Tuesday, September 1, 2020

Último beso de Stalin.

 




  Koba, el padrecito de la patria, yace en el piso de su cuarto sobre sus propios orines desde hace varias horas, sus ojos de espanto permanecen bien abiertos y fijos en el techo... horrorizado siente los minutos sumar horas, días, años, una eternidad. Inmovilizado contempla con horror el holograma de lo que fue su clandestina vida de revolucionario bolchevique y su vida de dictador en el Kremlin, habitando, recorriendo pasillos, siguiendo las mismas pisadas del zar Ivan el terrible, a quien admiraba. En el holograma fugaz de su pasado desvanecido, ve el féretro donde yace su segunda esposa, la cual se ha suicidado... ve a su hijo, prisionero en un campamento de reconcentración nazi , su hijo al cual no quiso canjear con Hitler por uno de los generales nazis prisionero... ve a su hija, la niña de sus ojos, huyendo de la gran Rusia comunista, hacia el país enemigo, el imperio gringo, donde morirá vieja y pobre. Sobre su impávido rostro, casi rozando su nariz, acercándosele como para darle el beso en la boca del saludo ruso, contempla un rostro cual daguerrotipo virtual que cambia veloz de fisonomía transformándose en miles de rostros: Lenin, Trotsky, Bukharim, Isak Babel, Osip Mandelstam, Babilov, el rostro de su hijo, el de su hija, el de su esposa, etc, etc, ... Afuera del dormitorio los guardias de turno piensan que El padrecito, el georgiano, Koba, como de costumbre ya debería estar despierto, listo para su rutina diaria: revisar y hacer lista y órdenes de ejecución de rusos enemigos del pueblo, acusados de enemigos de la revolución; pero los guardias no se deciden a entrar... deciden esperar. Los años, los meses, las semanas, los días, las horas, los minutos, los segundos transcurren y Koba perplejo ha contemplado a la velocidad de la luz, miles de rostros en uno solo, el cual se le acerca para darle un beso en la boca. De pronto la puerta del cuarto se abre estrepitosamente, uno de los miembros del comité es el primero en ver la inimaginable escena: el padrecito de la patria, gran líder de la revolución comunista yace en el suelo empapado en sus orines. Cuando el miembro del comité se acerca al rostro de Koba, este ya no sentía ningún beso, ya no veía ningún rostro, no veía ningún techo.


Otto Aguilar
Berkeley 2/5/2020

Foto: "Stalin", Óleo sobre lienzo realizado en el año 2005 por el artista italiano Luca del Baldo

Friday, May 15, 2020

Desde mi Ventana con Donoso, Gabriel y Mauricio.


  Junto a la ventana desde la que diviso a lo lejos esa montaña de Berkeley que me lleva al recuerdo de la montaña brumosa de Jalapa en Nicaragua, leo El obsceno pájaro de la noche, del escritor Josè Donoso. En una entrevista, el autor admite que el proceso de escribir esta novela fue tormentoso, ya que le acrecentaba el dolor de la úlcera que padecía, lo cual le lleva a abandonar su escritura por cierto tiempo. En la contraportada del libro se lee: “El obsceno pájaro de la noche es una hazaña de la imaginación creadora devorándose a si misma: los extremos de la experiencia doliente, la sordidez física y moral, la fealdad, la miseria y la decrepitud…” A la vez que leo a Donoso, he estado revisando mis gavetas, mis baúles, votando o dejando aquello que dejó cicatrices, marcas que modelaron lo que hoy soy. Es algo similar como a preparar una maleta de lo que hay que llevarse cuando emigrás de tu país de origen; es el proceso de alivianar el peso, tanto para mi como para los que tengan que encargarse de ellos, de mis notas, de mis viejos dibujos guradados sin en marcar, etc, etc, en caso me convierta en una cifra más de la mortal pandemia. Entre esos viejos papeles, diplomas, reconocimientos, tarjetas de amigos o familiars ya fallecidos, cartas de seres queridos y de amantes que prometían el cielo y la tierra terminando tal idilio en un infierno, papeles y fotos que han sobrevivido a desencantos, a la muerte, y a migraciones, hay unos que me provocan sorpresas al releer despuès de muchos años sobre hechos y detalles desvanecidos en mi borrosa memoria. Se trata de cuatros pequeñas páginas del borrador de un viejo informe que milagrosamente he conservado desde esos terribles años 80's de guerra civil en Nicaragua. Se trata de un reporte al jefe del batallón en que estaba, sobre los combates acaecidos en el mes de mayo de 1983 en las montañas de Jalapa. El reporte escribi: "... la fuerza del enemigo era superior y no teníamos parque pues solo había llegado a la Cuarta compañía que estaba atrás de las escuadras que estábamos en el borde delantero frente al enemigo... Gabriel y Mauricio Mayorga perecen,... Esto fue en las horas de la mañana, como entre 8 a 10 am., cuando el enemigo hace replegar la escuadra de Estrella quedando Gabriel herido sin poder rescatarsele."

Heme entonces releyendo y preguntándome sobre más detalles de lo sucedido; el escrito que me lleva a los laberintos mohosos del recuerdo con olor a tierra mojada y a los pinos de Jalapa con efluvios de muerte. En esos laberintos siempre hay ecos de gritos, voces que a veces en medio de la noche susurran y me despiertan, escucho a Gabriel gritar, quejarse, ha quedado herido quizás a la par del cadáver de Mauricio, ambos pertenecían a la primera escuadra que estaban delante de mi escuadra cuando esa mañana nos cayeronlos "azules" desalojándonos de nuevo de ese filo de la loma en Makarali. Casi cuatro dècadas han transcurrido despuès de ese enfrentamiento, Gabriel posiblemente muere producto de las balas de la contra o nuestras cuando tratábamos de mantener nuestra posición y a la vez intentábamos rescatarle del fuego cruzado. Es inevitable sentirse culpable por no haber podido rescatarle, es inevitable sentir aun pasado tanto tiempo dolor por una muerte que pudo evitarse, no sólo la de ellos sino de miles de jóvenes de un lado y del otro que creyeron en sus líderes de ambos lados, los cuales sobrevivieron y se acomodaron al poder donde muchos de ellos se enriquecieron. Inevitable sentir rabia e impotencia porque estas escenas se repiten periódicamente en Nicaragua donde los cabecillas de turno se entronan en el poder sobre esas montaña de cadáveres, cadáveres que tienen nombres, rostros, familiares y amigos que les recuerdan como hoy les estoy recordando, a pesar de que sus rostros ya se han desvanecido en mi decrepita memoria.

Si “los extremos de la experiencia doliente” sobre lo que escribía en El obsceno pajaro de la noche, a Donoso le provocaban terribles dolores de ulcera, a mi tales recuerdos tristes como este de mi viejo parte militar, aun humedecen mis ojos, mientras a lo lejos contemplo esas grises montañas que me llevan al recuerdo de las brumososas montañas de Jalapa, donde la muerte tatuó mi piel y saturó mi escepticismo de cualquier ideal.

Otto Aguilar – Berkeley 15/5/2020

Foto Desde mi Ventana con Donoso, Gabriel y Mauricio.

Wednesday, April 1, 2020

Polvo de estrellas.




  “Todos estamos hechos de polvo. ¡Pero es polvo de estrellas!..."

                                                                       William E. Barton.


  En estos días de confinamiento me refugio entre páginas de libros, como tratando de esconderme del mortal virus, tratando de poner pausa a la avalancha de información que circula sobre el aterrador avance de la pandemia. Me refugio en el libro cuya lectura había abandonado, titulado "Suite francesa" de Irene Nèmirovsky, escritora nacida en Ucrania, que huyendo de la revolución bolchevique de1917, se asiló en Finlandia y luego en Francia. Suite francesa fue publicado postumamente, despuès de que la autora muere en el campamento de concentracion nazi, Auschwitz. Su libro es la narración de lo que su autora va viviendo desde que la guerra inició, convirtièndose ella en una de las millones de víctimas mortales del holocausto. El manuscrito sobrevivió escondido igual que sus dos hijas. En el èxodo de familias ricas junto a gente de pueblo, narra las peripecias, las dificultades que por primera vez muchos ricos empiezan a sufrir colocándolos al nivel de la vida difícil que el pueblo ha experiementado como rutina. Esos dramáticos pasajes donde miles de personas huyen de los nazis de un pueblo a otro, viviendo todo tipo de calamidad, hambre, robo, humillaciones, o muerte al ser sorprendidos en medio de la carretera por aviones bombarderos nazis, me trae a la memoria cuando el avión de la guardia somocista al amanecer bombardeó a miles de personas que habían salido en èxodo de Managua a Masaya por la noche, huyendo de la represión somocista en medio de la guerra final contra la dictadura. Tambièn ese èxodo que narra la autora, me hace pensar en el caso del crucero que llevando turistas, la peste les sorprendió mientras disfrutaban del lujo de vacacionar en el crucero el cual se convirtió en una jaula de oro flotante. Debido a que el crucero lleva varios infectados y cuatro muertos, ningún país les permite desembarquen. Lo último que leía es que ya habían pasado por el canal de Panamá y se dirijían a For Lauderale en Folrida, donde les habían ofrecido recibirlos.

  Por què leer Suite francesa ahora?- me preguntaría alguien, no tenès demasiado drama, tragedias con las noticias en las redes?, yo le respondería que además de ese libro me acompaña otros menos trágico como Hombre versus naturaleza, de Sir Charles Sherrington.
El mundo occidental, sobre todo los habitantes del primer mundo, ha visto sólo de lejos lo que otros han vivido como parte inherente de su historia como el sufrido Congo, explotado en sus recursos y esclavizada y disminuida su población por el colonialismo Belga e Inglès, para luego sufrir por la barbarie de las matanzas y guerras entre etnias. Si bien estas noticias de esas víctimas y otras como las de las guerras en Afganistán, Siria, Irak, Palestina, los genocidios de Ruanda provocan compasión, horror, tristeza e impotencia por las víctimas, tales sentimientos se experimentan muy lejos y a resguardo de correr la misma suerte. Pero en la actual situación provocada por la pandemia mortal que ya acumula más de 42,000 fallecidos en el planeta, ese paradójico sentimiento de compasión e invulnerabilidad que se experimentaba ante víctimas de tragedias lejanas, está anulado porque el mundo en general desde las grandes potencias como China, Estados, o paises como España, Italia, pasando por la remota isla de Pascua, hasta el último rrincón del planeta es ahora vulnerable, porque están en guerra contra un enemigo invisible; una guerra donde todos estamos expuestos a correr la misma suerte tanto el millonario de New York que acaba de irse a confinar a exclusivas areas, como los habitantes de la ciudad de Guayaquil, Ecuador, donde los cadáveres están siendo abandonados en las aceras y calles.

  Mientras amanezco con un libro en la mano, y el esmeralda del follaje de árboles penetra a travès de mi ventana, no puedo evitar pensar en que en ese momento están muriendo muchos, y tambièn que entre esos muchos hay enfermeros y doctores que se contagiaron al estar atendiendo en los hospitales a los contagiados. Huyendo del mortal virus entre las páginas de un libro, es inevitable sentirme impotente aunque extrañamente sin mucho miedo a pesar de la probabilidad de llegar a convertime en una cifra más entre las víctimas mortales de la pandemia. Ante este sentimiento me pregunto por què no experimento tanto miedo, si para mi la muerte es algo inaceptable? quizás porque aun por estos lados no experimentamos el horror que viven los habitantes confinados en Italia, al ver desde sus balcones el desfile de camiones trasladando ataúdes de víctimas fallecidos dirigièndose al crematorio. Por estos lados en Berkeley, a pesar de que no vivimos aun estas tragedias muy posible de sucedernos, esto es un pueblo fantasma donde las pocas personas que me topo al salir a la calle se apartan siguiendo las medidas de distanciamiento (aunque ahora camino o corro en medio de la calle).

  Una querida amiga me envía constante información sobre medidas para prevenir la infección, y consejos de como debo prepararme para sobrevivir a la crisis económica. Pero es de optimistas pensar ante tantos fallecidos que aumentan minuto a minuto, poder salir de esta con vida, y yo no soy ni optimista ni pesimista, simplemente realista que contempla como la muerte de nuevo me rodea, me cerca como lo fue en mis tiempos de guerras o terremotos de mi país de origen Nicaragua.

  Mientras espero salga el sol para escaparme, en estos días grises, me escondo ahora en el libro Cosmos - mundos posibles, de Ann Druyan, donde leo la frase de Carl Sagan, esposo de la autora :
"El cosmos está dentro de nosotros: estamos hechos de materia estelar, y somos el medio para que el cosmos se conozca a sí mismo”

  Antes de Sagan, en 1921 el columnista de "The Evening News de Michigan", William E. Barton, escribió: “Todos estamos hechos de polvo. ¡Pero es polvo de estrellas!..."

 Otto Aguilar - Berkeley - 4/1/2020 - 5:37 am
  Foto en el parque aquático de Berkeley

Monday, March 23, 2020

Silueta con muchos rostros.




  "Viven en nosotros innumerables otros."

                                 Fernando Pessoa

  Una de las siluetas que parece vivir en un barrio de Berkeley, y muestra varios rostros en su rostro, desde la ventana de su apartamento contempla hacia afuera la calle solitaria donde impera el silencio. Hastiada del encerramiento impuesto por la cuarentena, la silueta decide escapar de su claustrofóbico apartamento. Asoma en el espejo su rostro surcado por el tiempo, y el espejo le enrostra muchos rostros como reflejo de la fatal incertidumbre.  En la calle camina contemplando con deleite los mismos árboles, los mismos jardines que suele ver en su acostumbrado recorrido por las mañanas; contempla el jardín bien cuidado donde florecen calas, y donde en primavera las magnolias empiezan a pintar de pequeños trazos color magenta un pedazo del platinado cielo. De pronto al doblar la esquina se le aparece otra silueta que tambièn ha huido de su confinamiento, al verle, esa sorpresiva silueta se distancia de ella para evitar contagio, siguiendo las estrictas medidas de prevención que el gobierno ha ordenado a todos los residentes. Recuerda entonces cuando  escasas semanas atrás, en esas misma acera se topaba quizás con esa misma silueta que acaba de apartársele como alejándose de un apestado, sólo que en aquel entonces la silueta que ahora le evitaba iba conducida por un telèfono que a pesar de ser un celular inteligente, no le avisaba cuando se iba a estrellar con otra silueta en las aceras. Aunque tal actitud de cruzarse a otra acera evitándole le parecía ridícula, irónica e incómoda, la veía lógica cuando pensaba en las más de 16,000 personas muertas hasta ese día en el planeta, a causa de la pandemia. Estaba preparada para lo peor? se preguntaba a si misma la silueta, acaso ser sobreviviente de terremotos, guerras, pobreza, migraciones, expulsiones, no le habían enseñado y preparado suficiente para enfrentar momentos difíciles, para enfrentar lo peor?

  Mientras siguió levitando en calles y aceras, la silueta pensaba en el trabajo que acababa de perder por la crisis, pensaba en cómo pagaría ahora el alquiler del apartamento y los recibos; aunque no sentía desesperación, sabía que era necesario rediseñar su vida, mientras el virus no lo convirtiera en una cifra más de las víctimas mortales. En lo que parecía ser su cabeza se acumulaban muchos pensamientos con posibles esperanzas a la incertidumbre; mientras pasaba por un parque donde gaviotas ajenas a sus divagaciones y a pandemias, revoloteaban entre altivos y viejos árboles, miró la silueta del mismo pordiosero que por años ha visto en las mañanas al pasar en ese parque. La silueta del pordiosero a pesar del frío, se lavaba el rostro en un vertedero de agua; al observar esa repetitiva escena se preguntó – cómo ha hecho este pordiosero para sobrevivir así todo estos años?. Mientras esto pensaba recordó las recientes noticias sobre las diferentes reacciones a la actual pandemia: la noticia sobre la madre, quien con su trabajo de costura educó y alimentó a sus siete hijos, la cual hoy convertida en una anciana de 84 años, cose máscaras para donar ante la escasez de èstas en los hospitales, a la vez recordó la noticia sobre los senadores que apresurados vendieron en millones sus accciones, ante la eminente recesión económica, y tambièn recordó la nota sobre el hombre que abrumado por la crisis, se lanzó desde lo alto de un edificio de su apartamento lujoso en New York.

  La silueta con muchos rostros, pensando en lo que debe hacer sin caer en la desesperación ante la crisis, sigue levitando por calles solitarias, en su recorrido a veces otra silueta que surge entre la neblina, le sonrie sin esquivarle; y así continúa andando hasta perderse en la neblina del campus solitario de la Universidad de Berkeley, donde el reloj del campanil cual si fuese una caja musical de juguete autómata renacentista, acaba de tocar su música de órgano antes de las campanadas que anuncian las ocho de la mañana.

Otto Aguilar -  (A una semana de cuarentena)
Berkeley – 3/23/2020
Foto del monumento en el campus - universidad Berkeley, tomada el 3/23/2020

Desde mi ventana, primer día de cuarentena.


  Ha iniciado la cuarentena y sus restricciones en California. Escuelas, bibliotecas, salas de cine, bares y otros locales se han cerrado, dejando abiertos sólo locales como hospitales, supermercados, y oficinas priorizadas del gobierno.  Se ven largas filas de personas frente a las tiendas para comprar y estantes vacíos por el acaparamiento. Hoy martes 17/3/2020 inició las medidas ordenadas para San Francisco y el area de la bahía para disminuir la propagación del virus mortal del coronavirus; las medidas son permanecer encerrado durantes tres semanas en las casas, salir sólo para lo más necesario, aislarse, evitar contacto, lavar constantemente las manos, entre otras medidas; y esto es sólo el comienzo de las medidas con un sistema de salud no preparado para tal pandemia, medidas que debieron haberse iniciado muchos antes según algunos.

  Dicen que en las pandemias, (así como en desastres naturales, guerras, etc) sale a flote lo peor y lo mejor del ser humano, pues por aquí lo primero que he visto aún no es lo mejor, sino el acaparamiento y pleitos en centros comerciales similares a los que se ven en las compras del Black friday. Será que esta pandemia nos transforme y saque más lo bueno que lo malo que hay en nosotros?, será que esta tragedia planetaria nos sensibilice más en una sociedad consumista hasta los tuètanos?, o nos encierre más en el "sálvese el que pueda"?, En las noticias se pueden ver casos de personas fallecidas como el del enfermero que muere en Bergamo, Italia, despuès de contraer el virus por estar en contacto con infectados a los cuales brindó incansable su solidaridad. Cuando veo el proceder compulsivo de comprar y acaparar en los supermercados, recuerdo a Henry Miller cuando escribe en su libro "Big sur y las naranjas de Hieronymus Bosch", refirièndose a los "jóvenes renegados" de su tiempo:
"Que el modo de vida norteamericano es una existencia ilusoria, que el precio exigido para la seguridad y la abundancia que finge ofrecer, es demasiado grande. La presencia de estos "renegados" aunque sean pequeños en número, es tambièn otra señal de que la máquina está dejando de funcionar. Cuando llegue el derrumbamiento como ahora parece inevitable, es probable que ellos sobrevivan a la catástrofe mejor que el resto de nosotros. Por lo menos ellos sabrán como desenvolverse y sin coches, sin refirgeradoras, sin aspiradoras, maquinillas de afeitar, y todos los otros aparatos "indispensables"..., probablemente incluso sin dinero. Si alguna vez somos testigos de un nuevo cielo y una nueva Tierra, seguramente será una en la que el dinero estará ausente, se habrá olvidado, será totalmente inútil." pero el virus del coronavirus no discriminará, llevándose tambièn a los "renegados" de Henry Miller.

Un día antes de que cerraran las bibliotecas, me extrañó ver tanta gente buscando libros, despuès me di cuenta de que era porque se venían tres semanas sin bibliotecas!, o sea sin mi universidad; tambièn pensè como harán ahora los sin techos, los pordioseros, los que duermen en las calles, debajos de puentes y en parques, los cuales acuden a las bibliotecas no por un libro, quizás alguno para distraer su miseria, sino para usar los servicios higiènicos. Los pordioseros abundan en Berkeley, en San Francisco, en Oakland, por doquier se ve carpas pequeñas donde duermen algunos, cuántos de ellos estarán ya infectados? cómo se hará con ellos? en este sistema de salud que además de ser caro, no está preparado para este tipo de pandemia. A esto hay que agregarle el temor que tendrán migrantes ilegales acudir a hospitales, debido a la política migratoria, veremos que leyes cambiarán para evitar estos temores; seguro en ciudades santuarios habrá leyes que protejan, veremos.

Con el brote del virus en Massachusetts se confirma que una persona puede tener el virus ya dos semanas sin presentar sintomas, asi es que no sabemos cuantos tendran o tendremos ya el virus propagándolo en silencio, por eso la organización mundial de salud, insiste se haga a todo el mundo el test.

Mientras tanto aquí sigue la tensa espera claustrofóbica, el verdor de los árboles que diviso desde mi ventana me invita a salir a correr como de costumbre por las mañanas.

Otto Aguilar
Berkeley - 17/3/2020
Foto: Ocaso desde mi ventana.

Saturday, March 7, 2020

La vida es un sueño fuerte.


... la vida es un sueño fuerte
de una muerte hasta otra muerte,
y me apresto a despertar.

                           Severo Sarduy

  Siempre experimentaste estupor y angustia, cuando pensabas en la costumbre de enterrar a los muertos; y era una obsesión aún más torturante cuando pensabas en ello después de abandonar en los cementerios a algún ser querido que acaba de ser enterrado, peor aún si era joven. Te producía escalofrío imaginar ese aterrador final de tu testa!, laboratorio de perennes ecuaciones y paradojas filosóficas sin solución; la angustia era mayor si tales pensamientos te atacaban previo a dormir, y pensabas en tu cuerpo, templo de delirios sexuales que supo de caricias cual dardos de pasión que terminaron en crueles punzadas de desamor. Te provocaba escalofrío pensar que aquel tu cuerpo, de enclenque anatomía, cuerpo al cual cuidabas en tu juventud sin mucho alarde vanidoso, al cual tu madre por su trabajo de costurera acostumbró desde pequeño a vestirte sin descuido, con gusto pero sin excesos, terminara bien serio, enterrado en un hoyo!, pudrièndose mientras es devorado por gusanos; mientras allá arriba a unos cuantos metros en el mundo de los vivos, la vida continúa en su rutina, donde el día a día despunta con claxons de vehículos (que tu sordera fúnebre no te permite ya escuchar) anunciando el ajetreo del trabajo diario, y donde por las noches en algún motelucho cercano al cementerio donde yacen tus despojos, Alejandro y Antonio gozan las narcotizantes caricias en sus encandiladas epidermis sin pensar en ese momento de máximo placer, en la muerte, esa que quizás un día no muy lejano los convertirá en uno más de tus vecinos en ese cementerio donde reposas y donde los que te visitan pueden leer el epitafio que pediste a tu madre pusiera; tu bella madre a la cual sin resignarse, le rogabas no llevara tus depojos ante ningún cura ni a ninguna iglesia, bajo amenaza de desvelarla con pesadillas de tu impía resurrección . El epitafio en tu tumba, la cual está en el mismo cementerio donde yace tu hermano Daniel, muerto joven hace más de tres décadas producto de las guerras fratricidas de eterno retorno en Nicaragua, es de Severo Sarduy, el cual dice:

"Volveré, pero no en vida,
Que todo se despelleja
y el frío la cal aqueja
de los huesos. ¡Qué atrevida
la osamenta que convida
a su manera a danzar!
No la puedo contrariar:
la vida es un sueño fuerte
de una muerte hasta otra muerte,
y me apresto a despertar.


  Quizás lo peor no es morir, sino morir joven y por una causa perdida, morir sin haber vivido lo suficiente para ver la traición en que esas luchas terminan; pero vos moriste con suficientes años acumulados para ver la traición en que terminó la lucha por la cual casi mueres joven. Inmolarse como héroe, ¡qué romántico!, ¿no? que romántico es que los que quedan vivos en esas luchas recuerden a los jóvenes inmolados diciendo "murió por la Patria". De jóvenes muertos por la Patria están llenos los cementerios, mientras la asambleas están llenas de viejos engordados con el tocino del poder de turno. Las perennes utopías han atestado de muertos jóvenes los cementerios en cualquier lugar del planeta y en cualquier momento de la historia de las luchas por un mundo mejor; a pesar de ello el mundo sigue su curso, el magnate acrecienta su peculio en países de tercer mundo donde ellos viven como en país de primer mundo.

  A unas cuantas cuadras de tu tumba, arriba en el mundanal ruido de la existencia a la cual perteneciste como en un sueño, el político amigo y socio del banquero, envejecido y engordado en el oficio político, se prepara para una sesión más en su cómoda butaca en la asamblea donde se aprobará la nueva ley de seguro social que además de aumentar la cuota de los trabajadores al seguro, se aumentará más la edad de jubilación.

  El mundo seguirá indetenible su curso, el día se hará noche y así se acumularán los años, las décadas, y repetirá los viejos capítulos de la historia con sus viejos errores y crímenes bajo nuevas tecnologías y con nuevos y extravagantes discursos políticos, mientras allá abajo el viejo cementerio, en el hoyo donde te depositaron (si acaso no han construido sobre el cementerio un centro comercial) sólo queda entre tus cenizas un cristo de metal que tu madre, sin haber cumplido tu impía petición, puso en tus manos como visa de entrada al aburrido cielo donde ella confiaba quizás volver a encontrarte. (Páginas sueltas de un desdiario).

Otto Aguilar - Berkeley - Feb 15 de 2019
Dibujo : Autorretrato sobre papel  

Saturday, February 1, 2020

Abortos de ángeles.



"Somos el sueño abortado de un demiurgo menor”
Severo Sarduy


  Mientras caminaba cuesta abajo por la calle Post, aturdido pensaba que el destino era cruel y caprichoso, del cual sólo somos marionetas parapléjicas; en  esa cavilaciones iba cuando escuché la voz de una mujer que caminaba delante de mí hablando con su fantasma acompañante, al cual le decía -adonde quiere mi señor que le lleve?, le puedo mostrar la ciudad?… le llevaré por la avenida Market, a la estación de la Powel, o mejor a la estación de la calle 16, allí podemos encontrar de todo… qué quiere?, éxtasis ? o polvo de ángel ?... para sentirnos como los mismos ángeles?… como aquel ángel Luzbel que le tentara, se acuerda?… porque usted muy bien sabe que los ángeles tienen un rico y celestial sexo! y que de tanta cogedera celestial, han tenido que someterse a múltiples abortos, con tan buena suerte para nosotros aquí abajo, que los fetos celestiales no morimos sino que venimos a caer hasta aquí mismísimo donde me ve usted; por eso dicen por allí, que fuimos hechos a imagen y semejanza de ellos!. - Entonces quiere que le lleve?… sólo que hace frío, pero si mi señor quiere, yo lo llevo a mi apartamento en la calle Post y allí quitaré el frío de su alma y de su cuerpo, como la Magdalena se lo quitó una vez, se acuerda?.

  Espantado de aquella mujer y sus abortos de ángeles, salí casi corriendo en dirección a la calle Castro. La calle Castro es una pasarela donde la fauna “gay-goyesca”, de la “loca desenfadada” de la ciudad de San Francisco alterna el desfile con viriles y bellos efebos cual maniquíes provocadoramente ataviados, que exhiben a través del pantalón bien ceñido, abultadas vergas, incitando a la lujuria sexual. El mirarse de soslayo con cierta elegante displicencia el uno al otro, para no mostrar demasiado interés, o por el contrario mostrar sus atributos, con guiños de ojos para cazar a la posible presa, es parte del glamour que van desplegando estos maniquíes esculpidos en gimnasios e inflados con esteroides. Como otra cara de la moneda de estos sensuales maniquíes, también la pasarela de la calle Castro exhibe a espectros vivientes que la peste del siglo había multiplicado por doquier, y unos más evidentes que otros, muestran el despojo cruel de un pasado de placer.

  El deterioro y lo efímero de las ideologías políticas, también tiene a sus modelos en la calle Castro, donde unos de esos días, me topé con uno de esos oportunistas que sacaron ventajas de la mal lograda revolución nicaragüense, vistiendo ajustadísimos pantalones de cuero color negro que dejaban pronunciar su falso abultado sexo, un abierto chaquetín también de cuero negro mostrando sus caídos pezones de los que colgaban sendos aretes, las altas botas de cuero negro cuidadosamente bruñido, listas para el lenguetazo del lame bota que le acompañaba. Su abotagado rostro sin pizca de arrepentimiento, delataba al perfecto megalómano, que acostumbrado a la veneración del fanatismo popular, acaban siendo perversos esperpentos, víctimas de su propia vanidad, pareciera que la psicosis, producto de su pasada actividad militar, le había convertido en un perfecto sadomasoquista, practicante del sexo rudo. Este esperpento,  otrora símbolo del machismo pseudo revolucionario, se hacía acompañar de un travesti al cual probablemente había sacado del armario de su abuela con todo y peluca, corsé y crinolina. A pesar de la libra de maquillaje que enmascaraba el rostro de aquella loca, pude reconocer en él también, a uno de los lame botas con los que solía rodearse este personaje. Quien lo iba a pensar!, que estos vividores de la revolución, eran los mismos que horrorizados de ser descubiertos y por ello desplazados de los privilegios que la èlite a la cual pertenecían les otorgaba, eran los mismos que despotricaban recalcitrantemente y purgaban de sus filas partidarias, a aquellos que bajo sus mandos ponían en evidencia sus mismas prohibidas y solapadas inclinaciones; estos eran igual a otros vividores, que desde sus púlpitos sagrados de iglesia, condenan el pecado nefando, depuès de que en la sacristía manosean al candoroso púber monaguillo, que les ayudaba a poner sus sagradas vestiduras.

  Así, el encanto de vanidosos efebos en su fresca y saludable “juventud divino tesoro,” coqueteaba en un vil contraste con los espectros de aquellos, donde la pandemia había arrebatado sin compasión alguna, todo vitalidad; èsta era la calle Castro con su decadente pasarela de inicios del siglo veintiuno. En el bar Badland, tomé mi última cerveza y me largué en búsqueda de mi refugio de donde ahora pensaba, no debía haber salido.

  Tumbado en la cama, enajenado ante el televisor, rondaba en mi mente la imposibilidad de aquel fortuito y desafortunado encuentro con Antonio, en aquel sórdido escenario de la gélida y gris calle Post de San Francisco y luego con aquella "ángel aborto del cielo", tentándome con tal desfachatez, al confundirme con su señor!...pensaba en aquellas “esperpènticas locas” desfilando en la pasarela de la calle Castro, a la par de bellos efebos, junto a sobrevivientes de la cruel enfermedad del siglo. En medio de esas divagaciones estaba, cuando de pronto, veo en la pantalla del televisor a dos bellas periodistas anunciando en el tele noticiero hispano, que llovían sobre Bagdad 1,500 bombas inteligentes que la coalición liderada por Estados Unidos habían lanzado y que estarían trasmitiendo minuto a minuto en vivo y a todo color, hasta la comodidad de nuestros hogares : “Freedom for Irak”.

  Despuès de varios años de esa guerra, miles de esos jóvenes que ví por la televisión, hoy son parte del subsuelo junto con otros miles de iraquíes; trillonada de dólares han pasado ha engrosar el negocio armamentista de la nación, mientras una galopante y desoladora crsis económica, anuncia el declive del poder y prepotencia del país más rico del orbe.

  Al ver a estos jóvenes del ejercito gringo, lanzados a matar o morir en nombre de la patria, recordé una vez más, a los jóvenes soldados de ensortijadas cabelleras y tupidas barbas, de fornidos bíceps y sólidos muslos, con los cuales yo había recorrido caminos empapados de dolor y olvido en lo más recóndito de las montañas del norte de mi país, Nicaragua, donde fueron matando o muriendo en nombre de la “patria“; ahora de esos jóvenes  convertidos en héroes, sólo sus restos quedan bajo desteñidas lápidas de cristos cotos en olvidados cementerios, mientras el botín de guerra enriqueció y abultó de grasa y prepotencia a caudillos y sus cómplices oportunistas, colocándolos en el mismo nivel de riqueza de aquellos a los cuales ellos mismos combatían y criticaban.

  Asqueado de ese eterno retorno, repetièndose aquí o allá, ayer u hoy, apago el televisor y quedo en total oscuridad para refugiarme impotente en un profundo sueño… y despertè en mi sueño, vièndome en posición fetal, la misma posición en la cual me había quedado dormido... luego, me ví arrastrado bruscamente, en un èxodo carnavalesco de ángeles y diablos, que iban copulando y a la vez abortando...  los abortos de ángeles, eran a “imagen y semejanza” de los ángeles y diablos del èxodo orgiástico en el cual me arratraban. 

Otto Aguilar

Saturday, February 1, 2020


Foto: Abortos - collage digital



Saturday, January 4, 2020

Selfie en los espejos de Catalina la grande.


   La neblina, exhalaciones de insomnes fantasmas pululantes en la avenida Nevsky, me envuelve en esa dimensión donde el tiempo es sólo vapor espectral que desdibuja épocas añejas en una suerte de palimpsesto holográfico, un collage ecléctico que mezcla personajes víctimas de fatal destino con contemporáneos seres peripatéticos dirijidos y conectados a telèfonos inteligentes. En esa neblina las épocas se traslapan en un collage postcontemporáneo, dejando entrever varias capas de un pasado tumultuoso repitièndose una y otra vez con diferentes actores en diferentes escenarios. En esa avenida Nevsky vamos siguiendo los pasos trastabillantes del alma en pena del escritor Gogol. Me pregunto si alguna vez el escritor habría estado en el palacio de invierno de los zares, hoy museo Hermitage, hacia donde nos dirigimos Ivan y yo. Junto con el resto de transeuntes en la Nevsky prospect, Ivan y yo somos Almas muertas, coleccionadas y mercadeadas por un Chichikov del s. XXI, el cual nos ha colectado y vendido al mejor postor, un traficante de almas rusas, cubanas, nicaragüenses, polacas, checoslovacas, vietnamitas, etc, etc. Almas que han corrido el mismo destino utópico: la nadahistoria de Virgilio Piñera en la Cuba socialista, la estalinsita de Victor Serge, y de "1984 de Orwell", que es igual a la Nicaragua actual repitiendo su cruel tragicomedia de dictaduras hasta el cansancio.

  Las exhalaciones de esos insomnes espectros finiseculares, dibujan y desdibujan intermitente las fachadas de viejos edificios del S. XIX de la avenida Nevsky, alineados en bloques hasta llegar a la amplia plaza que está frente al El Hermitage, el museo antiguo palacio de invierno delos zares, allí donde la zarina Catalina la grande, coleccionó al claroscular Rembrandt del cual quizás no supo el triste final en la pobreza del maestro holandès.  La zarina trajo a su palacio obras del intempestivo Caravaggio, del cual quizás no tuvo conocimiento de su muerte en una costa lejana de su lugar de origen, mientras huía del papado, la inquisición y las autoridades. En la alcoba de ese Palacio de Invierno hoy museo de arte, Catalina deliraba, jadeaba, suspiraba entre los brazos y piernas de su varios amantes; pasión sexual intensificada hasta el paroxismo por los largos períodos de represión sexual desde que fuera comprometida muy joven, con el nieto del zar Pedro I, zar que creó San Petersburgo, la bella ciudad afrancesada en las costas del río Neva. Algunos afirman que la zarina tomó el poder de Rusia tras el complot de ella y sus seguidores, asesinando al tonto y desgraciado zar con el cual había sido desposada muy joven.

  Mientras Iván me regañaba como a un niño por no haberle seguido su recomendación de traer suéter y abrigarme bien por el frio de San Petersburgo, yo simulando no escucharle, boquiabierto contemplaba las fachadas de viejas residencias y, perdí de vista al fantasma de Gogol. Pero de pronto le veo salir de una tienda de libros de viejo, al mítico Gogol, su aspecto es extraño, esquivo, sus escrutinadores ojos asoman como ojos de cangrejo tras la solapa de su abrigo o su capote, quizá el mismo de su cuento El capote, del cual Dostoyevsky afirmó que todos los escritores habían surgido de El Capote de Gogol.

  Iván y yo habíamos llegado esa mañana fría y gris de San Petersburgo después de haber viajado por tren toda la noche, desde Moscú; acostado en mi litera y contemplando las intermitentes lucecitas de lejanos caseríos que aparecían y desparecian a través de las ventanillas, yo divagaba recordando un viaje similar que había hecho 26 años atrás cuando fui en búsqueda de èl, desde Moscú hasta Tula, el pueblo del conde escritor Tolstoi, donde Iván alquilaba un pequeño cuarto mientras actuaba en una compañia de teatro. En ese entonces yo viajè sin pasaporte, el cual me habían quitado migración en espera de una posible deportación, En esos angustiosos días me consideraba un purgado más como los millones de rusos que hacia más de medio siglo habían sido purgados, deportados a campamentos de reconcentración estalinista; me fui en el tren retando la prohibición impuesta por la policía, de no reencontrarme más con Ivan, después de nuestra detención en mi residencia universitaria.

  Más de tres décadas después de ese suceso, allí íbamos Iván y yo, en un tren de media noche rumbo a la ciudad construida por el zar Pedro el grande a orillas del rio Neva. Llegamos en una mañana gris y fría de San Petersburgo , nos encaminamos sobre la avenida Nevsky en rumbo al Hermitage, ivamos pisando los pasos del escritor Gogol junto con sus Almas muertas, tres décadas después de nuestra abrupta separación; tres dècadas en las cuales nuestros destinos siguieron su curso como siguiendo el guión de un director de caprichoso teatro de lo absurdo, tiempo en el cual perdimos contacto despuès de tres años de mi regreso a Nicaragua, tiempo en que la revolución nicaragüense siguió el camino de todas revoluciones: devorar a sus hijos igual que habia hecho la revolución rusa de la cual Iván y yo podrimaos considerarnos sobrevivientes; y como sobrevivientes de esas revoluciones a pesar de leyes que nos separaron, tres décadas después allí íbamos en rumbo al palacio de invierno donde “Catalina la grande” gozó a lo grande con sus libidinosos mozos rusos, sin que nadie le dijera esto si, esto no. En esos pomposos salones iluminados con luminosos chandeliers, decorados con oro y malaquita, hoy convertidos en exquisitas salas del arte más selecto de todas las épocas, Catalina retozó saciada con sus amantes de turno; una silla de madera fina importada de Nicaragua era su pedestal donde gimió y suspiró, donde puso los ojos en blanco éxtasis y, donde ensayó poses de kamasutra ruso a más no poder, mientras era penetrada inclementemente por su amante de turno, y afuera de la sala de sus juegos eróticos en las galerías y corredores atestadas de obras de arte, deambulaba el insomne fantasma de su esposo, el idiota zar destronado por ella en complot junto con sus seguidores.

Otto - Berkeley 2017
Foto: En el Hermitage 2011