...las tinieblas son lienzos
donde viven, saltando de mis ojos a millares,
seres desaparecidos de miradas familiares...
Baudelaire
Las viejas fotos de familia que cuelgan de la pared de mi estudio, igual que mis pinturas cobran vida, en ellas se puede ver a mis hermanos y a mí, en la idílica niñez cuando la inocencia pintaba tímidas sonrisas en nuestros rostros de miradas curiosas, expectantes de futuro, hoy hecho pasado...
Mi abuela me pedía siempre darle cuerda al reloj de péndulo colgado en la pared, para lo cual debía subirme en una de las sillas de junco. De mi parte deseaba que las manecillas del reloj confundieran su curso, pero mi abuela decía que todo debía marchar como estaba dispuesto y que ni siquiera una hoja de los árboles se movía sin la voluntad de Dios. Ante tal afirmación dios se me figuraba uno de esos muchachos bromistas y malvados hasta la saciedad, que en la escuela siempre estaban gozando por las crueles bromas de la cuales los más tímidos eran sus víctimas; un Dios inclemente que jugaba todo el tiempo haciendo ricos a unos y pobres a otros, a los bellos, saludables y felices los ponía a un lado y para que sobresalieran más en estas afortunadas cualidades los rodeaba de feos, pobres, enfermos e infelices, a los cuales hacía por montón, pues eran los que más le rezaban y adoraban con la esperanza de que les hiciera el milagro de pasarlos al grupo de los afortunados.
Y así como a esos chicos malvados de escuela, que se dan a mal querer, así le cogí tema al Dios de mi abuela ante la cual fingía ser creyente para no decepcionarla. Hasta que un día, harto de fingir creer en un Dios sordo, que nunca oía las suplicas de la abuela ni las mías, renuncié a ser su lazarillo en sus visitas a la iglesia de San José. Con este distanciamiento daba inicio a mi libertad del sometimiento que dios había establecido a través de mi abuela Margarita. Otros "dioses" de carne y hueso, que después me fueron apareciendo, trataron también de someterme, aprovechando mi ingenuidad al iniciar mi recorrido por la colina de la vida, pero todos habrían de correr la misma suerte. Con el tiempo me di cuenta que vamos sustituyendo a dioses: primero están los dioses que nunca vemos, y por eso los creamos a nuestra imagen y semejanza para pedirle de todo, hasta de la forma en que queremos morir, luego están los que sí vemos y tocamos, los cuales nos someten a su voluntad a travès de la carne, quedando por un tiempo atrapados en la jaula de oro de la pasión amorosa. Y al final están los dioses políticos,con los que apuestas hasta tu vida, pero donde tambièn si no eres un buen estudiante de Maquiavelo te vas quedando entre el montón que sólo cuenta a las horas de las elecciones. Pasando por todos ellos y libre al fin de sus dominios, me quedé con mi propia voluntad, sometido sólo a mi propio yo. Tal pareciera que yo había nacido predestinado a ser discípulo del astrónomo-filosofo y anarquista Louis Auguste Blanqui cuya máxima de: " Ni dios ni amo", sigo profesando. Ese mi anarquismo innato me dotaría de cierto escepticismo contra todos esos dioses y por ello a temprana edad provocaría tremendo disgusto al Dios de mi abuela.
Otto Aguilar - 4/23/2008
Algunos párrafos de mi relato "Ecos de añejas voces".
donde viven, saltando de mis ojos a millares,
seres desaparecidos de miradas familiares...
Baudelaire
Las viejas fotos de familia que cuelgan de la pared de mi estudio, igual que mis pinturas cobran vida, en ellas se puede ver a mis hermanos y a mí, en la idílica niñez cuando la inocencia pintaba tímidas sonrisas en nuestros rostros de miradas curiosas, expectantes de futuro, hoy hecho pasado...
Mi abuela me pedía siempre darle cuerda al reloj de péndulo colgado en la pared, para lo cual debía subirme en una de las sillas de junco. De mi parte deseaba que las manecillas del reloj confundieran su curso, pero mi abuela decía que todo debía marchar como estaba dispuesto y que ni siquiera una hoja de los árboles se movía sin la voluntad de Dios. Ante tal afirmación dios se me figuraba uno de esos muchachos bromistas y malvados hasta la saciedad, que en la escuela siempre estaban gozando por las crueles bromas de la cuales los más tímidos eran sus víctimas; un Dios inclemente que jugaba todo el tiempo haciendo ricos a unos y pobres a otros, a los bellos, saludables y felices los ponía a un lado y para que sobresalieran más en estas afortunadas cualidades los rodeaba de feos, pobres, enfermos e infelices, a los cuales hacía por montón, pues eran los que más le rezaban y adoraban con la esperanza de que les hiciera el milagro de pasarlos al grupo de los afortunados.
Y así como a esos chicos malvados de escuela, que se dan a mal querer, así le cogí tema al Dios de mi abuela ante la cual fingía ser creyente para no decepcionarla. Hasta que un día, harto de fingir creer en un Dios sordo, que nunca oía las suplicas de la abuela ni las mías, renuncié a ser su lazarillo en sus visitas a la iglesia de San José. Con este distanciamiento daba inicio a mi libertad del sometimiento que dios había establecido a través de mi abuela Margarita. Otros "dioses" de carne y hueso, que después me fueron apareciendo, trataron también de someterme, aprovechando mi ingenuidad al iniciar mi recorrido por la colina de la vida, pero todos habrían de correr la misma suerte. Con el tiempo me di cuenta que vamos sustituyendo a dioses: primero están los dioses que nunca vemos, y por eso los creamos a nuestra imagen y semejanza para pedirle de todo, hasta de la forma en que queremos morir, luego están los que sí vemos y tocamos, los cuales nos someten a su voluntad a travès de la carne, quedando por un tiempo atrapados en la jaula de oro de la pasión amorosa. Y al final están los dioses políticos,con los que apuestas hasta tu vida, pero donde tambièn si no eres un buen estudiante de Maquiavelo te vas quedando entre el montón que sólo cuenta a las horas de las elecciones. Pasando por todos ellos y libre al fin de sus dominios, me quedé con mi propia voluntad, sometido sólo a mi propio yo. Tal pareciera que yo había nacido predestinado a ser discípulo del astrónomo-filosofo y anarquista Louis Auguste Blanqui cuya máxima de: " Ni dios ni amo", sigo profesando. Ese mi anarquismo innato me dotaría de cierto escepticismo contra todos esos dioses y por ello a temprana edad provocaría tremendo disgusto al Dios de mi abuela.
Otto Aguilar - 4/23/2008
Algunos párrafos de mi relato "Ecos de añejas voces".
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