Saturday, August 16, 2014

Volverè, pero no en vida.


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"Volverè, pero no en vida,
que todo se despelleja
y el frío la cal aqueja
de los huesos. Que atrevida 
la osamenta que convida
a su manera a danzar!
No la puedo contrariar:
la vida es un sueño fuerte
de una muerte hasta otra muerte,
y me apresto a despertar"

Severo Sarduy

  En el brumoso pueblito de San Ramón los animales domèsticos poseían esa torturante habilidad de presentir el peligro, ese instinto de conservación que los ponía en ventaja en relación a los humanos, avisándoles de fatales cataclismos.  Sin embargo ese instinto no les salvaba de la muerte a manos de los humanos, sus dueños depredadores.  Por eso los cerdos sabían sin lugar a dudas que cada vez que moría un humano habitante del pueblo, tambièn unos de ellos debía despedirse del resto de sobrevivientes cerdos del chiquero.

  Aquella gèlida noche el muerto de turno yacía bien muerto envuelto en su mortaja, con un pañuelo rojo de lazo cursi para mantenerle la boca cerrada. Había muerto en la tarde,  así lo anunció en la víspera el canto lúgubre de los gallos del caserío de abajo; así lo diagnosticó el curandero del pueblo al examinar el pulso y las pupilas dilatadas del occiso y, así lo pregonó la voz chillona, gargajienta de los megáfonos de la barata, camioneta que recorría destartalada anunciando todo tipo de noticias, ya sea de los vivos o de los muertos, por las callecitas polvosas del brumoso frío pueblo de San Ramón.

 Según la costumbre: "el muerto al hoyo y el vivo al bollo", se sacrificó al cerdo de turno.  El pobre cerdo a pesar de sus desesperados gruñidos, como protestando de que por què a èl y no a otro?, a pesar de sus pataletas luchando por su vida intentando infructuosamente escaparse de la muerte, fue sacrificado y convertido en fritos, chicharrones, morangas y nacatamales.  Duró más tiempo el sacrificio y la preparación del cerdo, que lo que duró en ser engullido a travès de los voluminosos abdómenes de los compungidos concurrentes a la vela; pasando así la grasosa carne del puerco a ser parte de las ya grasosas tripas de los llorosos depredadores humanos asistentes de la vela.

  Hartos de fritos, morongas, nacatamales y de guaro, los desvelados de la vela reían y lloraban de acuerdo a la ingesta del etílico elixir; elixir, el cual los volvía más bipolares o dramáticos que las mujeres, las cuales ocupadas iban y venían unas en distribuir las viandas y el guaro, y otras a la par de las plañideras elevaban oraciones rogando al altísimo por el alma del recien muerto.

  Por la mañana se llevaron en hombros el ataúd a la iglesia; bamboleándose iban los cargadores por efectos de la resaca como si fuesen promesantes cargando al santo patrono del pueblo. El tañido de las campanas al recibir al finado y su comitiva, espantaron a las palomas cagonas del campanario, quienes revoloteando en círculos luego regresaron perezosas al mismo lugar con gorjeos de protestas.  El ataúd de madera rústica fuè depositado en dos taburetes frente al altar mayor de la iglesia, donde coronas de flores de papel con lirios y flores de muerto se colocaron amontonadas junto al ataúd.

  El curita salió por un extremo del altar, los asistentes que desvelados y cansados se habían sentado, se pusieron de pie.  Extendiendo sus brazos el cura empezó su responso: -Queridos hermanos!, estamos aquí reunidos para dar nuestro postrer adiós a Otto, cuya alma ya se habrá reunido en el cielo con nuestro padre todo poderoso en el gozo de la vida eterna, con los  ángeles, arcángeles, querubines, serafines y demás santos de nuestra cristiandad! - suspiros, sollozos y sacudideras de narices mocosas interrumpieron de pronto al curita, el cual carraspeando continuó: - Otto fuè un alma de dios, en esta misma iglesia fuè bautizado... todavía recuerdo sus chillidos cuando sintió el agua helada remojarle su mollera - risas de los presentes interrumpen al curita, el cual siguió con su responso - tambièn en esta iglesia Otto recibió su primera comunión y ahora... - el padre detiene de súbito sus palabras cuando atónito igual  que todos los presentes, observa como el ataúd se ha movido tambaleándose peligrosamente en los taburetes... - madre santísima!- gritaban unos, - las tres divinas personas!,  exclamaban otros-  y entre gritos de espanto la muchedumbre corría, escapando como alma que lleva el diablo de aquella iglesita.  Entre aquel pandemónium de gritos de las mujeres, se escuchaban las exclamaciones de los ebrios - a la puta! - no jodás! - algunos de los cuales por el tremendo susto, se les aflojaron las tripas despidiendo flatulencias que apestaban a mierda de puerco.

  Mientras todos buscaban por donde salir, escapando hasta por las ventanas, Otto, libre de su mortaja, libre del pañuelo que sostenía su boca cerrada y afuera de su ataúd, de pie junto a su madre y con fruncido ceño, le reclamaba el incumplimiento de su último deseo: no llevar su cadáver a ninguna iglesia, ni traerle a ningún cura a administrarle santos óleos. La madre con rostro emocionado del cual no se sabía si era de alegría, de asombro o de espanto, le decía - Hijo, yo pensè que no te darías cuenta, pues pensaba que estabas bien muerto!.

  En medio de la iglesia vacía, con sillas patas arriba y flores tiradas por todos lados, la madre abrazaba a Otto, mientras los santos desde sus nichos con miradas perdidas en el vacío, parecían decir - yo no fuí!... en el aire flotaba un potpourrí de olores de flores de muerto y de lirios con olor de incienso y de apestosas flatulencias con olor a puerco.

(Otto Aguilar - Berkeley, 16 de julio de 2014)
Imagen: digital collage - Otto


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