Tuesday, June 5, 2018

Aquel Junio de 1979 en Masaya.


  
  Desde lo alto del cerro en el fortín del Coyotepe de Masaya  algunos guardias resistían incrédulos  de que el final de la sangrienta insurrección contra la dictadura llegaba a su fin.  El dictador Somoza y su elite habían huido del país, mientras algunos guardias como los que permanecían en el Coyotepe cubrían sin tener otra opción, la huida de la elite somocista. La vista de la ciudad de Masaya  desde esa privilegiada posición en el cerro seguramente les había dotado a ese reducto  somocista, de la vaga esperanza de resistir.  La ubicación  estratégica les daba ventajas sobre la posición de los insurrectos que desde hacía más de un mes habían tomado la ciudad de Masaya.  
    
  Después de que miles de combatientes y colaboradores, muchos heridos, habían logrado salir de Managua para llegar a Masaya caminando toda la noche los 25 kms. que separaba a las dos ciudades, en búsqueda de recobrar fuerzas y armamento  para continuar la lucha armada contra la dictadura, los guardias continuaron lanzando morteros desde lo alto y realizando ataques e incursiones suicidas en las faldas del cerro.  
    
  Rigoberto era uno más de los combatientes de Managua que habían llegado en ese repliegue a Masaya.  Había sobrevivido a los combates en los barrios orientales de la capital y despuès sobrevivido al bombardeo somocista a la columna del repliegue en el sector de Piedra quemada. En su diario narra algo de esos momentos:

  “Despuès de recorrer 25 kilómetros habíamos llegado al sector de Piedra quemada, ya cerca de nuestro destino a Masaya. Con las primeras luces del amanecer apareció el push and pull o el avión llamado Dundo vomitando rockets o bombas, haciendo blanco en el grueso de la columna del repliege.  Las ametralladoras en la vanguradia de nuestra columna trataron de repeler el ataque aereo.  Los que no llevábamos armas de largo alcance, no teníamos más alternativa que tirarnos al suelo, pues èramos un blanco fácil a la luz del día, en un campo abierto.  Pegado al suelo queriendo que la tierra me tragase, sólo veía cuando el rocket impactaba muy de cerca, con aquel aterrorizante estruendo, y despuès de que el polvasal y humo desaparecía veía chamuscados los despojos de los infortunados que habían sido impactados.  Una lluvia empezó a caer como llorando el cielo por aquella masacre y fue así que logramos avanzar.  Entre el grupo que avanzábamos rezagados iba Amada Pineda, la campesina que había denunciado a la guardia somocista por la múltiple violación que fuè victima, tambièn en el grupo iba Roger Cabezas alias Aniceto.  Mientras corríamos aprovechando que la lluvia detenía el actuar mortal del avión que lanzaba sus rockets, nos topamos con cadáveres y al detenernos  para reconocerlos y buscar como sepultarles, me impactaron dos muchachos que parecían estar vivos, con sus ojos abiertos  como inquiriendo al cielo.  Enterramos a algunos a la sombra de un árbol, dejando una seña para identificar el lugar.”

  Al releer su diario, Rigoberto se traslada a aquellos días en Monimbó, donde conoció a un pueblo con un historial de lucha contra la dictadura. En esos días previos al triunfo sobre la dictadura somocista, vivió el asedio de ese remanente de guardias del Coyotepe, a los cuales escapó de sus balas en dos ocasiones; la primera vez cuando bajo intermitente lluvia cansado despuès de varias noches desvelado, se había quedado dormido en la línea de contención en las faldas del cerro, allí fue encontrado por su responsable el cual después de fuerte reprimenda le hizo volver a la vida al darle un trago de Old parr; la otra ocasión de la cual salió ileso fue después de un enfrentamiento con esos guardias por el sector de la empresa La Inca donde sobrevive de  milagro cuando perdido junto con otros seis combatientes de Managua se toparon en la retaguardia con una tanqueta la cual iba seguida por guardias.  
   
 Aún después de transcurrido dècadas de dichos combates y lejos de su patria, Rigoberto se pregunta si todo aquello había sucedido; se pregunta dudando de su débil memoria o de la falsa memoria, (ese autoengaño inconsciente donde los sueños o deseos se confunden muchas veces con la realidad); seguro de lo acaecido  se repite a sí mismo - sí, eso sucedió! … y sucedió aún más de lo que subyace en su desmemoria, en esos rincones y laberintos donde refugiado del horror  de lo vivido, la memoria se resiste a recordar con ese mecanismo automático de defensa como si fuese anestesia para evitar el dolor, para así poder  cargar como un lesionado con si mismo.

  Como  un ermitaño desengañado de utopías, Rigoberto vive en una ciudad fría en el país del norte adonde emigró a pesar suyo.  Esos recuerdos a veces lo asaltan en sueños y lo despiertan, como si aún escuchara  la explosión de la granada M-79 y el grito del contra en la guerra no de 1979 sino en la guerra de los 80's, en lo alto de una colina en el combate de Makaralí, Jalapa, donde tras pinos se parapetaba:  - Hijueputa sos vos! - le gritó el contra - De èsta no te escapás!  - le dijo.  Tras la explosión, en esos breves segundos, aturdido y ensordecido,  segundos bastaban  para que el guardia lo rematara ahí mismo donde quedó doblado sobre su ametralladora averiada por los charneles que impactaron en ella y que posiblemente  evitaron penetraran en su pecho, logrando entrar solo uno de ellos en su hombro derecho quedando por breve momento inmovilizado, fue cuando entonces pensó era su final.  Quiso la suerte que uno de los soldados de su pelolotón llegara a rescatarle. También incrédulo a veces se  pregunta – por què las balas que caían con un sonido seco en la tierra muy cerca donde el se arrastraba en la retirada  no le impactaron?, y por què impactaron sin embargo al soldado que iba adelante  en su trayecto?, dejándole un profundo hueco en el hombro del cual manaba borbotones de sangre?, al cual le tocó cargar en hombros corriendo colina abajo.

  En una foto que un reportero de guerra le tomó esa tarde despuès  del combate, se le ve tímido, sonriendo,y  hoy que vuelve a ver esa foto en blanco y negro, ya viejo, despuès de años… lejos de esos días… lejos de aquel su país … se pregunta por què sonreía en esa foto?, que broma contaban para que a pesar del impacto de lo vivido en el combate de hacía poco,  le quedara aún esa leve sonrisa que el reportero de guerra  captó con su cámara?,… había en realidad sucedido aquello?, sí!, se responde de nuevo  a si mismo - aquello sucedió.

Otto Aguilar
Párrafos de:  Aquel Junio de 1979 en Masaya.
Imagen: "Masaya 1978" - Armando Morales Sequeira