Tuesday, July 29, 2014

Efebos del Caravaggio.

  El gemido se ahoga entre el murmullo de un río y unas lejanas voces, creo es el río Coco, arabesco plateado que raudo serpentea entre oliváceas y sarrosas riberas, como corren los ríos caudalosos entre las vaporosas selvas en las pinturas de Armando Morales. Recónditas selvas donde el turquesa-ocre estalla entre el olivo sarroso de una quietud hierática. Las intrincadas y pequeñas pinceladas de sus pinturas, se alternan al efecto del raspado de la cuchilla, que hiere y penetra muchas capas de un tumultuoso pasado. Las voces, quizás aquellas voces de jóvenes soldados chapoteando con sus desnudos de bronce y, las bromas!, las jocosas bromas que mencionan atributos sexuales, que van desde el más dotado cual brioso garañón, hasta el que esconde tímido las "verguenzas" bajo las cristalinas aguas. Allí el machismo ingenuo y cruel alardea y coquetea suscitando celos, envidias en unos, mientras en otros admiración y hasta escondidas y prohibidas atracciones. Pero la camaradería soldadesca del rubio Whitman, en la soledad de hombres sin mujeres, busca el desahogo en los más atrevidos, en esos donde el amor de Lorca repartió coronas de espinas. Entre esos soldados del río Coco recuerdo haber visto chapotear cual niño lúdico a más de algún Caravaggio de temple aguerrido y peligroso, fornido y de rudo entrecejo, al cinto la daga. Daga que él empuñara con la mano virtuosa con la cual su pincel degollaba haciendo saltar del cuello de Holofernes borbotones de púrpura sangre sobre los blancos y platinados lechos de Judith. Era la misma mano concupiscente que igual que procuraba placer a su efebos también podía cortar viriles gargantas". (Párrafos del relato  "Pupilas insomnes).

Otto Aguilar
Berkeley - 7/12/2014

(Pintura "Efebos del Caravaggio" acrylic on paper - 22 x 30 inches - Otto Aguilar)                  

Friday, July 25, 2014

El pulpo travesti.


  Al pasar cerca de la multitud que agitaba banderas y vociferaba consignas, el pulpo travesti cambió en un instante su atuendo y se mezcló e entre la multitud.  Esa habilidad mimètica era innata en este pulpo, pero con los años su destreza había menguado; esta vez su transformación no había sido tan instantánea y completa debido a su mofletudo rostro y a su abultado abdomen.  El maquillaje mal aplicado, lo convertían en un esperpento, en una caricatura mal esbozada. Residuos de maquillaje de anteriores transformaciones se podían ver en algunas partes de su rostro y cuerpo; su nueva piel lucía  como una pared, donde viejos anuncios, afiches comerciales eran semi cubiertos por los nuevos.

  El pulpo travesti, no era consciente de su decrèpita habilidad mimètica.  Sus colegas lo llevaron a un experto estilista y, con modernas tecnologías de maquillaje, tatuaron los nuevos íconos políticos, sobre los viejos tatuajes en la apergaminada piel del pulpo, a quien le habían encajado el apodo Patria.

  Cómodo en su nueva actuación, el pulpo travesti gozaba de popularidad en la Asamblea; viejo y cansado de tantas transformaciones, se sentía seguro sin necesidad de volver a cambiar su apariencia. Su voluminoso cuerpo se ensanchaba cada vez más igual que su feudo.

  Pero como nada es eterno y todo cambia, nuevas banderas se agitaron, nuevas consignas se escucharon y el escenario político volvió a cambiar como de costumbre. Apurado y angustiado, el pulpo intentó cambiar de nuevo su traje, acorde al nuevo cambio político. Perplejo ante el espejo, se percató que el maquillaje permanente de sus última actuación no desaparecía, delatándole así para su desgracia. Su popularidad cayó; pragmáticos le llamaban algunos, arribista le llamaban otros.   Infructuosamente buscó otros escenarios, contactó a viejos colegas, pero todos le cerraron las puertas.

  Viejo y abandonado por todos, el pulpo travesti llamado Patria terminó en un museo; allí se exhibía. Su piel parecía un palimsesto atiborrado, un calidoscopio de tatuajes desordenados; su apergaminada piel era como una pared descascarada, donde viejos  íconos, símbolos y consignas políticas traspuestas unas sobre otras, se confundían con anuncios comerciales de:  Se vende ... Se compra.... Se alquila.

Otto Aguilar
(Dibujo: lápiz, papel)
Berkeley 25/ julio/2014)

Tuesday, July 15, 2014

Rèquiem en un tren noctámbulo.


  "Para que estos holocaustos de seres humanos fuesen 
más horripilantes, se realzaba el espectáculo mediante 
procesiones de cadáveres exhumados y herejes en efigie...
La procesión presentaba una disonancia artísticamente 
aborrecible de tonalidades rojas y amarillas, mientras desfilaba,
al compás de la música de salmos farfullados y alaridos y gemidos..."
                                                  John Addington Symonds

  Pasajeros sonámbulos suben y bajan en cada estación de un tren noctámbulo, se apoltronan en las butacas y fijan sus insomnes pupilas a travès de las ventanas del tren. Esas pupilas a travès de las ventanas del tren, iban atisbando fugaces aquelarres nocturnos en su rutinario recorrido.  Las insomnes pupilas iban buscando destellos de otras pupilas insomnes, que asomaban curiosas desde las ventanitas de los caseríos de pueblos oscuros, por donde el tren pasaba.

  El tren sigue atravesando entre oscuros caseríos de titilantes ventanas; ventanas, desde las cuales otras pupilas insomnes, creen vislumbrar a rutinarios pasajeros sonámbulos a travès de las ventanas de luces mortecinas y temblorosas del tren.

  Esa noche en aquel tren, viajaban dos insomnes efebos. De miradas soslayadas, los dos efebos trataban de disimular ante el resto de pasajeros la condenada atracción de fuego impío que incitaba sus concupiscentes carnes; fuego que quemó carnes pretèritas en hogueras inquisitoriales; carnes de condenados  efebos en hogueras encendidas por Savonarolas color púrpura. Savonarolas que aún reptan en sacros palacios, en esos sacros palacios donde efluvios de semen e incienso como ritos de sectas paganas, se mezclan  afrodisíaca y sagradamente per secula seculorum.

  En el sacro palacio de la Capilla Sixtina hay desnudos renancentistas como aquel pandemónium de cuerpos entrelazados del "Jucio final" pintado por Miguel Angel; en dicho mural el pintor Volterra, llamado el "pinta calzones", mancillando la obra sublime del genial Buonarroti, cubrió con calzones las verguenzas de los condenados; porque para los pornócratas de dichos palacios, penes y pubis pintados provocaba las erecciones bajo sus sotanas impías.

  Los dos efebos, desde las ventanas del tren, divisaban a lo lejos aquelarres alrededor de fogatas que chisporroteaban entre los caseríos; compungidos observaban esos "autos de fè", con olor a carne quemada. Cabizbajos iban entonando un rèquiem increscendo a esos condenados evaporados en hogueras inquisitoriales, mientras el tren noctámbulo seguía arrastrándo a los dos efebos a sus ignotos destinos.

 Del rèquiem de los efebos, con voces de eunucos quejumbrosos, entre pausas del trastabilleo de los vagones sobre los rieles, se escuchaba una interminable lista de nombres, entre la lista estaban: John de Wetree, Giovanni di Giovanni, Jackes Chauson, Claude Petit, Jacopo Bonfadio, Franceco Calcagno, John Atherton, Lisbetha Olsdotter, James Pratt, John Smith, Jerome Duquesnoy, etc, etc, etc... y la lista de condenados en la hoguera mencionados en el rèquiem era interminable, como interminables los "autos de fè" que perdidos en el tiempo fueron ordenados por aquellos pornócratas púrpuras y, ejecutados por los "domini-canes", (los perros de Cristo) que en los palacios sacros levitan aún entre efluvios de semen e incienso.

Otto Aguilar 
Berkeley - 7/15/2014

Imagen: "Auto de fe" - acrílico/papel - 22 x 30"