Thursday, December 24, 2015

Mancha de rojo oscuro sobre la nieve


  Un caserío lejano, línea que separa el cielo gris arrecostado sobre el desolado paisaje, es sólo una linea desdibujándose en la pupila del soldado agonizante. La bruma devora todo a su alrededor, mientras èl escucha graznidos de cuervos que saltan picoteando sobre los cadáveres entre los que yace.  En lontananza, pequeñas manchas ocres de pespunteada costura de cicatriz suturan el gris cielo con la desolada franja de tierra; ese caserío suscita recuerdos de su infancia, cuando  escondido entre árboles contemplaba de lejos ese hoy desfalleciente horizonte.

  Los recuerdos se le agolpan rápidamente, cual droga anestesiando las punzadas de la muerte.  Recordaba la noche anterior cuando refugiado del frío que mordía sus huesos en una casa abandonada del caserío, èl había entrelazado desesperadamente su cuerpo con el de Mario. Esa noche la guerra cesó por un momento para los dos, quedando sólo sus cuerpos trenzados por la pasión que erizaba sus epidermis y tornaba sus ojos en blanco.  En días anteriores sus soslayadas miradas lamían sus labios, sus velludos pectorales y piernas, sus falos erectos y ocultos bajo el raido uniforme militar.  La rudeza de la vida militar y certidumbre de la muerte en cualquier momento, imponía doble y fèrreo autocontrol, reprimiendo esa atracción recíproca y peligrosa que desde el inicio de la guerra los dos experimentaban.

 El eco de un balazo como tiro de gracia, en el laberinto oscuro de su desvaneciente  memoria, deja la interrogante ¿ aquel balazo era el de  Mario suicidándose en la alborada, despuès que los dos habían detenido la guerra con sus cuerpos entrelazados?.

 A travès del alambique de su memoria, todo su pasado se destiló igual que su vida, dejando una mancha de rojo oscuro sobre la nieve.

  En la cámara oscura de sus ojos, invertida se congeló la última visión del lejano caserío de su niñez. Ahora, èl era uno más entre los cadáveres que el cruento combate dejó esparcidos en el campo abierto aquella mañana.  Un cuervo salta sobre su rostro de mirada vacía y, de un picotazo hace saltar el ojo izquierdo, el cual queda colgando fuera de la cuenca. El cuervo, mancha negra sobre el rostro exangüe del soldado, gira su cabeza a un lado y a otro; emitiendo diferentes tipos de graznidos el cuervo extiende sus alas, coge impulso para revolotear sobre otros cadáveres y se pierde a lo lejos en el lejano caserío.

(Otto Aguilar - 24 de diciembre -2015)