Saturday, August 18, 2012

El fantasma de la estación del tren.

"El amor, cualquiera que sea  su naturaleza,
no puede nunca ser depravado,
excepto en los ojos del cínico" 
Mijail Kuzmin, "Wings"

  Las tinieblas no se disipaban aún en esa helada madrugada cuando decidí cambiar de itinerario en mi carrera matutina por la marina de Berkeley. Un simple cambio de dirección en nuestra rutina puede depararnos muchas sorpresas, al doblar la esquina de una calle el pasado nos puede atrapar en esa dimensión de los recuerdos que permanece allí al acecho, latente en lo recóndito de nuestra memoria.

   Aquella mañana cambiè por primera vez mi recorrido y, al pasar por la estación del tren llamó mi atención un fantasma cubierto de pie a cabeza con una sábana que por sucia parecía color cafè. El fantasma estaba sentado en una banca de metal color verde donde un farol le iluminaba cual candilejas de solitario teatro, bañándolo de una luz de tinte ocre dorado. Cuando decidí congelar aquel fantasma con mi camarita fotográfica iluminándolo con el flash, la escena cambió  en un instante. La estación en que me encontraba ahora era la estación del tren de la ciudad de Tula, la misma estación del pueblito del conde escritor León Tolstoy pero de la Rusia en los años 1980's, en una madrugada algodonosa y fría de mi reencuentro presuroso y clandestino con Ivan.  En esa estación, mis ojos escrutadores asomaban entre el gorro de piel que cubría hasta la mitad de mi frente y las altas solapas del abrigo. Ansiosas mis pupilas se movían nerviosas en todas  direcciones con la esperanza de que Ivan apareciera lo más pronto posible, antes que la milicia me cayera y detuviese al preguntar por mi confiscado pasaporte.

   En ese breve instante quedè levitando entre la estación vaporosa del tren de la ciudad de Tula y la estación del tren en aquella madrugada en Berkeley, impávido contemplando aquel fantasma embozado en su sucia sábana, insomne, herido de frío y de hambre, atrapado en aquella estación de su miserable vida.  El flash de mi cámara al fotografiarle hizo reaccionar al  fantasma quien somnoliento descubrió su rostro ante mi impertinencia, dejándome atónito al comprobar que tras aquellos harapos asomaba mi mismo rostro!, era yo mismo en aquella  estación del tren de la ciudad de Tula de los años ochentas.

    Para bièn o para mal, mis exploraciones nocturnas de esos años de becario en Moscú, me habían abierto el ropero de los trapos sucios de la Rusia comunista; de esas verdades sobre los crímenes, sobre las ejecuciones y los gulags que a mis oídos habían llegado sólo como murmullos peligrosos olorosos a vodka y a cebolla en las tabernas moscovitas, levitando entre nubes de humo de cigarrillos; murmullos que fluían al calor del vodka del casual  contertulio ruso que efusivo y curioso preguntaba - atkuda ti priejali?,  y al contestarles que yo era de Nicaragua ellos eufóricamente gritaban - brat, brat! -equivalente a hermano- y al instante sacaban la botella de vodka, zampándome un vaso completo del caliente elixir etílico que quemaba mi garganta y elevaba mi espíritu a esas dimensiones y alturas muy lejos de la rutinaria vida de estudiante.  En esa tabernas moscovitas el vodka me elevaba a esas alturas a las que no llegaba cuando niño en los aburridos rezos con la abuela en sacras iglesias. No tenía otra opción!, había que tomarse aquel vaso de elixir! - da kansá!, - hasta el final!. Ahí me quedaba aquel elixir palpitándome en las venas, luego había que morder una cebolla y olfatear un pedazo de pan negro o clavarle los incisivos a un pescado seco y, al rato quedaba levitando en esa lejana Nicaragua de mi niñez, en esa Managua torturada de terremotos, de guerras y dictadores. Entonces se me inundaban los ojos de recuerdos húmedos, tan lejanos en el tiempo y en el espacio.  Para no terminar vencido por el vodka, despuès de muchas levitaciones en tabernas, optè ante la pregunta de que país venía, por  contestar de que era de cualquier país menos de Nicaragua.

   Esos secretos peligrosos del estalinismo tambièn los escuchaba entre sábanas olorosas a sexo, en mis noches de encuentros fortuitos por los alrededores del teatro Bolshoi en Moscú.  Las vendas del momificado disfraz de revolucionario habían comenzado a soltarse, tambièn los hèroes de volátiles revoluciones, cayeron hechos añicos de sus nichos.

     Al transcurrir el tiempo aventurè más mi intrèpida sexualidad desafiando las leyes rusas e inclusives las de mi religión; por ello un día de la noche a la mañana en Moscú, despuès de mi primer gustazo hormonal me cayó el trancazo, es decir la milicia; así pasè a ser  parte de esa categoría de los disidentes que en otros tiempos, en el período de las purgas sovièticas, eran enviados a trabajos forzados o ejecutados en cualquier rincón oculto erejido por la "revolución gloriosa del bolchevismo", mientras a la familia del ejecutado se le mantenía por años con la esperanza de que un día el ser querido regresaría despuès de cumplir su "rehabilitación".  Pero claro, eran otros los tiempos y, sobre mi no pendía ni la carcel ni la deportación a Siberia a trabajos forzados en el gulag, sino por el carácter de mi "desviación" según los comunistas, propia sólo del mal del capitalismo, posiblemente se me deportaría de Rusia a mi país.

   Los parques de Moscú me brindaron de vez en cuando, el refugio que la tierra me ofrecía como una madre a un hijo pródigo; en esos parques la alfombra de verde grama estaba decorada con hojas amarillas y rojo burgundy del otoño; rojo oscuro como el rojo de la sangre que ardía en mis venas, rojo como la sangre de los disidentes rusos ejecutados en nombre del proletariado, tildados de traidores a la revolución rusa, rojo oscuro como la sangre del escritor ruso Isaak Babel, brotando del orificio de la bala estalinista en su cabeza genial de cuentista, que heredó tantas increibles historias del pueblo cosaco, tan increibles como su triste final despuès de asumir su falsa acusación de contrarrevolucionario, y no permitirle su último deseo de ordenar su diario o textos antes de morir, rojo oscuro burgundy como la sangre derramada en el gulag del poeta Kluiev, amante del poeta Serguei Esenin, quien se suicida desesperado, en el descontento y desengaño de la gran revolución de Lenin, rojo burgundy como el vino mezclado en mis noches moscovitas de locura y decepción, con el rojo oscuro de mi sangre palpitando en mi atribulado ser. Allí pernoctè escondido bajo arbustos en aquella alfombra de verde grama donde Ivan y yo nos calentamos una vez con ese elixir rojo y con la brasa de nuestros cuerpos sabiendo que nuestra separación era inminente.

   En mi desencanto de falsas utopías, en el alambique de mi memoria se habían arrugado las páginas leídas del libro "Que hacer de Lenin", y lo mandè a comer mierda tambièn, junto con todo sus acólitos.

   En mis cavilaciones afloraban las tormentosas e inquietantes dudas ¿era posible que todo lo yo que había llegado a saber ahora sobre las víctimas del estalinismo, de los millones de rusos que habían sido parte de la revolución rusa y, que a pesar de ello luego fueron ejecutados como disidentes, era tan sólo propaganda antisoviètica?.  Era posible que el comunismo al igual que el zarismo, enviara a morir  a trabajos forzados a la Siberia a tanto ruso desafecto al gobierno comunista?, ¿era posible que todos aquellos murmullos que anunciaba la perestroika en contra de la anquilosada "gloriosa revolución de octubre", fuera sólo pura propaganda anticomunista?. Por què de esto no se hablaba nada en la Nicaragua sandinista de los años 1980's?.  La feroz represión y censura misma de los soviets sobre el pueblo ruso, había creado esa imagen utópica del sistema comunista, que la propaganda promovía en el exterior.  Los líderes de nuevas revoluciones en otros países, despuès de la revolución rusa, tenían que vender tambièn esa imagen e implementar similares estrategias de represión para perpetuarse en el poder.  El poder, seduce, atrapa, hace cómplices pragmáticos, cínicos participantes del bacanal orgiástico.  En la orgía todo se vale, posees y sos poseído, la víctima y luego victimario es perfecto candidato sadomasoquista; la orgía del poder es adictiva y sin cura. Un nuevo  Poder desplaza al anterior con promesas insuperables; promesas que terminan siendo sólo eso: promesas, repitiendo así la misma historia con otros orgiásticos acólitos que escondieron sus garras mientras luchaban contra el anterior Poder.

  El regreso de Moscú a Nicaragua en 1985, contestó todas mis dudas. Al regresar a Nicaragua  el poder sandinista daba indicios de resquebrajarse, quedándole cinco años de vida.  En los mismos años en que el règimen soviètico empezaba a desplomarse con la Perestroika, yo cual abortado producto de la revolución rusa y nicaragüense, pululaba en las barriadas de Managua que ribeteaban como tumores malignos, tanto las residencias palacetes de los nuevos autócratas sandinistas de turno como las de sus nuevos socios: la vieja burguesía; los líderes sandinistas ya sólo eran jerarcas engordados con el mismo tocino de engorde de sus viejos enemigos burgueses.  Hoy mi roja y oscura sangre mezclada con el Burgundy se agolpa y palpita de nuevo en los surcos de mis venas, en las noches de nostalgia; noches cuando el elixir etílico pone a levitar a mi fantasma insomne, en búsqueda de una utópica pasión, recorriendo estaciónes de trenes en remotos pueblitos aledaños a Moscú.

Otto Aguilar
Berkeley  - 8/18/2012



1 comment:

otto aguilar said...
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