Saturday, September 5, 2015

Acólitos bajo la capa Magna.



  En su mofletudo rostro, cursi máscara maquillada de vieja meretriz, sus ojos se tornaban en blanco como un poseído. Lascivos gemidos escapaban de su lujuriosa boca.  Las platinadas y sedosas almohadas de su sacro lecho estaban revueltas, babeadas y hechas una cochinada. Sus púrpuras y amplias vestiduras de recamado en hilo de oro con íconos del crucificado, yacían tiradas sobre la alfombra. Copas de oro donde libaron el nèctar etílico, acelerador de hormonas a una velocidad no apta para su decrèpita edad, permanecian vacías en la mesa. Trufas, bocatto di cardenali, faisanes y otras exquisiteces, delataban el bacanal orgiástico de la noche anterior.

  Esa noche, afuera de la recámara del pontícipe, los pasillos del vaticano se llevaron ecos de sus jadeos, de sus suspiros, de las palabrotas preñadas de nefanda lujuria. El impío eco recorrió salas y corredores, impregnando de efluvio orgiástico las galerías y capillas, donde silenciosos los predecesores papas, encaramados en sus santos nichos escultóricos, escucharon en sus oídos de mármol, el escándalo orgiástico sin inmutarse.
  El efebo que le cabalgaba como lo hacía con rameras en establos, escuchó de pronto un quejumbroso y ahogado grito afeminado, al penetrarle violentamente con el falo inflamado de ardiente torrente sanguíneo. El gigolo que sodomizaba esa noche a Pietro Barbo, al papa alias María la piadosísima, llamado así por los mismos cardenales, nunca imaginó que tendría tan venerable honor, al otorgar los últimos minutos de placer terrenal al santo vicario de cristo, el papa Pablo II, en el sacro palacio.

 Casi un siglo despuès, por esos mismos corredores y galerías del palacio Vaticano, impregnados con ecos de fastuosos bacanales y orgías, iba y venía Miguel Angel sin tener tiempo para asearse y comer, cuando  realizaba el fresco del Juicio final en la capilla Sixtina; otro papa, ocupaba la silla de Pedro. Asqueado de la corrupción papal, la cual era un secreto a voces, Miguel Angel formaba parte del grupo de reformistas erasmistas, que aspiraban junto con la poeta Vittoria Colonna, un cardenal y otros cèlebres personajes, reformar la corrupta iglesia. Miguel Angel habría de huir de Roma ya viejo y cansado del abuso que de èl hacían sus mecenas cardenales y papas, los cuales siempre demoraban el pago por sus obras; pero desde su autoexilio, los tentáculos del vaticano, le harían regresar para continuar su monumental obra en nichos y frescos del fastuoso palacio de Pedro, el pescador.  Al final de su vida, se le escaparía ya muerto al mismo poder de los jerarcas, al cumplirse su último deseo: el que sus restos fuesen llevados clandestinamente de noche, para ser enterrado en Florencia.  

 Los siglos siguen pululando en los pasillos del Vaticano, arrastrando ecos de cantos gregorianos y voces en latín que cuentan secretos a voces, escuchándose tambiên: jadeos, suspiros, y gemidos con letanías de "Señor ten piedad". Los cantos gregorianos relatan en estilo de música rap muy s. XXI, historias de escándalos sexuales de los vicarios de Cristo, historias guardadas celosamente en los pergaminos del archivos secretos del Vaticano. 

En esas galerías pontificias, las paredes van acumulando y contando a travès de los siglos la historia impía, fastuosa y lujuriosa de los Papas. El fresco del Jucio final en la capilla Sixtina, de Miguel Angel, precede ahora tanto a misas solemnes como a eventos privados, tales como el de la compañía de autos Porsche. Un nuevo papa latinoamericano ocupa la silla de Pedro y, aunque èl cirique en sus homilías el poder, la riqueza, la corrupción y el derroche, esto sigue aunque más discreto.  De los 100 millones de euros recaudados para obras de beneficiencia en el Obolo de San Pedro, sólo 17,000 euros fueron destinados a obras de caridad, mientras el bacanal, lujo y orgías siguen repitièndose por los siglos de los siglos en las mansiones de cardenales.

  Desde sus nichos en el Vaticanoo, los desnudos de mármol de  Miguel Angel, como el sensual Cristo sosteniendo la cruz, al cual le encajaron un tapa rabos de bronze, siguen sin inmutarse al paso inclemente de los siglos en el palacio suntuoso del Vaticano.

(Otto Aguilar - 3 de Enero de 2016 - Los Angeles, CA.)
Acólitos bajo la capa Magna - lapiz sobre papel -11 x 8.5 



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