Saturday, August 22, 2009

En los recovecos de la memoria.




"Mi destino!, Bonita farsa la vida,
esa misteriosa disposición de despiadada lógica
para una finalidad inútil!" - El corazón de las tinieblas
                                                               Joseph
Conrad


  Ellos ya no pululan en  las movedizas arenas del planeta; ellos, las víctimas de aquellas cruentas y fraticidas batallas. Aquellos efebos que amanecieron despuntando con el sol y, anochecieron sembrando antorchas en la enlutada oscuridad del filo de la montaña, donde el olor a pino quemado se mezclaba con efluvios de muerte.

  Han pasado los años y en los laberintos mohosos de mi memoria,de pronto se encienden antorchas,  iluminando aquellas escenas dantescas del combate.  En segundos todo es desparpajo, confusión, adrenalina, sangre, sudor en medio de disparos ensordecedores.  Despuès, como azar de ruleta rusa, unos sobreviven para cargar y enterrar a otros, a esos a los que hoy despuès de mucho tiempo la imperturbable memoria carga... donde en un afán de eternidad, sus voces, sus gritos en eco acompañan el insomnio de los sobrevivientes. Pero... como fuè todo aquello?,..  por què ellos ya no están aquí envejeciendo como yo, contemplando como yo, el desengaño  de aquellas  utopías que una vez nos unieron?... por què todavía ellos siguen pululando en mi memoria?.

  Que los deje en paz!, me aconsejan aquellos más pragmáticos en el arte de vivir; esos que no suelen cargar con sus muertos en la memoria, si es que tienen muertos, si es que tienen memoria.

  El tiempo ha acumulado ya dècadas, pero ellos siguen pululando en mi memoria: Marta Lucía pidiendo una bala para matar el dolor, en el repliegue de Managua a Masaya, debajo de aquel frondoso árbol, que brindó sus raíces y sombra a su exangüe cuerpo; fue ese mismo día, cuando enterramos aquellos despojos de muchachos, cuyas miradas inquisitivas al cielo quedaron inundadas de lluvia, en medio del camino de Piedra quemada.

  En esos años, las pausas de la muerte eran cortas.  Cuando creíamos que todo había cesado despuès de una temporada en los infiernos del combate y, despuès de una abortada juventud dada a creer en utopías, habíamos de ir en pos de más infiernos donde la muerte se imponía ya como una costumbre; como la muerte de Mario Jerez, Tuti, joven soldado a quien dibujè a pedido suyo, una mujer desnuda en su diario, para acompañarle en la soledad de su abandonada existencia en medio de aquellos bucólicos y recónditos parajes; su cadáver fuè encontrado despuès del combate en la trinchera, con parte de su cabello chamuscado y con ballonetazos que posiblemente acabaron con su dolorosa agonía. En esos días èl cumplía 16 años.  Luego, en la toma del cerro en Macaralí, fue alcanzado por una bala en la frente el amatralladorista Daniel, el mismo que una noche anterior me había enseñado a armar y desarmar su ametralladora, cuyas piezas iba poniendo en orden sobre el pañuelo con pequeñas rosas impresas, que su novia le había entregado al despedirse en Managua. Tambièn Gabriel y Mauricio, seguirían en el desfile de la muerte; al día siguiente de ese mismo combate de Makaralí, recogimos sus cuerpos carbonizados.

  Hay otros que pululan sin mombres en mi memoria, pues les conocí en los últimos momentos o despuès del combate cuando me tocó cargar sus cadáveres.

  Cuando por decisión propia me retirè de esos infiernos fraticidas donde la muerte campeaba; horrorizado e incrèdulo de lo vivido, desengañado de cualquier ideal que acumulase tantas ofrendas humanas, comencè a refugiarme en el cáliz del recuerdo, degustando de los momentos compartidos en vida con aquellos efebos, decidido a mantenerlos vivos.  Recordándolos trataba de olvidar sus muertes...  pero èsta vino una vez más y, cuando pensè que ya me había dejado inmune, èsta cobró su última presea: mi hermano Daniel, a quièn ví morirse durante veintiún días de agonía en el hospital de Apanás.  El olor de su engangrenada herida y su cadavèrico rostro, me acompañan en los momentos en que los dolores de la carne o del espíritu me atacan.

   En el azar misterioso y cruel de sus muertes yo todavía les recuerdo, pensando que por fracciones de segundo, quizás a ellos les hubiese hoy tocado recordarme, si yo hubiese muerto hace tiempo en lugar de ellos, en aquellos combates de esos recónditos parajes abandonados de toda gracia divina.

Otto Aguilar 
Berkeley, 22 de Agosto de 2009.
Foto: Dibujos a lápiz, tinta sobre papel.