En el libro titulado “Confesiones de una máscara”, el
escritor japonès Yukio Misshima, entre varias
de sus confesiones, relata su excitación ante la imagen de un San Sebastián,
del artista Guido Reni:
“En el cuerpo del
joven – que recordaba el de Antinoo, el amado de Adriano, cuya belleza tantas
veces ha inmortalizado la escultura: no se veían rastros del duro vivir o de la
decrepitud que en tantas representaciones de santos se veía. Contrariamente, en
aquel cuerpo sólo había juventud primaveral,
luz, belleza y placer…
Aquel día, en el
instante en que mi vista se posó en el cuadro, todo mi ser se estremeció de
pagano goce. Se me levantó la sangre, y se me hincharon las ingles, como al impulso
de la ira… Mis manos, de forma totalmente inconsciente, iniciaron unos
movimientos que nadie les había enseñado. Sentí que algo secreto y radiante se
elevaba, rápido el paso, para atacarme desde dentro de mí. De repente estalló, y
trajo consigo una cegadora embriaguez…
Esta fue mi primera eyaculación. Y tambièn fue el
principio, torpe y totalmente imprevisto, de mi “vicio”. (Interesante coincidencia es es que Hirschfeld
coloque los “cuadros de San Sebastián en primera fila entre las obras de arte
que producen especial placer al invertido”. Esta observación de Hirschfeld nos conduce
fácilmente a aventurar que en la inmensa mayoría de los casos de inversión, en
especial la inversión congènita, los impulsos invertidos y los sádicos se
encuentran inextricablemente mezclados.)"
En 1995 realicè un dibujo a tiza pastel inspirado
en Misshima. Algunos meses despuès de
exhibirlo en una galería de San Francisco, inconforme con el dibujo, lo cortè
en dos y destruí la parte superior. De este inmolado dibujo, sobrevivió sólo la parte de abajo y un print digital, el cual por un tiempo colgaba de las paredes de una casa en Granada, Nicaragua;
tal copia, según su coleccionista, le fue robada. Cualquiera diría que este
gesto de destruir mi dibujo “Homenaje a Misshima”, fuera un premeditado “performance de Haraquiri
sadomasoquista”, similar al trágico final del mismo escritor, el cual se suicida
en la cumbre de su fama literaria a sus 45 años de edad, bajo el ritual del Haraquiri, rito de
honorable tradición Samurai. Tal ritual consiste
en clavarse una daga en el abdomen y cruzarla de un lado a otro
abrièndose las entrañas, luego el padrino de la ceremonia, debe proceder a
decapitar cuando el torso se ha doblegado. En el caso de Misshima, su amigo
Morita, tuvo que asestar dos o tres golpes para lograr decapitarlo.
Confesisones de una máscara, es una novela autobiográfica;
en ella el autor va escudriñándose y desenmascarándose, en esas etapas de formación
de la personalidad: niñez, adolescencia
y juventud. Inicia relatando su relación
con su posesiva abuela, de la cual dice:
a mis primeros años tenía una novia posesiva de más de 70 años de edad.
Misshima tuvo esposa, así como amantes. Visitó
Nueva York; en una entrevista realizada en esa comsmopólita ciudad aparece con
la típica chaqueta de cuero que usan los sadomasoquistas, practicantes del sexo
rudo. Allí asistó a los clubs y a los saunas de homosexuales, quizás los mismos saunas que
visitara el afamado bailarín escapado de la Unión Soviètica, Nureyev.
Su suicidio no es
debido a frustración por una vida en el closet, (vida homosexual la cual escudriñó,
gozó y dejó plasmada en su obra), sino que parece ser debido a sus ideas
tradicionales, enmarcadas alrededor del culto al viejo Japón y a su emperador; la
pèrdida de los valores tradicionales del Japón le causaban hondo malestar. Cualquiera que haya sido la razón del
suicidio, dejó una obra con un profundo e inteligente análisis sicológico, (escrito
con el filoso escalpelo del cirujano), de lo que subyace bajo la máscara que
muchos se resignan a llevar inescrutable hasta el final de sus días.
Otto Aguilar – Berkeley 11 de Nov. de 2019
Dibujo “Homenaje a Misshima” – Tiza pastel/papel - 1995