"Somos el sueño abortado de un demiurgo menor”
Severo Sarduy
Mientras caminaba cuesta abajo por la calle Post, aturdido pensaba que el destino era cruel y caprichoso, del cual sólo somos marionetas
parapléjicas; en esa cavilaciones iba cuando escuché la voz de una mujer que caminaba delante de mí hablando con su fantasma acompañante, al cual le decía -adonde quiere mi señor que le lleve?, le puedo mostrar la ciudad?… le llevaré por la avenida Market, a la estación de la Powel, o mejor a la estación de la calle 16, allí podemos encontrar de todo… qué quiere?, éxtasis ? o polvo de ángel ?... para sentirnos como los mismos ángeles?… como aquel ángel Luzbel que le tentara, se acuerda?… porque usted muy bien sabe que los ángeles tienen un rico y celestial sexo! y que de tanta cogedera celestial, han tenido que someterse a múltiples abortos, con tan buena suerte para nosotros aquí abajo, que los fetos celestiales no morimos sino que venimos a caer hasta aquí mismísimo donde me ve usted; por eso dicen por allí, que fuimos hechos a imagen y semejanza de ellos!. - Entonces quiere que le lleve?… sólo que hace frío, pero si mi señor quiere, yo lo llevo a mi apartamento en la calle Post y allí quitaré el frío de su alma y de su cuerpo, como la Magdalena se lo quitó una vez, se acuerda?.
Espantado de aquella mujer y sus abortos de ángeles, salí casi corriendo en dirección a la calle Castro. La calle Castro es una pasarela donde la fauna “gay-goyesca”, de la “loca desenfadada” de la ciudad de San Francisco alterna el desfile con viriles y bellos efebos cual maniquíes provocadoramente ataviados, que exhiben a través del pantalón bien ceñido, abultadas vergas, incitando a la lujuria sexual. El mirarse de soslayo con cierta elegante displicencia el uno al otro, para no mostrar demasiado interés, o por el contrario mostrar sus atributos, con guiños de ojos para cazar a la posible presa, es parte del glamour que van desplegando estos maniquíes esculpidos en gimnasios e inflados con esteroides. Como otra cara de la moneda de estos sensuales maniquíes, también la pasarela de la calle Castro exhibe a espectros vivientes que la peste del siglo había multiplicado por doquier, y unos más evidentes que otros, muestran el despojo cruel de un pasado de placer.
El deterioro y lo efímero de las ideologías políticas, también tiene a sus modelos en la calle Castro, donde unos de esos días, me topé con uno de esos oportunistas que sacaron ventajas de la mal lograda revolución nicaragüense, vistiendo ajustadísimos pantalones de cuero color negro que dejaban pronunciar su falso abultado sexo, un abierto chaquetín también de cuero negro mostrando sus caídos pezones de los que colgaban sendos aretes, las altas botas de cuero negro cuidadosamente bruñido, listas para el lenguetazo del lame bota que le acompañaba. Su abotagado rostro sin pizca de arrepentimiento, delataba al perfecto megalómano, que acostumbrado a la veneración del fanatismo popular, acaban siendo perversos esperpentos, víctimas de su propia vanidad, pareciera que la psicosis, producto de su pasada actividad militar, le había convertido en un perfecto sadomasoquista, practicante del sexo rudo. Este esperpento, otrora símbolo del machismo pseudo revolucionario, se hacía acompañar de un travesti al cual probablemente había sacado del armario de su abuela con todo y peluca, corsé y crinolina. A pesar de la libra de maquillaje que enmascaraba el rostro de aquella loca, pude reconocer en él también, a uno de los lame botas con los que solía rodearse este personaje. Quien lo iba a pensar!, que estos vividores de la revolución, eran los mismos que horrorizados de ser descubiertos y por ello desplazados de los privilegios que la èlite a la cual pertenecían les otorgaba, eran los mismos que despotricaban recalcitrantemente y purgaban de sus filas partidarias, a aquellos que bajo sus mandos
ponían en evidencia sus mismas prohibidas y solapadas inclinaciones; estos eran igual a otros vividores, que desde sus púlpitos sagrados de iglesia, condenan el pecado nefando, depuès de que en la sacristía manosean al candoroso púber monaguillo, que les ayudaba a poner sus sagradas vestiduras.
Así, el encanto de vanidosos efebos en su fresca y saludable “juventud divino tesoro,” coqueteaba en un vil contraste con los espectros de aquellos, donde la pandemia había arrebatado sin compasión alguna, todo vitalidad; èsta era la calle Castro con su decadente pasarela de inicios del siglo veintiuno. En el bar Badland, tomé mi última cerveza y me largué en búsqueda de mi refugio de donde ahora pensaba, no debía haber salido.
Tumbado en la cama, enajenado ante el televisor, rondaba en mi mente la imposibilidad de aquel fortuito y desafortunado encuentro con Antonio, en aquel sórdido escenario de la gélida y gris calle Post de San Francisco y luego con aquella "ángel aborto del cielo", tentándome con tal desfachatez, al confundirme con su señor!...pensaba en aquellas “esperpènticas locas” desfilando en la pasarela de la calle Castro, a la par de bellos efebos, junto a sobrevivientes de la cruel enfermedad del siglo. En medio de esas divagaciones estaba, cuando de pronto, veo en la pantalla del televisor a dos bellas periodistas anunciando en el tele noticiero hispano, que llovían sobre Bagdad 1,500 bombas inteligentes que la coalición liderada por Estados Unidos habían lanzado y que estarían trasmitiendo minuto a minuto en vivo y a todo color, hasta la comodidad de nuestros hogares : “Freedom for Irak”.
Despuès de varios años de esa guerra, miles de esos jóvenes que ví por la televisión, hoy son parte del subsuelo junto con otros miles de iraquíes; trillonada de dólares han pasado ha engrosar el negocio armamentista de la nación, mientras una galopante y desoladora crsis económica, anuncia el declive del poder y prepotencia del país más rico del orbe.
Al ver a estos jóvenes del ejercito gringo, lanzados a matar o morir en nombre de la patria, recordé una vez más, a los jóvenes soldados de ensortijadas cabelleras y tupidas barbas, de fornidos bíceps y sólidos muslos, con los cuales yo había recorrido caminos empapados de dolor y olvido en lo más recóndito de las montañas del norte de mi país, Nicaragua, donde fueron matando o muriendo en nombre de la “patria“; ahora de esos jóvenes convertidos en héroes, sólo sus restos quedan bajo desteñidas lápidas de cristos cotos en olvidados cementerios, mientras el botín de guerra enriqueció y abultó de grasa y prepotencia a caudillos y sus cómplices oportunistas, colocándolos en el mismo nivel de riqueza de aquellos a los cuales ellos mismos combatían y criticaban.
Asqueado de ese eterno retorno, repetièndose aquí o allá, ayer u hoy, apago el televisor y quedo en total oscuridad para refugiarme impotente en un profundo sueño… y despertè en mi sueño, vièndome en posición fetal, la misma posición en la cual me había quedado dormido... luego, me ví arrastrado bruscamente, en un èxodo carnavalesco de ángeles y diablos, que iban copulando y a la vez abortando... los abortos de ángeles, eran a “imagen y semejanza” de los ángeles y diablos del èxodo orgiástico en el cual me arratraban.
Otto Aguilar