“Yo soy un fanático de las ventanas, creo que es uno de los inventos mas grandes que ha hecho el hombre… que vivan las ventanas.” Eliseo Alberto.
La lluvia, azotando el follaje contra la ventana de mi cuarto, y el paisaje de tinta nocturnal penetrando a travès de esa ventana de mi memoria, me traen olores a tierra mojada, recuerdos de madrugadas parapetado en el pozo de tirador, mojado hasta los tuètanos, acostumbrado al olor del uniforme militar sucio, sin lavarse durante días, acostumbrado al aliento hediondo, a las uñas sucias, al hambre mordiendo mis vísceras, con la incertidumbre de la emboscada mortal y, con la mente divagando sonámbula en otro lugar: en el ansiado retorno, vivo y no en un ataúd a Managua.
Había en realidad sucedido aquello? - si!, aquello sucedió, - me respondo a mi mismo, mientras contemplo mi desvaneciente rostro reflejado en el vidrio de la ventana.
En Diciembre de 1981, me encontraba entrenando en una escuela militar en Managua; estando allí fui asignado para viajar a Cuba representando a Nicaragua en un encuentro internacional de jóvenes pintores. Aún me aguardaba el inevitable tiempo del desencanto de las utopías, pero en ese entonces al llegar a Cuba yo ignoraba que el suelo que pisaba estaba plagado de pisadas de cubanos reprimidos ya no por el dictador Batista, sino reprimidos por el nuevo règimen revolucionario. Hoy ronda en mi mente ese sentimiento tardío e inútil de la verguenza, esa verguenza por la ignorancia que me hizo hacer el ridículo, como joven iluso e ingenuo ante los delegados cubanos, los cuales a pesar del desengaño de ellos mismos con la revolución cubana, callaban y actuaban impotentes algunos, cínicos otros, aprovechando quizá esos breves momentos que tales eventos internacionales les brindaban en lugares exclusivos, destinados sólo para turistas o para la elite.
Distante quedaron esos días de ignorancia sobre la represión, las ejecuciones de disidentes, y del èxodo cubano, distante ya esos días de Moscú donde supe de horrendos crímenes de la revolución rusa e igualmente lejanos quedaron los días del desencanto en la revolución sandinista. Atrás quedaban esos álgidos años de guerra y de la acostumbrada muerte cotidiana en mi país, Nicaragua.
Contemplando de vez en cuando el paisaje oscuro y húmedo que penetra en la ventana, me refugio indolente en la lectura del libro “Informe contra mi mismo”, del escritor cubano Eliseo Alberto, el cual dice:
"… perseguidos por la policía más buena gente del mundo y protegidos, además, bajo el ala esplèndida del líder político más corajudo del mundo, los cubanos aprendimos a vivir con un pánico diferente a todos los sustos hasta entonces conocidos, un terror casi valiente, habilidoso, un miedo que me da miedo precisar, y esa experiencia, curiosamente nos hizo los más cobardes del mundo... Aprendimos a decir que si mientras pensábamos que no. Aprendimos a fingir con audacia, a dar con precisión el paso al frente, a disimular con sangre fría, ... aprendimos en fin a dudar de nuestra propia sombra, hasta el punto de que ahora mismo, cuando leo ante ustedes mis notas, pienso quien de los presentes escribirá esta noche el informe de mi suicidio político, quien esta grabando en su mente mis amargas verdades, quien va a clavarme un puñal sin piedad y, lo que es peor sin rencor, sólo en cumplimiento de su más elemental deber como revolucionario... Las revoluciones no pueden ni deben ser eternas porque acaban acorralándose en sus rediles, enemigas de las mismas criaturas que ayer les dio la razón y que hoy terminan por negárselas: sus hijos. O los hijos de sus hijos. O sus hijos. Me duelen mis palabras."
Afuera, tras la ventana azotada por la lluvia que satura mi memoria, los espectros de rostros conocidos me observan con ojos bien abiertos, igual de abiertos como en el instante de sus muertes en la emboscada; sus miradas penetran en la mía preguntando ¿Què fue de aquellas utopías?. Musitando una dialèctica respuesta, el torozón en la garganta me impuso silencio.
Otto Aguilar
8 de Enero de 2017
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