Sunday, July 7, 2019

“Ecce homo”, lecturas, insomnios y el tren. - Hojas sueltas de un desdiario.




"Creo cada vez más que no hay
que juzgar a Dios por este mundo.
Es un estudio de èl poco acertado"
Van Gogh

                                                                         Berkeley, Nov./27/2013  -  4:00 am

   Sobre mi improvisado escritorio, viejo mueble de máquina de coser industrial, se apilan diferentes libros que me mantienen insomne en las madrugadas heladas de los últimos días del año 2013. Entre esos libros sobresalen: “Buried book” el cual trata sobre el descubrimiento del escrito más antiguo del cual se tenga conocimiento, titulado “Gilgamesh”,  le siguen:  “Ecce homo”  de Nietszche, una antología de Ezra Pound, “1984” de Orwell, “Solar dance” de Modris Eksteins.  Mi improvisado escritorio probablemente fue testigo de horas de esclavismo moderno de mujeres en la industria del vestuario, que dejó manos artríticas a las costureras, como a mi madre, y más millonarios a los dueños de las fábricas.
   
  En el libro de Ezra Pound se lee: “ Sólo el dinero es capaz de ser transmutado inmediatamente en cualquier forma de actividad; tal es el idioma del mito infame… El dinero no contiene energía. La moneda de media lira no crea el boleto, ni los cigarillos… Es por este acto de prestidigitación por lo que la humanidad ha sido atada de pies y manos y hasta la fecha no ha podido liberarse.”
    
  Gilgamesh, es uno de los libros –poema más antiquísimo!., que me acompaña estas madrugadas de insomnio. Este libro narra la historia del rey Gilgamesh, de Uruk, que siendo un tirano, termina como hèroe, despuès de la aventura en la que le acompaña su amigo Enkidu, (el cual era su amante, según algunos estudiosos). En la aventura Enkidu muere, y Gilgamesh le llora como si perdiese a su esposa; luego sigue en su búsqueda de la planta de la eternidad, eternidad la cual los dioses le han privado.
   
  En el pequeño apartamento ubicado bajo el mío, el vecino migrante salvadoreño, trabajador de la construcción, ronca fuerte como de costumbre, hasta que su alarma despertador le ordena dejar de roncar, para prepararse e irse a su diaria jornada de trabajo; mientras tanto su mujer que tambièn debe irse a su trabajo, ya ha iniciado sus diarias oraciones de agradecimiento y peticiones al Dios que les ha dado todo: trabajo, una camioneta y dinero para enviar a sus hijos que dejaron en El Salvador. En esos rezos los vecinos pronuncian palabras extrañas de supuestas lenguas muertas; rezos los cuales alternan con furtivos pedos y terminan en piadosos llantos. Llantos, que inevitablemente me recuerdan otros llantos y gemidos, que desde ese mismo apartamento de abajo se escuchaban cuando eran ocupados por anteriores inquilinos, los cuales eran gemidos de la mujer de un mexicano alcohólico y violento, cuando la forzaba a tener relaciones sexuales; a esto se le unía los ruidos de pailas muy temprano que el hombre hacía a propósito y, las constantes discusiones que terminaban en golpes, de sus hijos. El drama de esta mujer abusada y mi tortura terminó cuando la policía vino un día a llevarse preso al abusador. Pero luego me cayeron estos evangèlicos salvadoreños con sus rezos de noche y de madrugada, rezos con palabras en lenguas muertas y pedos. A partir de entonces empecè a usar tapones en los oídos para escapar al infierno que bajo mi piso se alojaba intermitente.
   
  En el libro “El aniticristo”  de Nietzsche leo: “En un tiempo Dios no tuvo más que su pueblo “elegido” (Israel). Luego, igual que su pueblo, llevó una existencia errante, y ya no se radicó en parte alguna, hasta que al fin gran cosmopólita, se encontraba bien en todas partes y tenía de su parte el “gran número”, a media humanidad. Más no por ser el Dios del “gran número” , el demócrata entre los dioses, llegó a ser un orgulloso Dios pagano; seguía siendo judío, el dios de todos los lugares y rincones oscuros, de todas las barriadas malsanas del mundo entero!... Su imperio es como antes un reino subterráneo, un hospital, un getto…” 
   
  En la ventana frente a la cual se encuetra mi escritorio, comienza a bosquejarse el mundo exterior. A lo lejos se escucha de nuevo el silbato del tren, el cual me saca de la lectura del libro de Nietzsche, El anticristo y, me dispongo a salir a correr en dirección hacia la bahía, allí por la estación donde acaba de pitar perezoso el tren que viene de recorrer largas distancias pasando por lejanas ciudades que nunca llegarè a conocer. Mientras corro y contemplo a una luna rezagada, pienso en los seres que desde la superficie lunar, probablemente en el pasado o en el presente, han hecho incontables veces lo mismo que yo, sólo que ellos contemplando a la tierra.

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                                                                           Berkeley, Dic./4/2013  - 3:00 am

  Los vecinos evangèlicos que ocupan el pequeño apartamento bajo de mi piso, empiezan a orar como de costumbre, son las 3 de la madrugada. A lo lejos se oye el silbato del tren que pasa cerca de la estación de la marina de Berkeley.
  En el diario de Franz Kafka, èl se queja de los ruidos que hacen los vecinos en los apartamentos contiguos:  “10 de Febrero. Primera noche… El vecino conversa horas y horas con la patrona. Hablan en voz baja; la patrona casi no se oye, lo que resulta aún más molesto. Mi actividad, literaria, que estaba en marcha desde hacía dos días, ha quedado interrumpida.  Quièn sabe por cuánto tiempo. Desesperación pura. ¿Ocurre lo mismo en todas las viviendas? ¿me esperan unos apuros tan ridículos y necesariamente aniquiladores con cualquier patrona, en cualquier ciudad?."

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                                                                              Berkeley, Dic/5/2013 - 3:30 am

  Quièn iba a decirle a Vicent van Gogh, que su arte del cual no pudo vivir, pero realizó hasta el último momento aún en medio de su miseria, (miseria que apresuró su locura y su muerte), haría millonarios a los especuladores de las grandes subastas de arte?, donde sus pinturas fueron a caer, pasando de mano en mano.  Hay una anècdota poco conocida sobre la obra de Van Gogh, el libro “Solar dance” de Modris Eksteins, trata de la mayor falsificación  de sus obras, vendidas como originales, a cargo de un bailarín homosexual de nombre Otto Wacker que se hacía pasar como como art dealer.  La tragedia de Van Gogh muestra como el talento y el èxito comercial o fama no siempre van de la mano. Van Gogh, en unos de sus diarios escribió:

"Creo cada vez más que no hay
que juzgar a Dios por este mundo.
Es un estudio de èl poco acertado"

Otto Aguilar
Berkeley - 7 de Julio de 2019


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