                  

Tuesday, July 15, 2014

Rèquiem en un tren noctámbulo.


  "Para que estos holocaustos de seres humanos fuesen 
más horripilantes, se realzaba el espectáculo mediante 
procesiones de cadáveres exhumados y herejes en efigie...
La procesión presentaba una disonancia artísticamente 
aborrecible de tonalidades rojas y amarillas, mientras desfilaba,
al compás de la música de salmos farfullados y alaridos y gemidos..."
                                                  John Addington Symonds

  Pasajeros sonámbulos suben y bajan en cada estación de un tren noctámbulo, se apoltronan en las butacas y fijan sus insomnes pupilas a travès de las ventanas del tren. Esas pupilas a travès de las ventanas del tren, iban atisbando fugaces aquelarres nocturnos en su rutinario recorrido.  Las insomnes pupilas iban buscando destellos de otras pupilas insomnes, que asomaban curiosas desde las ventanitas de los caseríos de pueblos oscuros, por donde el tren pasaba.

  El tren sigue atravesando entre oscuros caseríos de titilantes ventanas; ventanas, desde las cuales otras pupilas insomnes, creen vislumbrar a rutinarios pasajeros sonámbulos a travès de las ventanas de luces mortecinas y temblorosas del tren.

  Esa noche en aquel tren, viajaban dos insomnes efebos. De miradas soslayadas, los dos efebos trataban de disimular ante el resto de pasajeros la condenada atracción de fuego impío que incitaba sus concupiscentes carnes; fuego que quemó carnes pretèritas en hogueras inquisitoriales; carnes de condenados  efebos en hogueras encendidas por Savonarolas color púrpura. Savonarolas que aún reptan en sacros palacios, en esos sacros palacios donde efluvios de semen e incienso como ritos de sectas paganas, se mezclan  afrodisíaca y sagradamente per secula seculorum.

  En el sacro palacio de la Capilla Sixtina hay desnudos renancentistas como aquel pandemónium de cuerpos entrelazados del "Jucio final" pintado por Miguel Angel; en dicho mural el pintor Volterra, llamado el "pinta calzones", mancillando la obra sublime del genial Buonarroti, cubrió con calzones las verguenzas de los condenados; porque para los pornócratas de dichos palacios, penes y pubis pintados provocaba las erecciones bajo sus sotanas impías.

  Los dos efebos, desde las ventanas del tren, divisaban a lo lejos aquelarres alrededor de fogatas que chisporroteaban entre los caseríos; compungidos observaban esos "autos de fè", con olor a carne quemada. Cabizbajos iban entonando un rèquiem increscendo a esos condenados evaporados en hogueras inquisitoriales, mientras el tren noctámbulo seguía arrastrándo a los dos efebos a sus ignotos destinos.

 Del rèquiem de los efebos, con voces de eunucos quejumbrosos, entre pausas del trastabilleo de los vagones sobre los rieles, se escuchaba una interminable lista de nombres, entre la lista estaban: John de Wetree, Giovanni di Giovanni, Jackes Chauson, Claude Petit, Jacopo Bonfadio, Franceco Calcagno, John Atherton, Lisbetha Olsdotter, James Pratt, John Smith, Jerome Duquesnoy, etc, etc, etc... y la lista de condenados en la hoguera mencionados en el rèquiem era interminable, como interminables los "autos de fè" que perdidos en el tiempo fueron ordenados por aquellos pornócratas púrpuras y, ejecutados por los "domini-canes", (los perros de Cristo) que en los palacios sacros levitan aún entre efluvios de semen e incienso.

Otto Aguilar 
Berkeley - 7/15/2014

Imagen: "Auto de fe" - acrílico/papel - 22 x 30"

Wednesday, May 7, 2014

Cuando vos y yo hace mucho tiempo ya no estemos...



  Cuando siglos despuès de nuestro idilio, las atesoradas imágenes del recuerdo, esas nuestras fotos en blanco y negro que cargamos de ciudad en ciudad, esperando algún día el anhelado reencuentro... cuando esas imágenes de congelados abrazos frente al teatro Bolshoi en Moscú, o aquella foto donde estamos al pie de la estatua de Yuri Dolgorukiy, quien montado en su corcel de bronce, nos señalaba con su dedo amenazador y acusativo… cuando esas imágenes de febriles pasiones, se hayan desvanecido bajo el inexorable paso del tiempo… cuando todo vestigio de nuestra prohibida pasión, ya no incomode a la mojigata moral, y sea sólo una nota curiosa y extravagante de colección para raros anticuarios de siglos holográficos por venir, entonces, arpillados seremos en tiendas de antiguedades, cual acartonados personajes muy siglo XX, junto a personajes color sepia muy siglo XIX.
  Seremos relíquia costosa de momificadas pasiones de un mundo raro ya extinguido, palimsestos de antiguas culturas y, quizá así como ahora los antiguos papiros son objeto de estudios por los especialistas, así tambièn lo serán nuestras apasionadas cartas y los desnudos que de tu juvenil cuerpo plasmè, cuando nos aferrábamos desfallecientes en nuestra despedida, enlazados nuestros cuerpos en aquel cuarto de tu pensión de actor en la ciudad de Tula. Relíquias que serán del interès y de la comprensión sólo para esos raros especilaistas de anestesiadas èpocas por venir; èpocas donde las pasiones y los sentimientos, serán mercancías raras que deberán de comprarse cual costísimo opio guardado en bellos camafeos de filigrana rococó, donde labrado en oro tu efigie de Antinoo ruso, bordeado con la frase que hiciste muy tuya: "Bèsame mucho", llevará decorado. Serán pócimas de extinguidas y raras pasiones, las cuales serán adquiridas para su gozo, sólo por la elite que pagará por ellas altas sumas de dinero; así como hoy esa èlite goza y paga por vivir en exquisitos y selectos micromundos.
Cuando vos y yo hace mucho tiempo ya no estemos en èste "ser o no ser".
(Texto y dibujo por Otto Aguilar)

Monday, May 5, 2014

La materia de los sueños.




  Aprisionada en posición fetal y bajo asfixiantes escombros, ella yacía. Bastaron unos segundos despuès del fatídico cataclismo, para que todo su pasado se proyectase en retroceso a la velocidad de la luz.

  Despuès de contemplar su holográfico pasado, hecho de la materia misma que están hechos los sueños, un chisporroteo de destellos lumínicos y enceguecedores la rodearon. Ella ya no experiementaba el agudo dolor que aguijoneaba su pecho unos segundos antes; entonces pudo contemplar su mismo rostro, surcado por las cicatrices del tiempo, su cabello cano, su frágil y anorèxico cuerpo, cual ángel etèreo que doblegado y sepultado yacía por escombros de lo que fuera su aposento.  Mientras indolente ella contemplaba ese su rostro familiar, que asomó tantas veces con discreta coqueteria juvenil en los espejos, escuchó de pronto unos gritos que le llamaban, intercalados de gemidos, llantos y plegarias que hacían estremecer a cualquier alma. Reconoció a dos de sus nietos, quienes atribulados llamándola la buscaban entre los escombros; ellos eran: el mayor y el otro el nieto artista tímido y ermitaño. Al verlos por última vez, intuyó sus destinos y, la verdad última de sus existencias, incluso supo del secreto que torturaba a su nieto artista.  Todo encajaba ahora en aquel rompecabeza que había sido su vida.  Fuè una visión fugaz y breve como un segundo, lo que dió las respuestas a tantas interrogantes; sólo que ella ya no era ella.

  Mientras se elevaba cada vez más, a la luz del alba, ella iba contenplando desde arriba el montón de escombros del resto de casas vecinas, y de lo que quedaba de su hogar en el barrio Boer de la vieja Managua; luego divisó la catedral, cuarteada y con el reloj del campanario detenido marcando las 12:30 am... y se elevó más y más, contemplando a lo lejos sólo una esfera luminiscente flotando en el oscuro espacio.

  De la oscuridad pasó a una luz intensa, donde otros mundos implosionaban, supernovas aparecían y desaparecían, dejando en su lugar huecos oscuros devoradores de mundos y, destellos de luz que atravesaban milenios llegando a pupilas telescópicas de futuro insospechado en el inconmensurable espacio. Otros seres etèreos pasaban raudos junto a ella, ella que ya no era ella; una música de galaxias distanciándose unas de otras, se escuchaba...  luego vino el eterno silencio.

Otto Aguilar

Thursday, February 13, 2014

Anacoreta insurrecto.

                                   

  Cuando llueve mi memoria suele exudar los recuerdos de aquel húmedo Junio, en la insurrecta  Managua de 1979.  Aquellas barricadas levantadas en avenidas y calles de la capital y del resto del país paralizado, daban la impresión de que Nicaragua se había cortado las venas dispuesta a morir desangrada, antes de seguir soportando tanta injusticia impuesta por la dinastía de los Somozas, prolongada por más de cuatro dècadas.

 En esos días aciagos de insurrección contra la tiranía somocista, mi mente y cuerpo tambièn se insurreccionaban contra los prejuicios que reprimieron en mí durante mucho tiempo, el placer de ser yo mismo.  Curiosamente esas dos insurrecciones estallaron en mí al mismo tiempo, complementando y enriqueciendo la una a la otra a tal grado que me provocaban un estado de euforia total!. Un año antes, en una de las protestas de universitarios de la UNAN que llegó hasta la UCA, había sido bapuleado por uno de los guardias que lograron cercarnos a varios estudiantes que no logramos huir; allí frente al viejo portón de la UCA, nos pusieron a recoger piedras que les habíamos lanzado, fuè en una de esas en que me descuidè tratando de ver por donde podía fugarme, cuando me cayeron los riendazos. Luego fuimos montados en un becat con rumbo desconocido, la llamada de consulta de nuestros captores a algún superior, salvó nuestras vidas.

  Yo, que no había tenido ni una trifulca en mis años escolares, algo muy común a esa edad; yo, que siempre había evitado todo tipo de juego violento, que siempre había detestado la grosería y las crueles bromas de mis compañeros de clase, me había transformado de la noche a la mañana en un insurrecto, dispuesto a la inmolación si fuese necesario.  En esos cruentos días,  me asombraba de mí mismo, igual cuando a veces alguien más adentro de uno mismo, se extraña de la imagen que de nosotros el espejo arroja ante nuestros ojos.

 Las primeras embestidas de la guardia intentando desalojarnos de los barrios orientales, era un desvalanceado duelo a muerte. Las bombas de quinientas libras empezaron inclementemente a caer en los barrios insurrectos, ocasionando la muerte de civiles, a pesar de estar vigilando el cielo donde se veía caer aquel barril mortal.   Las avionetas "Push and pull" sobrevolaban sobre los barrios disparando sorpresivamente sus mortales rockets.  En los primeros días, las tanquetas lograban penetrar algunos barrios a pesar de la resisitencia en las barricadas, permitiendo así el avance de la guardia que venía detrás de ellas; esto produjo unas primeras retiradas de los insurrectos, la guardia realizaba entonces la "operación limpieza" donde algunos jóvenes eran detenidos o ejecutados en el lugar, muchos de ellos señalados en los mismos barrios por "orejas" adeptos a la dictadura.  En los retenes instalados por la guardia, todo ciudadano pasaba la inspección de las manos, los codos y las rodillas, buscando evidencias, señas dejadas por la labor de hacer barricadas o del combate.  Luego que la guardia abandonaba los barrios o fueran repelidos por el contra ataque de los guerrilleros urbanos, las barricadas volvían a surgir incansables y con más insurrectos que se unían cada vez más.

  Los primeros combatientes muertos que ví tirados en la calle provocaron mis lágrimas, pero al contrario de retirarme temeroso de correr el mismo final, encendieron en mí más coraje para combatir aún con ese miedo a ser atrapado por la mortal bala.  Pensaba entonces en lo injusto del momento, mientras en Nicaragua se desataba una guerra a muerte, el resto del mundo seguía en su habitual rutina; mientras en Honduras u otros países aledaños la gente iba a sus trabajos como todos los días, mientras algunos se divertían en bacanales, y quizás muchos haciendo el sexo en sus cómodos y calientes lechos, nosotros enterrábamos a nuestros muertos, nos secábamos las lágrimas y regresábamos al combate.

 Tras una fuerte embestida de la guardia, y bajo una noche de fuerte aguacero, los combatientes fuimos desalojados de los barrios orientales, teniendo que movilizarnos al sector de Bello Horizonte, Santa Rosa y Larreynaga.  Esa noche lluviosa en un patio oscuro de una humilde casa del barrio Santa Rosa, el cadáver de una mujer era velado en una mesa; ella había muerto cuando huía de los combates esa tarde, producto de la bala que había sido disparada a sus pies por un combatiente de un retèn, al no contestar ella la contraseña, pues era muda. En medio de la noche lluviosa y oscura, me tocó junto con Guayo, mi hermano mayor, la difícil tarea de ir a reconocer el cadáver de esta mujer, la cual estaba en una mesa cubierta por una sábana. Antes de ir a reconocer quien era aquella mujer, en  mi mente se había clavado la torturante posibilidad de que aquella mujer fuera mi madre, huyendo de los combates.

  Fue en ese desalojo de parte de la guardia somoscista, cuando una escuadra de retensión en la cual iba mi hermano Daniel (qpd), que se logró neutralizar a la tanqueta que había penetrado desde la carretera norte, y había avanzado hasta casi la entrada del mercado hoy Illamado Iván Montenegro.

  En ese sector de Bello Horizonte conocí a otros combatientes con quienes en las noches de posta de la barricadas, nos contábamos sobre nuestras sobre vidas, en aquellos momentos difíciles donde un ideal de justicia social y la muerte como contraparte nos igualaba a todos. Allí conocería a Martha Lucía Corea, Lucy, cuando una noche ella me llevara hasta la barricada donde posteba la nueva contraseña. Vagamente su imagen aflora en mis recuerdos con una moña que domaba su cabellera, y una espigada y delicada figura que contrastaba con la rudeza que añadía el fusil que cargaba, fuè de esos fugaces encuentros que dejan su huella perenne, sin haberle conocido más allá de lo que esos terribles días nos imponía.

  Tambièn conocería en esos días a "Camilo", uno de los corajudos combatientes, de serio rostro monimboseño. Un día tuvimos permiso de regresar a nuestros barrios Las Americas y La Sabana, para ver a nuestras familias y llevar algo de lo que pudieramos compartir de víveres, el bromeando me dijo  - yo lo que llevo son unos condones, pues tengo rato de no ver a mi mujer.  Pero despuès de reunirnos en el punto acordado para dirijirnos al puesto de mando de Bello Horizonte, Camilo iba encerrado en un impenetrable mutismo; esa misma noche despuès de un altercado con otro combatiente producto de haber ingerido ron, supe que a Camilo le sancionarían.  Despuès èl me contaría que a su mujer la habían enterrado algunos días antes de aquella visita en que el solo llevaba condones; un rocket de los push and pull de Somoza la había matado. Despuès se impondría su coraje o su deseo de venganza, o las dos cosas y de nuevo combatiría destacándose entre los demás por su intrepidez; quizás la vida ya no le importaba, pero antes de perderla, cazaría a unos cuantos guardias más. De uno de esos combates el sacaría un balazo, lo cual lo dejaría convalesciente por algunos días.

 Despuès de veintiún días de sangrientos combates contra la guardia somocista en Managua, con mucho cansancio, con muchos heridos y bajas recibíamos la orden una noche, de movilizarnos hacia la ciudad de Masaya ubicada a 25 kilómetros de Managua. El operativo parecía tan descabellado y suicida, pues teníamos que partir a media noche con alrededor de siete mil personas, entre combatientes y civiles comprometidos con la lucha, quienes sufrirían la represión que se desataría si se quedaban despuès de nuestro èxodo. Pero acaso, aquella insurrección no parecía descabellada desde sus inicios, al enfrentar a un ejèrcito armado hasta los dientes?.

 Y así comenzó a congregarse a media noche, aquella silenciosa columna con todos los combatientes de los diferentes barrios de Managua, la columna se engrosaba y alargaba cada vez más, como un sabio reptil que con mucho sigilo empezó a avanzar por veredas entre la insomne silenciosa y oscura ciudad.  Avanzábamos alerta al acecho de la guardia que seguramente nos estaba dando largas, para caernos en el momento menos pensado.

  Mientras cabizbajo caminaba con un sentimiento de derrota, en el inicio de aquel riesgoso repliegue de Managua a Masaya, en mi mente empezaron a proyectarse escenas de los difíciles días vivídos desde el inicio de la insurrección final en Managua. Recordaba a mis vecinos realizando vigilancia nocturna y compartiendo el pocillo de cafè, recordaba a don Nayito nuestro vecino a quien una noche se le olvidó la contraseña y angustiado respondía al posta - soy Nayito, soy Nayito!, recordaba a mis hermanos con quienes habíamos estado juntos en aquellos combates armados sólo con bombas de molotov o de contacto, recordaba a mi padre arrancando adoquines de las calles para con ellos construir las barricadas, recordaba verlo disparando con una pequeña pistola, (la misma con la cual había sacrificado una vaca para la comida comunal) entre varios combatientes, contra la guardia que se dejó venir sobre aquel pueblo atrincherado en la gran barricada levantada en el by pass del mercado hoy llamado Iván Montenegro; recordaba a mi hermano Daniel lanzando las bombas de molotov a la tanqueta que fuè neutralizada en su avance por nuestro barrio; recordaba a los jóvenes muertos que ví al inicio de la insurreción tirados en la calle con los ojos abiertos como inquiriendo al cielo; recordaba aquella mujer muerta en el sector de  Santa Rosa, cuando huía del avance de la guardia en nuestro barrio, la cual me hizo pensar en mi madre, mi madre ante quien me había arrodillado a pesar de mi ateismo, para recibir su bendición al despedirme de la familia en medio de la noche, antes de partir en ese posible èxodo sin retorno. Así partí escondiendo mis lágrimas, atrás quedaba Managua oscura y silenciosa con sus venas abiertas en un lento desangre.

 Aquel repliegue del 27 de junio de 1979 era como una gran procesión del santo entierro, donde cargábamos a nuestros cristos sangrantes en improvisadas camillas.  Al inicio de este èxodo de Managua a Masaya, se me encomendó cargar junto con otro combatiente, a Camilo, el mismo Camilo que había perdido a su mujer producto de un rocket; èl iba herido producto de una bala.  En el sector de Bello horizonte y del Dorado, Camilo combatió con arrojo; fuè en una de esos combates donde lo alcanzó una bala.  Luego, despuès de la caída de Somoza, no soportando la dolorosa pèrdida de su compañera y agobiado por una psicosis de guerra, Camilo se suicidó a tempranas horas de un amanecer en el mes de agosto del año 1979, en la esculea militar Oscar Turcios Chavarria. En dicha escuela, ubicada en el club de golf Somoza, Camilo era el jefe de nuestro pelotón; días antes de su sucidio, èl ya mostraba una actitud fuera de lo normal, algunas veces reía despuès de darnos alguna orden.  La noche antes de su muerte, se acercó a la camilla donde estaba yo sentado, puso su revolver en mi sien, a lo cual yo espantado, le repliquè que dejara de bromear de esa forma, descargando el tambor del revólver, èl me mostró que estaba sin bala, al día siguiente la detonación de una bala  de esa misma arma acababa con la tragedia que cargaba.

  El avance de la columna, aquella noche de lluvioso junio, fuè difícil y fatigoso, muchos se regresaron a Managua o extraviaron al quedar rezagados en medio de la oscura noche, cayendo en manos de la guardia somocista.  Despuès de recorrer 25 kilómetros, habíamos llegado al sector de Piedra quemada, ya cerca de nuestro destino a Masaya.  Con las primeras luces del amanecer apareció un avón vomitando rockets, haciendo blanco en el grueso de la columna del repliege.  Las ametralladoras en la vanguradia de la columna, trataron de repelerla, pero el maldito avión desaparecía y aparecía, por donde menos se le esperaba.  Los que no llevaban armas, no tenían más alternativa que tirarse al suelo. Pegado al suelo, queriendo que la tierra me tragase, sólo veía cuando el rocket impactaba muy de cerca, con aquel aterrorizante estruendo, y despuès de que el polvasal y humo desaparecía, veía chamuscados los despojos de los infortunados que habían sido impactados.

  Una lluvia empezó a caer, como llorando el cielo por aquella masacre, fuè así que logramos avanzar hacia nuestro destino.  Entre el grupo que avanzábamos rezagados, iban Luisa Amanda Pineda, la misma campesina que había denunciado a la guardia por la múltiple violación que fuè víctima.  Mientras corríamos aprovechando que la lluvia detenía el actuar mortal del avión, nos topamos con cadáveres; al detenernos  para reconocerlos y buscar como sepultarles, me impactaron dos muchachos, que parecían estar vivos, con sus ojos abiertos inquiriendo al cielo. Enterramos a algunos a la sombra de un árbol, dejando una seña para identificar el lugar.

  En el sector de Piedra quemada, tambièn perdimos a Lucy, a la cual había conocido en las noches lluviosas de las barricadas en Bello Horizonte. Dicen que murió pidiendo un balazo, para apurar la muerte, ya que un charnel la desangraba dolorosamente por la vena femoral.

  Luego de llegar a Masaya y descansar en el Instituto Don Bosco, nuestra unidad fuè ubicada en el sector aledaño al fortín del Coyotepe. Allí realizamos vigilancia, resguardando el posible ingreso de la guardia que había quedado y bajaba del fortín. Tambèn por allí tuvimos un encontronazo con la guardia, donde seis combatientes de Managua quedamos despuès extraviados sin saber por donde los guardias nos acechaban.

  Una noche en que dormía en el cuartel, antes de mi turno de posta, "Tita", que dormía al lado mío, me despertó osadamente con tremendo beso en mis labios; para cualquiera de mis compañeros, con aquel celibato rezagado, aquello hubiese sido un premio de los dioses de la guerra, en cambio yo aterrorizado, me di vuelta simulando profundo sueño. Hubiera mejor, deseado como premio, que el mismo Zeus, convertido en águila me raptase como a Ganímedes, llevándome lejos de la muerte que nos acechaba en aquellos días terribles y húmedos de Junio de 1979.

Otto Aguilar
Berkeley, 2/13/2014

Párrafos de "Hojas suelats de un desdiario" -
Imagen: dibujo en acuarela sobre papel, Moscú 1985