Saturday, January 4, 2020

Selfie en los espejos de Catalina la grande.


   La neblina, exhalaciones de insomnes fantasmas pululantes en la avenida Nevsky, me envuelve en esa dimensión donde el tiempo es sólo vapor espectral que desdibuja épocas añejas en una suerte de palimpsesto holográfico, un collage ecléctico que mezcla personajes víctimas de fatal destino con contemporáneos seres peripatéticos dirijidos y conectados a telèfonos inteligentes. En esa neblina las épocas se traslapan en un collage postcontemporáneo, dejando entrever varias capas de un pasado tumultuoso repitièndose una y otra vez con diferentes actores en diferentes escenarios. En esa avenida Nevsky vamos siguiendo los pasos trastabillantes del alma en pena del escritor Gogol. Me pregunto si alguna vez el escritor habría estado en el palacio de invierno de los zares, hoy museo Hermitage, hacia donde nos dirigimos Ivan y yo. Junto con el resto de transeuntes en la Nevsky prospect, Ivan y yo somos Almas muertas, coleccionadas y mercadeadas por un Chichikov del s. XXI, el cual nos ha colectado y vendido al mejor postor, un traficante de almas rusas, cubanas, nicaragüenses, polacas, checoslovacas, vietnamitas, etc, etc. Almas que han corrido el mismo destino utópico: la nadahistoria de Virgilio Piñera en la Cuba socialista, la estalinsita de Victor Serge, y de "1984 de Orwell", que es igual a la Nicaragua actual repitiendo su cruel tragicomedia de dictaduras hasta el cansancio.

  Las exhalaciones de esos insomnes espectros finiseculares, dibujan y desdibujan intermitente las fachadas de viejos edificios del S. XIX de la avenida Nevsky, alineados en bloques hasta llegar a la amplia plaza que está frente al El Hermitage, el museo antiguo palacio de invierno delos zares, allí donde la zarina Catalina la grande, coleccionó al claroscular Rembrandt del cual quizás no supo el triste final en la pobreza del maestro holandès.  La zarina trajo a su palacio obras del intempestivo Caravaggio, del cual quizás no tuvo conocimiento de su muerte en una costa lejana de su lugar de origen, mientras huía del papado, la inquisición y las autoridades. En la alcoba de ese Palacio de Invierno hoy museo de arte, Catalina deliraba, jadeaba, suspiraba entre los brazos y piernas de su varios amantes; pasión sexual intensificada hasta el paroxismo por los largos períodos de represión sexual desde que fuera comprometida muy joven, con el nieto del zar Pedro I, zar que creó San Petersburgo, la bella ciudad afrancesada en las costas del río Neva. Algunos afirman que la zarina tomó el poder de Rusia tras el complot de ella y sus seguidores, asesinando al tonto y desgraciado zar con el cual había sido desposada muy joven.

  Mientras Iván me regañaba como a un niño por no haberle seguido su recomendación de traer suéter y abrigarme bien por el frio de San Petersburgo, yo simulando no escucharle, boquiabierto contemplaba las fachadas de viejas residencias y, perdí de vista al fantasma de Gogol. Pero de pronto le veo salir de una tienda de libros de viejo, al mítico Gogol, su aspecto es extraño, esquivo, sus escrutinadores ojos asoman como ojos de cangrejo tras la solapa de su abrigo o su capote, quizá el mismo de su cuento El capote, del cual Dostoyevsky afirmó que todos los escritores habían surgido de El Capote de Gogol.

  Iván y yo habíamos llegado esa mañana fría y gris de San Petersburgo después de haber viajado por tren toda la noche, desde Moscú; acostado en mi litera y contemplando las intermitentes lucecitas de lejanos caseríos que aparecían y desparecian a través de las ventanillas, yo divagaba recordando un viaje similar que había hecho 26 años atrás cuando fui en búsqueda de èl, desde Moscú hasta Tula, el pueblo del conde escritor Tolstoi, donde Iván alquilaba un pequeño cuarto mientras actuaba en una compañia de teatro. En ese entonces yo viajè sin pasaporte, el cual me habían quitado migración en espera de una posible deportación, En esos angustiosos días me consideraba un purgado más como los millones de rusos que hacia más de medio siglo habían sido purgados, deportados a campamentos de reconcentración estalinista; me fui en el tren retando la prohibición impuesta por la policía, de no reencontrarme más con Ivan, después de nuestra detención en mi residencia universitaria.

  Más de tres décadas después de ese suceso, allí íbamos Iván y yo, en un tren de media noche rumbo a la ciudad construida por el zar Pedro el grande a orillas del rio Neva. Llegamos en una mañana gris y fría de San Petersburgo , nos encaminamos sobre la avenida Nevsky en rumbo al Hermitage, ivamos pisando los pasos del escritor Gogol junto con sus Almas muertas, tres décadas después de nuestra abrupta separación; tres dècadas en las cuales nuestros destinos siguieron su curso como siguiendo el guión de un director de caprichoso teatro de lo absurdo, tiempo en el cual perdimos contacto despuès de tres años de mi regreso a Nicaragua, tiempo en que la revolución nicaragüense siguió el camino de todas revoluciones: devorar a sus hijos igual que habia hecho la revolución rusa de la cual Iván y yo podrimaos considerarnos sobrevivientes; y como sobrevivientes de esas revoluciones a pesar de leyes que nos separaron, tres décadas después allí íbamos en rumbo al palacio de invierno donde “Catalina la grande” gozó a lo grande con sus libidinosos mozos rusos, sin que nadie le dijera esto si, esto no. En esos pomposos salones iluminados con luminosos chandeliers, decorados con oro y malaquita, hoy convertidos en exquisitas salas del arte más selecto de todas las épocas, Catalina retozó saciada con sus amantes de turno; una silla de madera fina importada de Nicaragua era su pedestal donde gimió y suspiró, donde puso los ojos en blanco éxtasis y, donde ensayó poses de kamasutra ruso a más no poder, mientras era penetrada inclementemente por su amante de turno, y afuera de la sala de sus juegos eróticos en las galerías y corredores atestadas de obras de arte, deambulaba el insomne fantasma de su esposo, el idiota zar destronado por ella en complot junto con sus seguidores.

Otto - Berkeley 2017
Foto: En el Hermitage 2011