Desde lo alto del cerro en el fortín del Coyotepe de Masaya algunos guardias resistían incrédulos de que el final de la sangrienta insurrección contra la dictadura llegaba a su fin. El dictador Somoza y su elite habían huido del país, mientras algunos guardias como los que permanecían en el Coyotepe cubrían sin tener otra opción, la huida de la elite somocista. La vista de la ciudad de Masaya desde esa privilegiada posición en el cerro seguramente les había dotado a ese reducto somocista, de la vaga esperanza de resistir. La ubicación estratégica les daba ventajas sobre la posición de los insurrectos que desde hacía más de un mes habían tomado la ciudad de Masaya.
Después de que miles de combatientes y
colaboradores, muchos heridos, habían logrado salir de Managua para llegar a
Masaya caminando toda la noche los 25 kms. que separaba a las dos ciudades, en búsqueda
de recobrar fuerzas y armamento para continuar la lucha armada contra la dictadura, los guardias
continuaron lanzando morteros desde lo alto y realizando ataques e incursiones
suicidas en las faldas del cerro.
Rigoberto era uno
más de los combatientes de Managua que habían llegado en ese repliegue a Masaya.
Había sobrevivido a los combates en los
barrios orientales de la capital y despuès sobrevivido al bombardeo somocista a
la columna del repliegue en el sector de Piedra quemada. En su diario narra
algo de esos momentos:
“Despuès
de recorrer 25 kilómetros habíamos llegado al sector de Piedra quemada, ya
cerca de nuestro destino a Masaya. Con
las primeras luces del amanecer apareció el push and pull o el avión llamado
Dundo vomitando rockets o bombas, haciendo blanco en el grueso de la columna
del repliege. Las ametralladoras en la
vanguradia de nuestra columna trataron de repeler el ataque aereo. Los que no llevábamos armas de largo alcance,
no teníamos más alternativa que tirarnos al suelo, pues èramos un blanco fácil
a la luz del día, en un campo abierto.
Pegado al suelo queriendo que la tierra me tragase, sólo veía cuando el
rocket impactaba muy de cerca, con aquel aterrorizante estruendo, y despuès de
que el polvasal y humo desaparecía veía chamuscados los despojos de los
infortunados que habían sido impactados. Una
lluvia empezó a caer como llorando el cielo por aquella masacre y fue así que
logramos avanzar. Entre el grupo que
avanzábamos rezagados iba Amada Pineda, la campesina que había
denunciado a la guardia somocista por la múltiple violación que fuè victima,
tambièn en el grupo iba Roger Cabezas alias Aniceto. Mientras corríamos aprovechando que la lluvia
detenía el actuar mortal del avión que lanzaba sus rockets, nos topamos con cadáveres y al detenernos para reconocerlos y buscar como sepultarles,
me impactaron dos muchachos que parecían estar vivos, con sus ojos
abiertos como inquiriendo al cielo. Enterramos a algunos a la sombra de un árbol,
dejando una seña para identificar el lugar.”
Al releer su diario, Rigoberto se traslada a aquellos días en Monimbó, donde conoció a un pueblo con un historial de lucha contra la dictadura. En esos días previos al triunfo sobre la dictadura somocista, vivió el asedio de ese remanente de guardias del Coyotepe,
a los cuales escapó de sus balas en dos ocasiones; la primera vez cuando
bajo intermitente lluvia cansado despuès de varias noches desvelado, se había quedado dormido en la línea de
contención en las faldas del cerro, allí fue encontrado por su
responsable el cual después de fuerte reprimenda le hizo volver a la
vida al darle un trago de Old parr; la otra
ocasión de la cual salió ileso fue después de un enfrentamiento con esos
guardias por el sector de la empresa La Inca donde sobrevive de milagro cuando
perdido junto con otros seis combatientes de Managua se toparon en la
retaguardia con una tanqueta la cual iba seguida por guardias.
Aún después
de transcurrido dècadas de dichos combates y lejos de su patria, Rigoberto
se pregunta si todo aquello había sucedido; se pregunta dudando de su débil memoria o de
la falsa memoria, (ese autoengaño inconsciente donde los sueños o deseos se
confunden muchas veces con la realidad); seguro de lo acaecido se repite a sí mismo - sí, eso sucedió! … y sucedió
aún más de lo que subyace en su desmemoria, en esos rincones y laberintos
donde refugiado del horror de lo vivido, la memoria se resiste a recordar
con ese mecanismo automático de defensa como si fuese anestesia para evitar el
dolor, para así poder cargar como un lesionado con si mismo.
Como un ermitaño desengañado de utopías, Rigoberto vive en una ciudad fría en el país del norte adonde emigró a pesar suyo. Esos recuerdos a veces lo asaltan en sueños y lo despiertan, como si aún escuchara la explosión de la granada M-79 y el grito del contra en la guerra no de 1979 sino en la guerra de los 80's, en lo alto de una colina en el combate de Makaralí, Jalapa, donde tras pinos se parapetaba: - Hijueputa sos vos! - le gritó el contra - De èsta no te escapás! - le dijo. Tras la explosión, en esos breves segundos, aturdido y ensordecido, segundos bastaban para que el guardia lo rematara ahí mismo donde quedó doblado sobre su ametralladora averiada por los charneles que impactaron en ella y que posiblemente evitaron penetraran en su pecho, logrando entrar solo uno de ellos en su hombro derecho quedando por breve momento inmovilizado, fue cuando entonces pensó era su final. Quiso la suerte que uno de los soldados de su pelolotón llegara a rescatarle. También incrédulo a veces se pregunta – por què las balas que caían con un sonido seco en la tierra muy cerca donde el se arrastraba en la retirada no le impactaron?, y por què impactaron sin embargo al soldado que iba adelante en su trayecto?, dejándole un profundo hueco en el hombro del cual manaba borbotones de sangre?, al cual le tocó cargar en hombros corriendo colina abajo.
En una foto que un reportero de guerra le tomó esa tarde despuès del combate, se le ve tímido, sonriendo,y hoy que vuelve a ver esa foto en blanco y negro, ya viejo, despuès de años… lejos de esos días… lejos de aquel su país … se pregunta por què sonreía en esa foto?, que broma contaban para que a pesar del impacto de lo vivido en el combate de hacía poco, le quedara aún esa leve sonrisa que el reportero de guerra captó con su cámara?,… había en realidad sucedido aquello?, sí!, se responde de nuevo a si mismo - aquello sucedió.
Como un ermitaño desengañado de utopías, Rigoberto vive en una ciudad fría en el país del norte adonde emigró a pesar suyo. Esos recuerdos a veces lo asaltan en sueños y lo despiertan, como si aún escuchara la explosión de la granada M-79 y el grito del contra en la guerra no de 1979 sino en la guerra de los 80's, en lo alto de una colina en el combate de Makaralí, Jalapa, donde tras pinos se parapetaba: - Hijueputa sos vos! - le gritó el contra - De èsta no te escapás! - le dijo. Tras la explosión, en esos breves segundos, aturdido y ensordecido, segundos bastaban para que el guardia lo rematara ahí mismo donde quedó doblado sobre su ametralladora averiada por los charneles que impactaron en ella y que posiblemente evitaron penetraran en su pecho, logrando entrar solo uno de ellos en su hombro derecho quedando por breve momento inmovilizado, fue cuando entonces pensó era su final. Quiso la suerte que uno de los soldados de su pelolotón llegara a rescatarle. También incrédulo a veces se pregunta – por què las balas que caían con un sonido seco en la tierra muy cerca donde el se arrastraba en la retirada no le impactaron?, y por què impactaron sin embargo al soldado que iba adelante en su trayecto?, dejándole un profundo hueco en el hombro del cual manaba borbotones de sangre?, al cual le tocó cargar en hombros corriendo colina abajo.
En una foto que un reportero de guerra le tomó esa tarde despuès del combate, se le ve tímido, sonriendo,y hoy que vuelve a ver esa foto en blanco y negro, ya viejo, despuès de años… lejos de esos días… lejos de aquel su país … se pregunta por què sonreía en esa foto?, que broma contaban para que a pesar del impacto de lo vivido en el combate de hacía poco, le quedara aún esa leve sonrisa que el reportero de guerra captó con su cámara?,… había en realidad sucedido aquello?, sí!, se responde de nuevo a si mismo - aquello sucedió.
Otto Aguilar
Párrafos de: Aquel Junio de 1979 en Masaya.Imagen: "Masaya 1978" - Armando Morales Sequeira