Sunday, July 14, 2019

Desencanto en Monimbó


  El beso de Tita cortó de un tajo la noche de Rigoberto, el cual al abrir los ojos atónito vio muy de cerca flotando en la oscuridad del cuarto el delineado rostro de la osada muchacha, cuya sofocada respiración le indicaba la intensidad del deseo que èl le provocaba. Unas horas antes èl había regresado al puesto de mando despuès de realizar vigilancia nocturna. Varios combatientes dormían uno al lado del otro en el piso de una vieja casa en Monimbó. Tita igual que èl, era parte de los insurgentes que habían llegado de Managua a Masaya con el Repliegue. Para cualquier joven de su edad tal invitación en aquellos intensos y peligrosos días de la guerra, significaría un premio, pero para Rigoberto aquello lo dejaba en una incómoda situación al no saber como responder ante algo no deseado. Refugiado en su somnolencia disimuló volver a quedar dormido ante los asustados ojos de la frustrada muchacha. Al día siguiente la rutina de la guerra borró tal incidente, como si nada había sucedido entre los dos; de hecho no sucedió nada más que una fallida emboscada nocturna de seducción a un tímido Rigoberto en cuyo ser, refugiado en su aparente yo, se debatía la perenne angustia de ser o no ser.
  
  Despuès de lo sucedido con Tita èl recordaba otra situación similar , cuando un par de años antes de la insurreción final contra la dictadura somocista, había cedido ante el insistente coqueteo de la Soledad, una compañera de clases provista de hermosas y seductoras piernas que no escatimaba en mostrar a travès de su minifalda. Esas piernas a èl se le asemejaban fuertes tenazas capaces de triturar su esquelètico cuerpo. Para el resto de compañeros de clase era obvio que la Soledad había decidido llevarse a Rigoberto a la cama, algo que a èl le angustiaba y lo ponía en aprietos cuando maliciosamente ellos le preguntaban ¿Rigoberto, que le harías a la Soledad si se te desnudara?, èl sintièndose atrapado constestaba – Pues… la dibujaría!. Camuflajeado entre los arbustos de un cauce en Managua, Rigoberto se dio cita con la Soledad. Finjiendo estar encandilado de deseo como ella misma, Rigoberto sentía que se había embarcado en una penosa situación de la cual no saldría ileso, víctima tanto de las hermosas tenazas-piernas de la Soledad que ya empezaban a triturar las suyas, así como tambièn de su vulva húmeda y ardiente. La Soledad suspiraba, jadeaba, en cambio el pobre Rigoberto temblaba sin saber que hacer, donde poner las manos, donde besar, donde acariciar.
Nunca había estado con una muchacha, sólo con una prostituta vieja llamada La Masayita, cuando despuès del terremoto viviendo en el pueblito de San Ramón en Matagalpa, su hermano mayor le había llevado donde ella despuès de beber sus primeras cervezas, èl tenía entonces 15 años. Sentado en la cama de la Masayita y compadecido de aquella mujer que bien podría ser su madre ejerciendo antiquísima profesión, le preguntó que por què hacía aquello, ante lo cual ella sin aspavientos le dijo que se desnudara y que se dejara de entrevistas, que ella era una vieja en el oficio, una vieja por la cual habían pasado muchos y que èl no sería el último, tampoco el primer chavalo baboso que llegaba a preguntarle pendejadas a la hora del trabajo. Esa vez èl se quedó dormido sobre la Masayita, lo salvó su primera borracehera.
  
  Pero ahora se preguntaba, mientras se debatía en una lucha infructuosa con la Soledad, como saldría librado de ella sin dejarle dudas de su hombría?. Mientras buscaba algún pretexto, he allí que apareció en medio de su angustia un becat de la Guardia somocista. Mientras sufría entre aquellas tenazas-piernas de la Soledad, el vehículo de la guardia que realizaba recorrido por el sector, enfocó sus luces sobre el oscuro cauce. Entre asustado y maravillado Rigoberto rápidamente dijo a la Soledad - vestite y vámonos de aquí, si nos ven y nos agarran nos matan estos hijueputas!. Y cobijados por los arbustos, bañados en sudor los dos, medio vestidos, ella con larga cabellera alborotada como palmera azotada por viento, èl disumulando su nerviosa sonrisa de satisfacción como un ateo que quisiera creer en milagros, salieron con pasos de ganso en medio del cauce oscuro.
Pero esos días habían quedado ya lejanos en el tiempo, tambièn los frustrados intentos del beso de Tita que partió en dos su noche en Monimbó. Ahora era la muerte en cada combate la que le coqueteaba y las fauces de la Patria, las cuales se abrían constantemente para tragarse a los combatientes que caían día a día en aquella sangrienta guerra contra Somoza en el lluvioso Julio de 1979. Aunque Masaya había sido liberada por los sandinistas, todavía había un reducto de la guardia en el fortín del Coyotepe resistiendo.
  
  Desde lo alto del cerro del Coyotepe los guardias resistían incrédulos de que el final de la dictadura era inminente. El dictador y su elite empezaban a huír del país, mientras algunos guardias como los que permanecían en el Coyotepe seguían combatiendo; la opción de rendirse para esos guardias, quizás significaba para ellos su posible ejecución a manos de los insurrectos. La idílica vista de la ciudad de Masaya, desde esa privilegiada posición en el cerro, seguramente les había dado alguna vaga esperanza de que aquella fuera una escaramuza más de los revoltosos o piricuacos como ellos llamaban a los sandinistas y no el golpe final, el jaque mate a la dictadura. 

Otto Aguilar
Berkeley, 19 de Julio de 2017
Imagen: Deseancanto - lápiz carbón, tiza pastel/papel - 19 x 22" - 2009

Sunday, July 7, 2019

“Ecce homo”, lecturas, insomnios y el tren. - Hojas sueltas de un desdiario.




"Creo cada vez más que no hay
que juzgar a Dios por este mundo.
Es un estudio de èl poco acertado"
Van Gogh

                                                                         Berkeley, Nov./27/2013  -  4:00 am

   Sobre mi improvisado escritorio, viejo mueble de máquina de coser industrial, se apilan diferentes libros que me mantienen insomne en las madrugadas heladas de los últimos días del año 2013. Entre esos libros sobresalen: “Buried book” el cual trata sobre el descubrimiento del escrito más antiguo del cual se tenga conocimiento, titulado “Gilgamesh”,  le siguen:  “Ecce homo”  de Nietszche, una antología de Ezra Pound, “1984” de Orwell, “Solar dance” de Modris Eksteins.  Mi improvisado escritorio probablemente fue testigo de horas de esclavismo moderno de mujeres en la industria del vestuario, que dejó manos artríticas a las costureras, como a mi madre, y más millonarios a los dueños de las fábricas.
   
  En el libro de Ezra Pound se lee: “ Sólo el dinero es capaz de ser transmutado inmediatamente en cualquier forma de actividad; tal es el idioma del mito infame… El dinero no contiene energía. La moneda de media lira no crea el boleto, ni los cigarillos… Es por este acto de prestidigitación por lo que la humanidad ha sido atada de pies y manos y hasta la fecha no ha podido liberarse.”
    
  Gilgamesh, es uno de los libros –poema más antiquísimo!., que me acompaña estas madrugadas de insomnio. Este libro narra la historia del rey Gilgamesh, de Uruk, que siendo un tirano, termina como hèroe, despuès de la aventura en la que le acompaña su amigo Enkidu, (el cual era su amante, según algunos estudiosos). En la aventura Enkidu muere, y Gilgamesh le llora como si perdiese a su esposa; luego sigue en su búsqueda de la planta de la eternidad, eternidad la cual los dioses le han privado.
   
  En el pequeño apartamento ubicado bajo el mío, el vecino migrante salvadoreño, trabajador de la construcción, ronca fuerte como de costumbre, hasta que su alarma despertador le ordena dejar de roncar, para prepararse e irse a su diaria jornada de trabajo; mientras tanto su mujer que tambièn debe irse a su trabajo, ya ha iniciado sus diarias oraciones de agradecimiento y peticiones al Dios que les ha dado todo: trabajo, una camioneta y dinero para enviar a sus hijos que dejaron en El Salvador. En esos rezos los vecinos pronuncian palabras extrañas de supuestas lenguas muertas; rezos los cuales alternan con furtivos pedos y terminan en piadosos llantos. Llantos, que inevitablemente me recuerdan otros llantos y gemidos, que desde ese mismo apartamento de abajo se escuchaban cuando eran ocupados por anteriores inquilinos, los cuales eran gemidos de la mujer de un mexicano alcohólico y violento, cuando la forzaba a tener relaciones sexuales; a esto se le unía los ruidos de pailas muy temprano que el hombre hacía a propósito y, las constantes discusiones que terminaban en golpes, de sus hijos. El drama de esta mujer abusada y mi tortura terminó cuando la policía vino un día a llevarse preso al abusador. Pero luego me cayeron estos evangèlicos salvadoreños con sus rezos de noche y de madrugada, rezos con palabras en lenguas muertas y pedos. A partir de entonces empecè a usar tapones en los oídos para escapar al infierno que bajo mi piso se alojaba intermitente.
   
  En el libro “El aniticristo”  de Nietzsche leo: “En un tiempo Dios no tuvo más que su pueblo “elegido” (Israel). Luego, igual que su pueblo, llevó una existencia errante, y ya no se radicó en parte alguna, hasta que al fin gran cosmopólita, se encontraba bien en todas partes y tenía de su parte el “gran número”, a media humanidad. Más no por ser el Dios del “gran número” , el demócrata entre los dioses, llegó a ser un orgulloso Dios pagano; seguía siendo judío, el dios de todos los lugares y rincones oscuros, de todas las barriadas malsanas del mundo entero!... Su imperio es como antes un reino subterráneo, un hospital, un getto…” 
   
  En la ventana frente a la cual se encuetra mi escritorio, comienza a bosquejarse el mundo exterior. A lo lejos se escucha de nuevo el silbato del tren, el cual me saca de la lectura del libro de Nietzsche, El anticristo y, me dispongo a salir a correr en dirección hacia la bahía, allí por la estación donde acaba de pitar perezoso el tren que viene de recorrer largas distancias pasando por lejanas ciudades que nunca llegarè a conocer. Mientras corro y contemplo a una luna rezagada, pienso en los seres que desde la superficie lunar, probablemente en el pasado o en el presente, han hecho incontables veces lo mismo que yo, sólo que ellos contemplando a la tierra.

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                                                                           Berkeley, Dic./4/2013  - 3:00 am

  Los vecinos evangèlicos que ocupan el pequeño apartamento bajo de mi piso, empiezan a orar como de costumbre, son las 3 de la madrugada. A lo lejos se oye el silbato del tren que pasa cerca de la estación de la marina de Berkeley.
  En el diario de Franz Kafka, èl se queja de los ruidos que hacen los vecinos en los apartamentos contiguos:  “10 de Febrero. Primera noche… El vecino conversa horas y horas con la patrona. Hablan en voz baja; la patrona casi no se oye, lo que resulta aún más molesto. Mi actividad, literaria, que estaba en marcha desde hacía dos días, ha quedado interrumpida.  Quièn sabe por cuánto tiempo. Desesperación pura. ¿Ocurre lo mismo en todas las viviendas? ¿me esperan unos apuros tan ridículos y necesariamente aniquiladores con cualquier patrona, en cualquier ciudad?."

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                                                                              Berkeley, Dic/5/2013 - 3:30 am

  Quièn iba a decirle a Vicent van Gogh, que su arte del cual no pudo vivir, pero realizó hasta el último momento aún en medio de su miseria, (miseria que apresuró su locura y su muerte), haría millonarios a los especuladores de las grandes subastas de arte?, donde sus pinturas fueron a caer, pasando de mano en mano.  Hay una anècdota poco conocida sobre la obra de Van Gogh, el libro “Solar dance” de Modris Eksteins, trata de la mayor falsificación  de sus obras, vendidas como originales, a cargo de un bailarín homosexual de nombre Otto Wacker que se hacía pasar como como art dealer.  La tragedia de Van Gogh muestra como el talento y el èxito comercial o fama no siempre van de la mano. Van Gogh, en unos de sus diarios escribió:

"Creo cada vez más que no hay
que juzgar a Dios por este mundo.
Es un estudio de èl poco acertado"

Otto Aguilar
Berkeley - 7 de Julio de 2019