Cuando llegaron a Ocotal, ciudad del norte de Nicaragua, bajaron los cadáveres y los pusieron en el suelo de una bodega, quitaron los raídos verdes uniformes llenos de sangre coagulada, con mangueras les lavaron y volvieron a poner uniformes limpios. Luego volvieron a subir al camión IFA los rígidos cadáveres, colocados uno a lado del otro. El penoso recorrido siguió, y al amanecer llegaron a Managua. Se entregaron las notas de defunción a sus familiares, Ricardo no tuvo valor para llevar a la madre de Blas la nota del deceso de su hijo, en el fondo èl se sentía culpable, no sólo de haber sido èl mismo quien llevara aquel aviso de movilización hacía cuatro meses, ese aviso que le robó a su hijo, sino que tambièn se sentía culpable por estar vivo mientras sus compañeros de lucha, incluyendo a Blas el cual era su vecino, yacían ahora muertos.
En Managua, aquel fue uno de los primeros entierros de doce reservistas del batallón caídos en los primeros meses de 1983. El entierro fue multitudinario en el sector de los barrios orientales.
Aquellos jóvenes con sus melenas piojosas, con sus botas gastadas, con sus uniformes como epidermis raída cubriendo sus fornidos o flacos cuerpos, aún recorren y suben colinas, y aún se bañan desnudos en medio de bromas, jugarretas y palabrotas en los recovecos de la memoria de Ricardo. En sus cavilaciones tales recuerdos le sumen en la rabia, en la impotencia; esos jóvenes con los cuales juntos habían combatido a los alzados en el norte del país, murieron defendiendo el cambio de un sistema que había terminado igual o peor de corrupto al sistema anterior.
En su visita al cementerio Periférico de Managua, donde yacen los despojos de aquellos jóvenes inmolados en la guerra de los años 80's, Ricardo también lee epitafios de otros luchadores caídos contra la dictadura Somocista, tales como el de la tumba de Domitila Lugo, y nota que en el cementerio han brotado nuevas cruces, muchas cruces, son las tumbas de jóvenes recientemente asesinados, más de tres décadas después de aquellos jóvenes de su batallón y, tambièn de aquellos que cayeron luchando contra la anterior dictadura, con la diferencia de que estos jóvenes no se enfrentaron con armas ante sus asesinos, sino en protestas en las calles y en tomas de universidades. Los que ordenaron reprimirlos, asesinarlos o torturarlos y encarcelarlos, fueron algunos de los líderes de esa pasada revolución, hoy corruptos y entronizados en el poder; líderes, los cuales en el pasado hace más de tres décadas, fueron los mismos que enviaron a aquellos jóvenes a la muerte, enfrentando a la contrarrevolución en las brumosas montañas del norte de Nicaragua.
Más de tres dècadas despuès, aún siguen brotando cruces insurrectas en los cementerios de Nicaragua.
Otto Aguilar
Berkeley – 2 de Feb. de 2019.
Dibujo: tinta, lápiz/papel - Managua 1986
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