Wednesday, May 19, 2010

Retratos con pupilas insomnes.


"Oh sí, cantábamos todos
otra vez, que movimiento,
que revolución de soles
en el alma! Sonrieron
rostros de muertos amigos
saludándome a lo lejos
borrosos- pero què jóvenes,
que jóvenes sois los muertos!"

Jaime Gil de Biedma


Corría el año de 1986. En el mes de Julio yo realizaría unos retratos de combatientes del batallón Ramón Raudales, con los cuales montaría mi primera exposición, en la pequeña galería "El molejón" ubicada en el mercado Roberto Huembes, en Managua.

Esos días, en las montañas con el batallón, volví a vivir el aquelarre de las postas al filo de la media noche, la tensa espera de la emboscada con el frío mordiendo desde los tuètanos hasta la misma conciencia, conciencia que añoraba la seguridad y comodidad de la capital. Fueron amaneceres de èxtasis, donde un abrasador sol daba brochazos dorados-anaranjados sobre verdes oxidadas montañas, logrando por breves instantes trascender aquellos infiernos segovianos de la guerra, y entonces la vida pretendía lucir bella en todo su esplendor ante nuestras insomnes pupilas.


Quizás recorrí los mismos caminos, crucè los mismos ríos y parajes que mi hermano Daniel había recorrido con el mismo batallón donde èl combatiera como jefe de operaciones. Partí hacia las montañas algodonosas de Jinotega con el batallón, desde el hospital militar de Apanás donde èl había muerto a la edad de 24 años, hacía una semana.

Aprovechando los momentos de descanso o de postas de los soldados, ponía a un lado mi fusil y sacaba los lápices grafito, las tizas pastel y los papeles que cuidadosamente cargaba en mi mochila, cual reportero de guerra con su cámara fotográfica. El arabesco de línea fluida, las sombras y las luces apresuradas, esbozaban aquellos jóvenes rostros, no marcados todavía como yo, por la decepción en la utopía de aquel proceso revolucionario que se aferraba con dientes y garras. Entre las breves pausas mientras dibujaba, inevitables surgían los temas de conversación que afloraban entre soldados, en aquellos parajes abandonados de cualquier gracia divina:  - que cuantos hermanos eran en su familía... que quizá èl estaba vivo por las oraciones de la madre,  mostrándome a la vez, fotos de la madre o de la novia, que llevaban como amuletos contra las adversidades, o como estímulo para soportar los terribles soles en las cansadas y tensas caminatas, o para soportar las frías postas insomnes, y lo peor, para sobreivir del combate fatal con la contrarrevolución.

Cuando dejè el batallón, no sólo llevaba conmigo esos retratos de combatientes hechos a golpes de camino, entre veredas al acampar, o a la orilla del fogón, al amanecer, esperando el pocillo de cafè negro y apartando con la gorra los sayules. No sólo los retratos de estos jóvenes soldados llevaba, sino tambièn todas aquellas historias que me contaron, historias cargadas de coraje, de rabia, de nostalgia, y de la inevitable incertidumbre de regresar vivo a Managua o en un ataúd, el cual se le pedía a la familia muchas veces no abrir. Tambièn llevaba conmigo de regreso, aquellas anècdotas de mi hermano en los azares del feroz combate, anècdotas que èl no compartiera con la familia, en sus pases libre a Managua, pues la modestia era parte de su carácter.

En Septiembre de ese mismo año, morían en Pantasma víctimas de una emboscada, el jefe del batallón junto con dos de sus guardaespaldas; uno de ellos era un soldado estiliano al cual yo había retratado. Y muy probablemente hubieron otros de esos soldados, que tambièn corrieron la misma suerte y a los cuales esbocè su posible último retrato.

Algo me hace pensar y ser un poco superticioso, ahora en el recuerdo de esa exposición ya lejana, y es que tambièn acuden a mi memoria los dos amigos pintores que me ayudaron a colgar estos retratos a la pared en aquel tramo del Huembes, convertido en pequeña galería: Oscar Rodriguez y Boanerges Cerrato, quienes al final brindaron conmigo con unas jícaras de helado tiste; amigos que tambièn hace ya algunos años han partido en ese viaje sin retorno.

Desempolvando estos recuerdos, reflexiono en lo frágil de nuestras vidas, y lo pasajero y fútil de nuestras utopías, que van devorando tantos fulgores!.







Otto Aguilar
 Berkeley -  5/19/10, 11:50 AM

Thursday, May 13, 2010

Atando cabos de funambulista.



Atando cabos de funambulista,
entre grito de niño recien parido
y estertor de hombre que muere,
lapso de hilvanado hastío
con pausas de breves crescendos que,
deshacen nudos y suscitan pregunta fatal
de ojos en blanco mirando hacia adentro,
tras la erizada piel hollada por sonámbulos,
como la tierra hollada por humanos.

Atando cabos
cuando giramos con el planeta,
como funambulistas temerosos de caer
de la cuerda floja levitando en espacios,
donde el ayer siempre habita
y el deja vu nos aguarda con sus repetidas poses,
hace nudo en la garganta y enturbia los vítreos ojos,
que reflejan aparente vida
cual espejo arrojando nuestra mutante imagen.

Atando cabos de funambulista,
entre paranoicas palabras,
cual bandadas de golondrinas al caer la tarde,
sobre texturas sarrosas de estridentes soles que,
han iluminado y quemado
milenarias y sonámbulas civilizaciones,
arrumbando sus majestuosos palacios.

Atando cabos
de equilibrista en la cuerda floja de mi vida,
hilvano los escasos crescendos al eterno hastío,
destilando en embudos de papel,
mis otros yo pululantes desconocidos,
entre mi grito de niño recien parido
y mi estertor de hombre que muere.

Atando cabos de funambulista...

Otto Aguilar
Imagen: Vacíos - Tiza pastel/papel - 22 x 17"